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El Estado debe ayudar al fútbol





20 octubre, 2017
Columnistas

Saltando por encima de las diferencias de años que nos separaban, durante mi trabajo como funcionario de la Cámara de Senadores desde 1968 –y gracias a la trayectoria de mi padre-, mantuve una relación directa con Zelmar Michelini. Quería redactar una ley del deporte que no existía. Le acerqué documentación que tenía en mi poder sobre la forma como se encaraba el tema en la república Argentina.

Michelini viajó a la copa del mundo de México 1970 cumpliendo funciones de enviado especial escribiendo notas para La Mañana y El Diario, la publicación de la empresa SEUSA que había adquirido a Zelmar el vespertino Hechos. A raíz de esa compra el entonces senador de la lista 99 del partido colorado, comenzó a escribir en las páginas de El Diario artículos sobre política internacional con el seudónimo de Marcos San Sebastián.

En ese tiempo y desde comienzos del siglo XX, la izquierda consideraba al fútbol como “el opio de los pueblos”, los integrantes de esos partidos políticos le daban la espalda e idéntica actitud adoptaban los intelectuales que despreciaron al fútbol. Por esta realidad –salvo excepciones- no quedaron registros literarios en libros sobre las hazañas de nuestros jugadores.

En una de las crónicas que Michelini envió desde México y que se publicó en ambos periódicos de SEUSA, su título resultaba llamativo: “El fútbol necesita la guía del Estado”. Aquel artículo fue una bomba en momentos en que Zelmar junto el Dr. Juan Pablo Terra, Enrique Rodríguez, Liber Seregni, Francisco Rodríguez Camusso, Alba Roballo y otros legisladores, se reunían en busca de fundar un frente popular y de izquierda, poco afecta al apoyo del fútbol. Expresaba lo siguiente:

“La información, en última instancia, está al servicio de la verdad y de las grandes multitudes. Y esas grandes multitudes –es una verdad- han hecho del fútbol su deporte preferido. Podría decirse que solo la guerra –en sus prolegómenos y desarrollo- mueve tanto interés popular como el que despierta el fútbol. ¡Y qué diferencia entre un motivo y otro! No se trata, cuando se habla a favor del fútbol, de suponer que debe desplazarse toda otra actividad cultural o intelectual para suplantarla por el fútbol. Lo que debe hacerse es mucho más simple.

A un deporte que concita esa pasión; que enfervoriza a tal extremo que tiene la virtud de alegrar o entristecer a pueblos enteros y que se ha convertido en uno de los pocos factores que logra superar diferencias y controversias para lograr la unidad interna –momentánea o transitoria, pero unidad al fin- debe prestársele el apoyo y respaldo necesario para que se ejercite con total seriedad. Actividad que mueve tales intereses y que afecta sentimientos vitales, no puede quedar librada a sus propias fuerzas. El respaldo, el apoyo, debe ser de tal magnitud que, por su propia entidad, escapa a las organizaciones no-estatales, por poderosas que éstas puedan ser. La intervención del Estado se torna así imprescindible.

En los tiempos modernos, los países luchan por encontrar fuentes que les proporciones prestigio y divisas, y si ellas son acompañadas por una participación popular, mucho mejor. El fútbol ha logrado en el correr del tiempo reunir esas tres condicionantes y por eso no es de extrañar que casi todos los países europeos y Brasil en América, compenetrados de esa situación, hayan estimulado al máximo la práctica de deporte y acordado la más amplia y muy controlada ayuda por parte del Estado, que ha contribuido, no solo con el estímulo financiero, sino también con las reglamentaciones y ordenanzas que faciliten sus más amplias posibilidades. No solo en el aspecto deportivo –los triunfos interesan y mucho- sino en toda la gama de detalles que rodea y son la esencia misma del fútbol-espectáculo. Un falso prejuicio, cuando no la debilidad de aparecer como favoreciendo algo que intelectualmente no tiene jerarquía, ha hecho olvidar a los gobernantes, en nuestro país, la obligación de servir y atender ese requerimiento popular. Si tantas veces hemos abogado por una gran ley del deporte –cultura física incluida- que forme y desarrolle a nuestra juventud, favoreciendo sus aptitudes naturales y alejándolo de las prácticas perniciosas, tan comunes de este siglo XX, también es necesaria una definida voluntad para darle al fútbol la adecuada  -y lamentablemente postergada- ubicación entre las metas del Estado.

La presencia de Uruguay en las semifinales ratifica esta posición, que nada tiene de exitista. Países de gran población, donde naturalmente la selección de los once jugadores del equipo se hace entre decenas de miles, lo que asegura –por la competencia humana que de ello se deriva- una seguridad de un mejor rendimiento técnico, han quedado por el camino. Y con 2,5 millones de habitantes, estamos entre los cuatro mejores -Alemania, Brasil e Italia- que multiplican por veinte esa población y que destinan a su práctica, porcentajes de sus fabulosos recursos, se tendrá idea de la perspectiva ampliamente favorable que se le presenta al fútbol de nuestro país, a poco que, con sentido nacional, se dejen de lado timideces, falsos rubores y los prejuicios que han influido para que mucha gente, con poder de decisión, considerase al fútbol, materia inferior, indigna de distraer la atención de gobernantes y organismo estatales. Hay mucho por hacer y se puede comenzar hoy mismo”.

Siempre he apoyado este pensamiento de quién fuera fundador del Frente Amplio. Pensamiento totalmente contrario a lo resuelto por unanimidad –Frente Amplio, Partido Nacional, Partido Colorado, Partido Independiente y Unidad Popular- por la Comisión de Industrias de la Cámara de Diputados, introduciendo modificaciones a la ley de medios para que se emitan por TV abierta todos los partidos de las selecciones de fútbol y básquetbol de Uruguay. La decisión del primer escalón legislativo –la Comisión de Industrias- atenta contra el apoyo que el Estado debe darle al fútbol. Desde esta tribuna levanto mi voz para impedir que esta iniciativa siga adelante. En lo personal, confío que los diputados Armando Castaindebag y el Dr. Martín Lema –a quienes conozco-, contribuyan a poner las cosas en su debido lugar. Ellos dos, entre varios representantes nacionales de otros partidos a quienes no conozco personalmente, estoy seguro que detendrán este disparate y seguirán la línea que trazó Zelmar.