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Una remota chance





5 noviembre, 2016
Columnistas

Cuando empezaron los líos incontenibles en la Amsterdam (hace ya muchas décadas), se hizo una separación policial de hinchadas de Peñarol y de Nacional. Los de un cuadro, de la Amsterdam hacia la América; los del otro, de la Amsterdam hacia la Olímpica.

Cuando le separación policial fue superada por mayores líos, se hizo una división por orden policial de tribunas cabeceras entre las hinchadas, los de un grande a la Amsterdam, los del otro a la Colombes y se turnaban clásico a clásico.

Cuando la rotación fue superada por mayores líos, se hizo una adjudicación permanente por orden policial, Peñarol a la Amsterdam, Nacional a la Colombes.

Cuando empezó a haber líos además en la Olímpica, se hizo para los clásicos un pulmón policial para separar las hinchadas. Peñarol la Amsterdam y la parte de la Olímpica entre el pulmón y la Amsterdam, Nacional la Colombes y la parte de la Olímpica entre el pulmón y la Colombes.

Cuando ese pulmón fue superado, se hizo otro más grande, llegó a ser mayor que cada una de las partes de la tribuna destinadas a las hinchadas.

Cuando los incidentes violentos aún superaron todos los pulmones y prevenciones, se empezó a jugar partidos a puertas cerradas, pero las barras ahora matan afuera de los estadios, muy lejos de los estadios, en Villa García, en Santa Lucía, en cualquier momento, sin relación con que se juegue un partido o no.

¿Qué se va a hacer? ¿Una separación de hinchadas en el país? ¿Un pulmón territorial y que los de un cuadro vivan del pulmón hacia un lado y los del otro hacia el otro lado del territorio de Uruguay? ¿Una especie de muro de Berlín, como el que separó a Alemania en dos durante décadas? ¿un cordón policial que impida el pasaje de hinchas de Nacional o Peñarol de un lado a otro del país, con retenes y vallados en toda la línea demarcatoria? ¿Divisiones territoriales también para las hinchadas de los clásicos menores? ¿Un muro permanente de guardia policial en algún punto intermedio entre Capurro y Sayago para separar la de Racing de la de Fénix, por ejemplo?

Lo pregunto porque Julio Rodríguez, un historiador ilustre, decía que no hay nada más parecido a la verdad que una cronología de los hechos, porque muestra la tendencia que es determinante.

Una cronología es especialmente necesaria si lo que se intenta es revertir la tendencia. Si seguimos en la misma dirección que tomamos hace ya muchas décadas cuando empezaron los líos incontenibles en la Amsterdam, nuestro futuro es el pasado reciente de Sarajevo.

La policía sigue siendo desbordada. ¿Qué debe hacer el Estado?, ¿rodear de efectivos policiales las celebraciones onomásticas de cada club en cada localidad del país?, ¿cercar las sedes de los clubes para impedir salidas de vehículos sospechosos? ¿Militarizar los estadios cuando la propia policía no pueda controlarlos, en tiempos en que resulta dudoso que pueda controlar las cárceles y militariza algunas de sus áreas perimetrales?

¿Qué tanto puede hacer el fútbol, donde nuestra policía, que es la más eficaz de la región, con el mayor índice de resolución de casos delictivos denunciados, se ve superada?

¿Poner cámaras de identificación facial en las tribunas, en los baños, en las plazas de las ciudades y pueblos y desde cada muro donde pueda hacerse una pintada?

Ya lo escribí cuando la anterior suspensión del fútbol: está muy bien que se suspenda unos días en condolencia, para reflexionar y también para protegerlo. “La sociedad perderá durante estos días una válvula de escape a la violencia cotidiana que hace estragos a diario en las casas y en las calles, porque en realidad el fútbol ayuda a la sociedad jugando, los llamados “inadaptados de siempre” son, en verdad, los adaptados de siempre, que encuentran en el fútbol un cauce generalmente incruento para la violencia machista sistemática de la estructura cultural con que esta sociedad los adapta, que genera cotidianamente millones de incidentes cotidianos y mata, destruyendo a cientos, casi todas mujeres, por año.

Para defender al fútbol de una difamación criminal, era necesario que la tregua en ayudar fuese presentada como una parte de la ayuda, y, en rigor, es cierto que el fútbol, protegiéndose, ayuda, a la larga, a la sociedad.

Durante estos días seguiremos leyendo en los comentarios de las redes sociales y de todos los medios, futbolísticos o no, miles y miles de “bolso gallina puta chupapija culorroto”, “manya gallina puta chupapija culorroto”; “a los balazos correrte, matar a dos una vez más, fue lo mejor que me pasó en la vida” –anoche mismo vi pasar por Avenida Italia, mientras esperaba un bondi interdepartamental, a una y a dos decenas de gurises, varios con camisestas, cantándolo. No son cuatro gatos locos. Son producto de la cultura dominante en la gran mayoría de una población que además es un mercado.

Ahí está el más complicado de los problemas a resolver entre todos, el papel del mercado –también electoral, en los clubes y en la nación–, porque el mercado determina, y ha determinado desde hace décadas, a los dirigentes de fútbol y a las propias autoridades nacionales.

En el ámbito del fútbol, quienes más sufren este problema son Peñarol y Nacional, que ni siquiera están en condiciones –mercantiles– de darse cuenta cabal.

Siempre serán los grandes, siempre prevalecerán en hinchada, pero desde hace muchos años eso tiene un punto de nocividad creciente.

No sé a que hincha de cuadro chico se le ocurrió el eufemismo “clubes en desarrollo”, pero seguro que estaba pensando que los grandes ya eran clubes en deterioro. Si sé que fueron las hinchadas chicas y desacomplejadas, especialmente las de Defensor y Danubio, las que hicieron la diferencia de tendencia en los últimos cuarenta años. A la de Danubio la educó Lazatti; a la de Defensor, el profe De León. Cada cual desde su propia cultura aguantó una escuela y una política de fútbol, contraria a la dominante, con paciencia y  con perspectiva. Hace quince años en el palco de Jardines asistí a la expulsión de un hincha de Danubio porque le gritó tres veces a un jugador que la reventara. A la segunda se lo advirtieron; a la tercera los otros hinchas lo echaron del estadio. El irónico “y ya lo ve, y ya lo ve, el antifútbol otra vez” que canta la hinchada de Defensor Sporting cuando alcanza el objetivo, es cultura de la paciencia. Pero últimamente hubo varios síntomas de agrandamiento por parte de esas dos hinchadas: ya no esperan, ya no saben. ¡Qué decir de los grandes, de los enormes Nacional y Peñarol, Peñarol y Nacional! Tienen tanta historia que no existe desarrollo al que puedan aspirar. Su programa máximo es ser lo que fueron. Y no tienen plan B.

Se puede decir que “la policía actúa mal”, o que “no actúa” o que “cuando actúa los jueces liberan a todos los arrestados enseguida”, que “los jueces evitan sumar cientos de presos a los trece mil del ya superpoblado y en aumento sistema carcelario”, se puede hacer seguridad propia en las barras (y está bien)…”, pero ahora los hacinados en cárceles son unos cuántos más. Hubo quince procesamientos con prisión por los intentos de homicidio en Santa Lucía (ahora homicidio -las penas se agravan-) y no se sabe a dónde porque se teme por sus vidas. ¿Harán separación de cárceles como de tribunas? ¿Unas cárceles para hinchas de Peñarol y otras de Nacional? En ese estado de situación, ¿qué tanto puede hacer el fútbol?

A veces, en las canchas, me fijo en alguno de los muchos que pasan todo el partido gritando las mismas palabras en una catarsis descomunal: “puto” y “chupapija”, cada medio minuto; siempre pierdo la cuenta de cuántas veces ése de los muchos lo grita (a quien sea, por lo que sea, sin ninguna consecuencia ni motivo futbolero); un partido de fútbol para él son noventa minutos en que puede gritar esas palabras cientos de veces, expresándose sin tener que contenerse y luego ha de esperar una semana para poder volver a expresarse así, con esa intensidad durante tanto tiempo, con toda la necesidad que ha reprimido, aunque sea de ese modo tan tortuoso (lo hace en las redes sociales, aunque allí no pueda terminar amenazando con violaciones homosexulaes colectivas: “los vamo a coger, los vamo a coger”, como en la cancha). Cuando cada hinchada grita de la otra “son todos putos” es posible que ambas estén, en parte, en lo cierto, pero, en todo caso, son putos machistas, a lo SS (por mencionar un destacamento armado famoso en esa historia). ¿Que tanto puede hacer el fútbol contra toda esa cultura, que está en los medios, en las tribunas, entre los más violentos y entre los no tanto, en las calles y en las sociedades del mundo?

¿Qué tanto puede hacer el fútbol cuando además y sobre todo, eso es lo que el mercado vende? A pocos les importa cómo trabajó un equipo, qué método de entrenamiento utiliza día a día. Lo que vende es el título amarillo y la crónica roja, las drogas mafiosizadas por el espacio clandestino y su enorme poder de ganancia u otros negocios menores que se controlan desde la violencia no estatal, en un Estado que se supone debería tener el monopolio de la violencia.

Tampoco estas líneas pueden hacer mucho. Quizá sólo pedirles a los colegas (que saben del tema, que lo trabajan) que dejen de exigir para la galería más represión reactiva al grito e inútil para nada que no sea un nuevo ascenso en la espiral de violencia, que ya tuvimos demasiada de esa supuesta represión, que ha sido lo que nos trajo hasta aquí, en los hechos de una verdadera cronología.

Dentro de los estadios, en las tribunas, desde que se retiró la policía no ha habido incidentes cruentos mayores a los de antes. Espero que cuando vuelva con mejor tecnología el gendarme resulte más inteligente y eficaz. Y más aceptado (que no siempre lo ha sido, justa o injustamente), en un ambiente donde la violencia delictiva ha sido culturalmente bastante tolerada. En esos y otros aspectos culturales se juega la remota chance de revertir algo.

Y pedirles además a los colegas que menos aún exijan sanciones al fútbol sin culpas probadas de sus actores, porque castigar a justos por pecadores es la peor tergiversación de la justicia; propende a la continuidad del crimen (lo advertí desde aquel fallo contra Basáñez y Villa Teresa en 1993). ¿Qué culpa tienen los jugadores, los entrenadores, los recaudadores, los jueces, los dirigentes e hinchas que sencillamente disfrutan formando con sus sueños lúdicos parte del espectáculo fútbol, que siempre existieron y se diría que desde hace demasiado, demasiado tiempo, más que existir, resisten?

Nada les devolverá a sus seres queridos la vida de Hernán Fioritto y acaso nada alcance para revertir esta tendencia a la muerte sin sentido.

 

 


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