Los 90 años de Páez Vilaró
Crónica de una jornada imperecedera durante la cuál transcurrió el largo cumpleaños del artista. El abrazo del Presidente de la República, José Mujica, debido a la investidura legítima que su figura representa, fue el de los tres millones de orientales que, sin duda alguna, deseaban testimoniar su adhesión a esta figura indiscutida de la sociedad uruguaya, cuya dimensión trasciende el bien y el mal.
¿Qué estarán pensando esos dos hombres que se abrazan aquí, en Casapueblo, a las veinte horas y dieciséis minutos de este primero de noviembre de dos mil trece? Puertas afuera, el cielo llora con esa lluvia lenta, fuerte y abundante en este atardecer sin sol, en esta casa que su hacedor se empeña en llamar “la casa del sol” y que hoy, no contó con su ceremonia tradicional.
A esos dos hombres los separa un mundo de razones y episodios, más allá de esos doce años y ciento sesenta y cinco días de diferencia, que surgen de ambas cédulas de identidad. Cada uno, comandando el bajel de su existencia terrenal, ha surcado el mar de la realidad azotado por los vientos de la vida. Cada uno de ellos es –al decir de Rodó- sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí lo más raros y asombrosos contrates.
Para Carlos Paéz Vilaró, el tiempo no existe. Hombre de ayer y hombre de hoy –increíblemente- a los 90 años es hombre de mañana. Aún planea y construye, tan rebosante de experiencias como de esperanzas que él mismo se encarga de definir levantando la mirada hacia la eternidad. “Estamos en la lucha”, afirma como respuesta a cada uno de los miles de abrazos repletos de afecto que está recibiendo esta noche. La noche especial de su cumpleaños número 9o .
“Estamos en la lucha”, es la devolución a cada beso de esculturales siluetas femeninas y, también, de aquellas que muestran en el rostro el inexorable paso del tiempo. Ambas lo besan, cautivadas por el pelo entrecano que aún conserva; su fina golilla; su eterno blazer azul, el dulce mirar de sus ojos de miel y esa voz pausada con sonoridades propias de las largas nueve décadas transcurridas.
A su lado, se tiene una sensación imprecisa de inmortalidad. Toda la historia de nuestro joven país está en su memoria. Porque gran parte de ella tocó vivirla, como actor principal o testigo presencial. Porque la otra parte la recogió de labios de su padre, el abogado Míguel Páez Formoso, de quién heredó no solo el porte, sino también la veta artística de escritor, así como ese afán para encarar desafíos constantes por los caminos más inesperados.
UN ÁRBOL DE REGALO
El otro hombre -José Mujica- por su legítima investidura de Presidente de todos los orientales, al estrecharlo le ofrenda el justo y merecido abrazo de tres millones de compatriotas. También él, como Carlos, no es un hombre de una vida, sino de varias. Tal vez por eso eligió un regalo particular para la ocasión. Un árbol en desarrollo. Símbolo de arraigo a la tierra. Vaya uno a saber qué lugar escogerá Carlos, para que continúe su crecimiento en contacto con el suelo. ¿Alguno de los pocos y estrechos espacios aún vírgenes de Casapueblo o en la amplitud sin límite de su chacra de la Barra de Maldonado? Adepto a los símbolos es casi seguro que una vez elegido el lugar definitivo para su desarrollo, algún motivo surgido de su imaginación eternice el presente. Algo así como el “roble olímpico” que los alemanes otorgaban en 1936 a los ganadores de las pruebas junto con la medalla de oro.
El recuerdo vale una anécdota. En esos Juegos el equipo argentino de polo arrasó consagrándose campeón. Aquel pequeño roble, símbolo de la victoria en los campos alemanes, fue plantado en la entrada de la cancha de Palermo. ¡Y allí está aún! Gigantesco, manteniendo vivo el recuerdo del episodio junto a su fortaleza, a pesar que hoy el cruel paso del tiempo archivó en el olvido los nombres de Manuel Andrada, Roberto Cavanagh, Luis Duggan y Andrés Gazzotti, aquellos cuatro jinetes campeones!
“NUESTRO ‘CACHO’ CULTURA”
Alejado de todo tipo de protocolo, después de transitar con paso cansino por los estrechos pasillos interiores de Casapueblo, ambos –Mujica y Carlos- frente a la torta de cumpleaños, volcaron breves pensamientos. ¡Todo estaba dicho en ese abrazo silencioso del primer encuentro!
El Presidente de la República, fiel a su estilo, aseguró que “Páez es nuestro ‘cacho’ de cultura a quién el país entero tiene que agradecer lo que significa su figura para Uruguay y el mundo. ¡Gracias Carlitos por lo mucho que nos diste! Siempre habrá chiquilines que pinten y caritas pintadas”.
Carlos agradeció también con pocas palabras. Siguiendo la línea conceptual final del Presidente, recordó su tiempo de chiquilín cuando escondía las crayolas en la bolsa de la merienda que le preparaba su madre, allá en Pocitos, frente al mar. Tiempos lamentablemente idos, cuando la zona estaba poblada de elegantes y coquetas casas de estilo francés, mostraba un paisaje tan alejado del hacinamiento actual en los conventillos de lujo que borraron aquella rambla espectacularmente bella que aún surge de amarillentas fotografías.
LA EMOCIÓN DE FLORENCIO
-“¡Qué bárbaro mi viejo! ¡Qué convocatoria! ¡Vino hasta el Presidente de la República!” expresa Florencio, desde sus 24 años. Es el quinto hijo de Carlo,s de la media docena que ha procreado en su extenso tránsito por la vida. Que, si algo de peculiar también tiene las muchas vidas de Carlos, esta es otra de ellas. Por allí andan sus tres hijos varones –Sebastián, el citado Florencio y Alito-, fruto del amor con Anette, mezclados con sus nietos de la misma edad, testimonio de aquella pasión con Madelón de la cuál nacieron Beba, Agó y Carlitos.
Esa escena familiar que captan sus ojos mirando desde lejos, reconforta a Carlos, que esboza una tenue sonrisa cuando sus dos hijas mayores –ayudadas por Josema- traen la torta gigantesca, inmaculadamente blanca, representando esa Casapueblo construida por él mismo con la libertad del hornero, en desafío con las líneas rectas, pidiendo disculpas a los sesudos arquitectos.
“Ago es como el padre. Gauchaza. Siempre dispuesta a dar una mano. Va de onda donde la llaman. Siempre abierta. Esta mañana salió a comprar todas las cosas para hacer ella misma la torta con la imagen de Casapueblo”, cuenta su esposo, Josema, publicista de los de antes, profundo conocedor de la naturaleza humana, símbolo de un Uruguay perdido y añorado.
UNA POBLADA VARIOPINTA
Durante todo el día, el día de los 90 años de Carlos, Casapueblo vivió una poblada que conmovió hasta los cimientos de su viejo morador. Ni la “alerta amarilla”; ni el extraño transcurrir de la meteorología –tal vez asociada de este modo para que la jornada fuera imperecedera- detuvo el sentimiento de todo tipo de gentes que fue llegando desde la mañana, próxima al mediodía, extendiéndose como una misa pagana durante toda la tarde. ¡Poblada que explotó en la noche, cuando el Presidente Mujica y la Primera Dama -Lucía Topolanski-, llegaron envueltos en el temporal de lluvia que se hizo presente en la escenografía de Punta Ballena, justamente al caer la tarde!
Estaban todos los que tenían que estar en esta Casapueblo transformada en una especie de moderna Arca de Noé. La formalidad enjuta de Juan Carlos López Mena y su esposa, al lado de la chispa del “Pato” Celeste, haciendo las delicias de las mozas con su perfecta imitación de Donald. El calificado periodista argentino, Enrique Llamas de Madariaga, practicamente autoexiliado por el régimen K, con una programa matinal en Milenium. El escritor Diego Fisher en comunión con el “Laco” Domínguez, troesma del lunfardo tanguero, periodista del tiempo viejo que engalanó las páginas de “El Diario” y “El País” en épocas pasadas, que él mismo define con grandiosa precisión filosófica alejada de todo resentimiento por su ausencia actual del pelpa con letras...
-“Son otros tiempos los que corren. Ni peores, ni mejores. Diferentes…”
El Arqto. Benech y su permanente apoyo al propietario. Ariano, el exitoso bodeguero con quien Carlos encaró años atrás el emprendimiento del vino “Cuatro gatos”, destacaba otra faceta del artista relacionada con la actual propuesta desarrollada con el artista por la vitivinícola argentina El Esteco, en lujosa presentación:
-“Carlos es un caballero. Cuando le hicieron la propuesta me llamó para preguntarme si no me molestaba, si yo no lo tomaba a mal”.
“Cachila” Silva tampoco podía faltar. Lamentándose, porque el temporal truncó el viaje desde Montevideo de la muchachada de la eterna “Morenada”, la inmortal comparsa de negros y lubolos que fundó su padre, amigo de Carlos en aquellos lejanos años de comienzos de los cincuenta, cuando instaló su primer atelier en el conventillo “Medio Mundo” de Cuareim 1080.
Quede esta pequeña muestra como reflejo de la multitud de variopintos personajes que llegaron desde diferentes rumbos formando esa oleada de pueblo que inundó Casapueblo. El siempre excelente Mauricio Trobo, arreglador y músico en cuyos estudios Carlos grabó sus CD de candombe. El Alcalde de Punta del Este, Martín Laventure. En otro nivel de autoridades, se destacaba la presencia del Jefe de Policía de Maldonado, Juan Daniel Balbis; el Prefecto de Punta del Este, Juan Diez; el Jefe del Puerto, Claudio Ferreira, así como también el Cónsul de Argentina en el balneario.
Sergio Dalchielle, el médico de Carlos, famoso por sus paellas y Gonzalo Cortinas, el hacedor del club Lobos de Rugby. El ceramista Ariel Rodríguez, con sus noventa y dos años a cuestas y el recuerdo de su hermano, Olguíz Rodríguez, uno de los cerebros de aquel básquetbol uruguayo inolvidable. El francés Gerard Leclery, también nonagenario, que hoy vive en las sierras de Río de Janeiro. Compañero de aventuras en los años sesenta, cuando los sueños de Carlos anclaron por un tiempo en la Polinesia y después se trasladaron a África, en aquellos intentos por convertirse en el primer cineasta uruguayo. Se hizo presente durante la tarde. Quedó en volver. Asustado por el laberinto de escaleras y sin comprender como Carlos -de su misma edad- se anima a deambular por ellas, prefirió no retornar transcurriendo la lluviosa noche en el hotel.
Otro extranjero, que también llegó especialmente de Río de Janeiro, no pudo ingresar a Casapueblo. La enorme cantidad de automóviles estacionados a ambos lado de la pequeña ruta que desciende desde la Panorámica, generó tal confusión, agregada a la fuerte lluvia, que superó todas las previsiones de los siempre atentos servidores de la Policía Caminera, así como sus esfuerzos por ordenar un tránsito que se transformó en caótico. Kleber, otro de los amigos de Carlos de sus últimos años, trajo un regalo particular. La camiseta del Flamengo con su nombre y el número clave en la espalda. El 90…
LA FIESTA QUE CARLOS QUERÍA
Con muchos e inagotables “sólidos y líquidos” –para recordar a Omar Gutiérrez, con la frase que hizo famosa otro de los grandes amigos de Carlos- la fiesta cruzó la frontera del 1º. de noviembre. La fiesta que Carlos quería y que fue diseñando junto con su esposa -Anette- en la intimidad, mientras rechazaba cordialmente todo tipo de ofrecimientos. Los hubo de las más variadas y diferentes ocurrencias.
Allá por junio, el empeño de Kleber Leite junto con mi empuje -en presencia de Gustavo Oliveros-, pusieron en un frío mediodía invernal sobre una de las meta del “Rayo verde” –el bar de Casapueblo- una propuesta concreta que Carlos escuchó. El diseño partía de la espera de la llegada del 1º. de noviembre en la calle Cuareim frente al No. 1080, donde supo estar orgulloso en su pobreza el conventillo “Medio Mundo”. La invitación a que todo el que quisiera se arrimara esa noche del 31 de octubre al estrado donde actuarían Jaime Roos y una orquesta brasileña interpretando música de Vinicius, especialmente traída por Kleber desde Río. Unión musical entre los dos pueblos metidos en el corazón de Carlos. Al llegar la media noche comenzaría el tronar de los tambores de la vieja “Morenada”, con “Cachila” al frente y el nostalgioso recuerdo de su padre, Juan Ángel. Las banderas, el portaestandarte, las mamas viejas, los gramilleros, los escoberos, las bailarinas, y todos los presentes cantarían el tradicional “que los cumpla felíz”, justo al consagrar el reloj la hora cero y la llegada del cumpleaños. Todo ello regado con abundante tinto, chorizos y empanadas, para todos. Después, la jornada diurna en Casapueblo yen la noche una fiesta para los íntimos invitados de Carlos en el Sofitel montevideano.
-“Te agradezco. Después lo vemos. Dejame pensar…” respondió.
El Hotel Conrad ofreció organizar toda la fiesta en sus entrañas, en ese mismo lugar donde Carlos levantó su primer atelier cuando el viejo molino de La Pastora, en la parada 5, convocaba sus primeros duendes artísticos en la Punta, acurrucado por el suave oleaje de la Playa Mansa.
Rubén Pellicer y Pablo Díaz, los propietarios de la parrilla del Mercado Agrícola donde Carlos dejó su color en un mural que es una de las grandes atracciones que posee el remosado local, propusieron desarrollar allí la fiesta, en una noche de tamboriles en la vieja zona aledaña al Palacio Legislativo.
Eduardo Abulafia inició todos los preparativos para una velada sorpresa excepcional en el Hotel Serena, en Las Delicias, con la increíble escenografía de Punta del Este a su frente, sobre la playa y el mar. Orquestas, tambores y las puertas abiertas para todos los que quisieran llegar. Al enterarse Carlos paró rodeo…
-“Gracias Eduardo, no sabés como guardo tu gesto en mi corazón. Pero déjame pensarlo…” Otros amigos ofrecieron –Charlie entre ellos- una “fiesta lluvia”, preparando in situ los productos de mar; otros las pizzas y otros lo que se les ocurriera. Tampoco pudo ser.
En su interior, en lo más recóndito de su pensamiento, Carlos quería un día así. Sin importar los pronósticos sobre el mal tiempo. Que se iniciara con el abrir de las puertas de Casapueblo, transformando toda la jornada, cada paso de las horas, en un poblada incontenible de emoción, recuerdos, alegría y pensamientos futuros… La lluvia había cesado al entrar la madrugada. La reunión llegaba a su fin después que unos improvisaron tamboriles atronaron ritmos alejados del clásico “borocotó chás, chás” .
-“En este momento comienzan mis 91 años. Estamos en la lucha, querido”, fue la frase que musitó en mi oído cuando con el apretado abrazo, anunció que se iba a descansar. Una vida en la vida de Carlos, nacía en ese instante…