Walter Olivera, la historia encarnada: “No me siento ídolo”
El inmortal "Indio" habló con Tenfield.com de Tabárez y Forlán, del modo en que el coronavirus cambió su vida, de sus compañeros tricolores del Mundialito y del glorioso Peñarol Intercontinental.
Son las once de la noche del miércoles 6 de mayo, y Walter Daniel Olivera Prada está en su casa de Salinas junto a su esposa, María Favretti, que lo ha acompañado toda la vida. A pesar de esa compañía que adora, no hay para el “Indio” mayor estorbo que la falta de libertad de movimiento provocada por una pandemia planetaria que no hubiera imaginado ni H. G. Wells.
Después de todo, la primera vez que lo reclutó Peñarol, escapó espantado de una pensión de Montevideo y regresó a la chacra de su padre en Sosa Díaz, porque necesitaba respirar el aire libre y reencontrarse con “el mejor lugar del mundo para vivir tranquilo”.
Es que a pesar de su fama, de su prestigio y de su éxito, Olivera nunca ha perdido aquella conexión sagrada con la naturaleza, cuyos espacios majestuosos son como el pan de cada día. Y tampoco -esto es lo más curioso- se ha creído un ídolo.
En su cuento “El congreso”, que forma parte de “El libro de arena”, Jorge Luis Borges apuntó: “No me abochorna haber querido ser periodista, rutina que ahora me parece trivial. Recuerdo haberle oído decir a Fernández Irala, mi colega, que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo”.
Esa máxima queda pulverizada cuando el entrevistado es Olivera, cuya estampa se lleva tan bien con la memoria y el tiempo.
Nacido el 16 de agosto de 1952 en el paraje “La Palmita”, el ex defensor central terminó su carrera en el Atlético Mineiro, donde desplegó un juego que aún hoy es elogiado, y donde fue capitán, conquistó el Campeonato Mineiro y se retiró en 1985.
Pero en el Uruguay es recordado por la personalidad que, con la cinta alrededor del brazo, mostró en el Club Atlético Peñarol, con el que ganó nada menos que siete Campeonatos Uruguayos, la Copa Libertadores de América y la Copa Intercontinental de 1982 contra el Aston Villa, 2 a 0 en el Estadio Olímpico de Tokio, si hasta Stevie Wonder recuerda ese rostro luminoso levantando la copa.
“Tengo un poco de temor a agarrarme coronavirus, porque estoy en una edad bastante avanzada. Yo solía salir a tomar una cerveza o a comer con amigos, y no lo hago más: ahora hablo con ellos, convivo con mi mujer y a mis hijas las veo, pero no las puedo abrazar”, explica Olivera en diálogo con Tenfield.com.
La realidad futbolística del club con el que estará identificado por siempre es inevitable. Y él se refiere sin ambigüedades al Peñarol de Diego Forlán, con una necesaria precisión previa: “La verdad es que con todo este asunto de la pandemia, el fútbol ha quedado en cuarto o quinto plano porque se vivieron muchas cosas, y uno piensa en la familia y tiene otras prioridades. Entonces, pasó a un rincón. Pero siempre vuelve. Y Peñarol cuenta con buenos jugadores. Pienso que Forlán no pudo armar el equipo con todos los futbolistas a su disposición, y que no tuvo tiempo para mostrar si está capacitado para ser el técnico de Peñarol. Porque todos sabemos que fue un jugador extraordinario. Lo que no sé es cómo será para un equipo grande en este momento: recién dejó de jugar al fútbol y entró a ejercer una nueva profesión. De todas maneras, nadie puede juzgar su trabajo hasta el momento. Y estoy seguro de que va a ser un muy buen entrenador”.
Hablando de eso, la repregunta es obligatoria: ¿qué le faltó a Olivera para tener éxito como DT? “Cintura para no discutir con algún dirigente que de repente quería que pusiera a determinado jugador, porque considero que, si soy director técnico, el equipo lo hago yo. Y también me faltó cintura para seguir trabajando adecuadamente con un plantel. En definitiva: me sobró terquedad”, contesta entre risas.
Mientras recuerda las tres lesiones graves que sufrió en la pierna derecha, que pudieron haberle costado la carrera y que en cierta manera condicionaron su juego, explica cómo pasó de ser un futbolista con una buena técnica a uno más aguerrido y vehemente, hasta que regresó a las raíces en Brasil, un mercado donde la estética no se negocia. Uno descubre, en fin, que leyendas como la del “Indio” nacen progresivamente.
Su excelencia para anular adversarios, su carisma personal, su don de mando y su jerarquía para agigantarse en partidos difíciles fueron una de las armas de las que se sirvió la selección uruguaya para ganar el Mundialito.
Pero para poder desarrollar plenamente su estilo, el “Indio” aprendió de veteranos que lo guiaron, como un ex compañero de lujo que tuvo en la zaga de Peñarol. “En primera división, recuerdo que Juan Ricardo Faccio colocó por la derecha y más retrasado a Roberto Matosas, y a mí más adelante. Y él me guiaba, me decía cuándo tenía que salir y cuándo no, y me daba consejos clave para cualquier equipo de fútbol, en el que tener duplas que se entiendan es esencial”, dice.
Y agrega: “Después, esas cosas se las transmití a algunos muchachos que pasaron a mi lado. Hablarle a un compañero de zaga es esencial. Y cuando yo era joven y tenía demasiado ímpetu, me descolocaba, hasta que Roberto me traía a tierra. Yo lo respetaba mucho porque era mayor, porque tenía experiencia pero, sobre todo, porque era Roberto Matosas. Había soñado con jugar al fútbol, pero nunca con gente como Roberto o Luis Varela”.
Peñarol, en la versión de los años 80 que ganó todo, no podía faltar en esta charla, donde Olivera se muestra tal cual es: firme pero educado, con carácter pero sin sobreactuaciones, enorme pero humilde, pudoroso, noble y -¿usted lo hubiera dicho cuando lo veía jugar?- tierno.
“A veces yo no quiero recordar el pasado, pero la gente me lo hace recordar. Y de repente paso por mi escritorio, donde estoy en este momento y donde hay alguna foto mía y varios libros de fútbol, y todo eso me hace acordar a Peñarol. También tengo en un rinconcito del corazón al Atlético Mineiro, que me dio un montón de cosas, incluida una hija. Yo no me puedo olvidar de lo que he hecho”, asegura, al tiempo que detalla cómo “los viejitos” aurinegros de 1982 están en contacto diario e ininterrumpido vía Whatsapp: “A todos los considero mis hermanos, porque estuvimos mucho tiempo juntos y vivimos un montón de cosas lindas”.
Ha llegado la hora de conversar sobre la Copa de Oro de Campeones Mundiales, de la que pronto se cumplirán 40 años. El ex back evoca, entonces, los preciosos tiempos de concentración en San José, aclara que los militares “no se metieron con el plantel para nada”, reafirma que la convivencia entre los ídolos de Nacional y los de Peñarol fue excelente, lo grafica nombrando casos concretos como Eduardo de la Peña y el “Cascarilla” Morales, y subraya que antes esa era la regla, con el notable ejemplo de su amistad con Luis Cubilla o con Juan Masnik.
“Cuando empezamos a jugar el Mundialito, lo primero que hablamos fue que ganarlo era bueno para nosotros, pero que la victoria sería mucho más importante para el pueblo. Nosotros tuvimos la oportunidad de enfrentar y vencer a los monstruos que vinieron, pero lo más lindo fue lograr algo que no se podía: que la gente saliera a la calle masivamente. Yo nunca había visto algo así. La Ruta 1 y la Rambla de Montevideo explotaron, y la caravana fue impresionante. ¿Sabés qué sensacional era escuchar los gritos de ‘¡Uruguay, Uruguay!’ en ese momento?”, declara Olivera, y no hay nada que agregar.
Pero no se puede hablar del Mundialito sin hablar de Máspoli: “Él sabía de fútbol, un deporte que conocía profundamente, y armaba sus equipos, era ordenado, formaba los grupos y evitaba que hubiera defectos fundamentales, pero principalmente ocupaba el rol de figura paterna. Máspoli era el papá que llevaba a sus chicos a una cancha de fútbol, y que los paraba ahí para jugar. Y vos por esa persona que te trata así dejás el alma, porque no podés fallarle, ¿entendés?”.
¿Y Tabárez? “Es un entrenador reconocido, porque en su larga trayectoria ha ganado muchas cosas, aunque no tantas en la selección. No voy a decir que es el mejor, porque no lo creo. Considero que es un técnico común y normal, pero tiene sus cualidades. Y aunque la vida se nos pasa a todos, la cabeza la tiene bien y, si sigue pudiendo armar la selección y contando con el apoyo de los jugadores, eso es importante”, opina Olivera.
Antes de terminar la entrevista, es el tiempo de los fenómenos. El primero: Fernando Morena. “A Fernando lo revolcaban cada vez que agarraba la pelota, no le perdonaban una. Fue un jugador monstruoso, que hizo cosas increíbles. Quizás, lo único que le faltó fue ganar algo grande con Uruguay, donde de todas maneras marcó goles. Pero yo creo que no era ni como Cavani ni como Suárez. Era impresionante: no se parecía a nadie, y con él siempre empezabas ganando 1 a 0”.
El segundo: Lionel Messi. “Yo creo que tiene que hacer lo que sabe, que es jugar maravillosamente al fútbol. Pero ser capitán de la selección argentina le hace mal. Sin ese peso, jugaría más suelto”.
¿Qué debe tener un capitán? “Personalidad, autocrítica y voluntad de ayudar permanentemente al plantel, desde los aspectos mínimos de la convivencia hasta los reclamos más importantes. El capitán lleva la voz cantante del grupo, pero si considera que sus compañeros están equivocados, debe decirlo”.
“Serás lo que debas ser, o no serás nada”, repetía el libertador José de San Martín. “Yo puedo ser un gran amigo, pero si me fallan en cosas en las que la gente no debe fallar, y con mala fe, me convierto en un enemigo feo”, responde el “Indio”, mientras admite que su bonhomía lo ha perjudicado pero solo fuera de la cancha, porque adentro, tal como confiesa riendo, era “malo”.
-La pregunta final es muy sencilla. ¿Qué les diría a los futbolistas jóvenes que apenas tienen éxito se convierten en huracanes de soberbia?
-Que no se la crean, porque ser ídolo es un ratito, y he visto caer a muchos. Después pasás a ser uno más y, si lo hacés creyendo que seguís siendo un fenómeno, cada vez la vas embarrando más. Con el público y contigo mismo. Nadie es ídolo toda la vida. Para mí, lo principal es que la gente piense que soy un buen tipo.
-¿Pero usted no se considera un ídolo?
-¡No! Yo no sé si fui ídolo. Nunca me sentí así. Tengo grandes recuerdos de mi carrera, pero ídolos son Diego Maradona o Fernando Morena, que eran impresionantes. Lo que yo fui, a mi manera, es un laburante del fútbol.