Un líder que nadie esperaba
El autor analiza con profundidad, y basándose en datos duros, el modo en que Gonzalo Bergessio pasó de ser un fichaje que daba cierta esperanza a convertirse en capitán, ídolo, goleador y referente.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Impulsada por Brian Ocampo, la pelota cayó pasado el vértice del área chica. Repentino y oportuno, como es su costumbre, resolvió en fracción de segundos. El golpe de pecho que sirvió para detener el centro, primero, y para tirar el balón al suelo, después, y el puntazo certero para pegarle hacia arriba se coronaron en un nuevo gol de triunfo. Aunque solo se jugaba el cierre del primer tiempo en el Tróccoli, una vez más su gol fue sinónimo de tres puntos para un Nacional de escasa generación de juego, que habitualmente lo asiste poco y mal.
Seríamos incapaces de cometer la insolencia de comparar este momento del centrodelantero con dos de las más notables figuras que la otra orilla platense le brindó a la rica historia tricolor. Es única hasta ahora, y seguramente insuperable en los tiempos de transferencias permanentes que corren, la estadística de Atilio García, el juninense que, apodado “Bigote”, llegó desde Boca Juniors a fines de la década del 30, y que acumuló más de 300 goles, transformándose en el máximo goleador histórico del clásico uruguayo y pilar, con sus conquistas, del Quinquenio conseguido a principio de los 40. No existiría lógica alguna que pudiera equipararlo tampoco al otro gran goleador argentino que llegó desde Palmeiras en 1969, tras destacarse en Independiente y en River Plate: Luis Artime, el “Artillero”, tal como lo denominaba Heber Pinto en sus relatos de Radio Oriental, consiguió cuatro Campeonatos Uruguayos, la Libertadores y la Intercontinental de 1971, más la Interamericana en 1972. Así se convirtió en ídolo indeleble y llegó a la cifra de 158 goles en el club.
Un Campeonato Uruguayo en 2019 y cinco torneos cortos no son números para nada despreciables para quien solo lleva algo más de tres temporadas en el club. Pero, naturalmente, no adquieren ni por asomo la relevancia de los logros conseguidos por sus compatriotas antes mencionados.
Épocas tan distintas en términos visuales, de mercado, de deporte y de la concepción misma de la palabra “entretenimiento”, contrastan cada aspecto. No faltará quien le reste mérito a su alto promedio de goles, sobretodo de este campeonato vigente, tomando en cuenta la calidad de los marcadores rivales con los que cuentan y el bajo nivel futbolístico interno. Pero también asomarán en forma inmediata los que defenderán sus goles con el argumento comparativo de los compañeros que Artime o García tuvieron en épocas doradas, en las que las delanteras se recitaban de memoria y el funcionamiento futbolístico iba a la par. Cubilla, Espárrago, Artime, Maneiro y Morales, a los que se le sumaban Prieto, Bareño o Mamelli, significaban algo así como el soporte en el que se movía, por supuesto con la destreza propia del brillante goleador de los 70. Luis Ernesto Castro, Aníbal Ciocca, Roberto Porta y Bibiano Zapiraín eran los socios por años que sustentaban al implacable goleador de la década del 40.
Sin calzar los ribetes de las destacadas glorias albas, a Gonzalo Bergessio le sobra paño en la actualidad para ser base y explicación del privilegiado lugar que ocupa Nacional en la Tabla Anual, y que lo conducirá a la definición del Uruguayo. Si sale campeón, se recordará por el muy buen nivel de su arquero Rochet, pero por encima de ello por la capacidad goleadora del argentino, la misma que el club tanto extrañó el pasado fin de semana.
Con 34 años encima, sin ningún título oficial ganado y con diez clubes defendidos desde sus comienzos en Platense, Instituto, Racing, Vélez y las dos etapas en San Lorenzo, más su participación en el exterior, con dos períodos en el Saint-Étienne y su pasaje por Catania, por el Benfica, por la Sampdoria y por el Atlas: así arribó el futuro capitán a al Uruguay.
Aclarando además, para que nadie se hiciera el distraído, y como muestra de su carácter: “Soy delantero, pero no goleador”. Una afirmación que sus últimos años avalaban: en Vélez había marcado 2 goles en 4 partidos, en San Lorenzo 2 en 35 jugados, en México 8 en 37 y en Sampdoria 2 tantos en 24 compromisos. Hay que remontarse a su paso por el Catania, entre 2010 y 2014, en el que disputó 100 partidos y convirtió 32 goles, para encontrar un antecedente contundente en las redes adversarias.
Los partidos, su adaptación al medio, su profesionalismo y el tipo de juego desplegado en el Campeonato Uruguayo lo hicieron sentirse cómodo. Y como siempre ocurre, la adaptación aportó seguridad y la confianza para una titularidad permanente. Su experiencia lo transformó en referente. Así, a la vuelta de la esquina tuvo el brazalete en el brazo. Hoy no lo discuten ni el hincha, ni el periodismo ni los rivales.
Atrás, muy lejos, y casi oculto y archivado, queda aquel paso en falso de la directiva actual, que en enero de 2019, en sus primeras determinaciones de acercar un cuerpo técnico argentino encabezado por Domínguez y en el afán de promover jóvenes y bajar sustancialmente el presupuesto, no renovó con el centrodelantero, al que luego de una derrota clásica veraniega salió a buscar como última opción, fuertemente presionada por la parcialidad y después de haberse tentado por otros atacantes extranjeros.
El barco se enderezó solo, y las pruebas están a la vista. Hasta el último temporal del final del año pasado, luego de la dura eliminación de la Libertadores ante River, sumada a la derrota clásica en el Campeón del Siglo y al desenlace de inconducta colectiva en plena burbuja sanitaria, el pasado reciente quedó atrás, luego de alguna aparición mediática de Bergessio que en principio pareció resquebrajar su relación con el grupo y la interna tricolor en varios aspectos. Pero sus generosos goles y su personalidad en la cancha han superado el trance y han fortalecido su imagen.
Marcelo Gallardo, que se fue campeón, solo alcanzó 15 partidos y, más allá de su actividad posterior como técnico exitoso en el club, su desempeño futbolístico, por distintos motivos, incluso una seria lesión, no marcó diferencia, como tampoco Diego Placente en el año 2011 la había marcado. Antes, a principios de los 2000, Pablo Islas o Carlos Juárez, más allá de algún gol puntual y de algún gesto para la tribuna, pasaron desapercibidos. En otras posiciones, ni Bertolo ni Matias Rodriguez, ni siquiera Matute Morales, que fue de los de mejor rendimiento por lejos, alcanzaron el grado de aceptación, el reconocimiento y la penetración en la parcialidad de este cordobés nacido en julio de 1984.
Sus 65 goles en 131 partidos son el aval más firme de un delantero que se las arregla solo, aun en las más nefastas situaciones. Ha marcado la diferencia en encuentros en los que ha tenido una sola oportunidad, muchas veces fabricada por el mismo. Buen cabeceador, querendón, fuerte y con gran sentido de ubicación en el área, aprovecha la oportunidad que le queda. Esa es su principal virtud, la que lo mantiene vigente y la que lo ha trasformado en uno de los extranjeros que quedará en el recuerdo del hincha y que, al final de su carrera, lo ha transformado ya no solo en aquel delantero sino en un goleador determinante, ascendente e imprescindible.