Un enfrentamiento no exento de historia
Uruguay y Chile se medirán como parte de una tradición que no es clásica pero que, sobre todo en los últimos tiempos, ha arrojado emoción y polémica, tal como recuerda el autor en este inmenso fresco.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Soñada noche primaveral. Rebozante como en cada oportunidad en la que Uruguay juega con chance como local por las eliminatorias, el Centenario asistió al consagratorio show de Luis Suárez. Oportunismo y calidad se dieron la mano, y llegaron los goles por arriba y forcejeando, o por abajo y con remates de distancia. Fueron cuatro, aquella fecha señalada y fácil de recordar: el 11 del 11 del 11. Solo unos meses antes el por entonces crack del Barcelona había sido destacado como la gran figura de la Copa América disputada en Argentina y ganada por Uruguay y, si algo le faltaba para situarse en lo más alto del ránking de preferidos, le bastaron 77 minutos esa noche que, ante un rival difícil y directo, marcó un antes y un después en quien se ha transformado en el goleador histórico celeste.
Hoy, y todavía con sobrevivientes de aquel partido, Uruguay -protocolo mediante- aguarda por el especial partido del debut, con tribunas vacías como lo establece la nueva normalidad y las lógicas normas de conducta sanitaria ante un rival tan impredecible como el COVID19, que cuando aparece vencido rebrota con la misma fuerza y eficacia del principio, sacudiendo ciudades y países que parecían tenerlo todo controlado.
Aquel día, Diego Godín y Martín Cáceres fueron dos de los titulares que acompañaron al gran artillero. Sebastián Coates estuvo en el banco de relevos, y Fernando Muslera, al que la fractura le priva de este inicio en la búsqueda de Catar, actuó en el arco. El resto de los futbolistas ya están retirados, y algunos no han sido convocados por distintas razones, aunque siguen vinculados con menos asiduidad. Y otros definitivamente fueron perdiendo sus chances, producto del inexorable paso de los años.
Si cierro los ojos, recuerdo al capitán Jorge Aravena, que había empatado el partido de penal, parado frente a la pelota, relamiéndose ante la posibilidad de esa pelota quieta que esperaba por su duro y experto latigazo, que ya había condenado a Rodolfo Rodríguez unas semanas antes, en uno de los goles de tiro libre más recordados de la historia, en la victoria trasandina por 2 a 0.
“Le pegué cruzado, casi sin ángulo, y salió fuerte, con mucho efecto. La gente me lo sigue recordando”. En una cafetería de la tradicional y hermosa zona de Providencia, Aravena tenía muy presente aquel tiro que se clavó en la red uruguaya, cuando parecía imposible que tan cercana a la raya final de la cancha pudiera ingresar con tal potencia y precisión. La amena conversación, grabada para un capítulo de “Fanáticos”, recorrió también aquella jugada a poco del final de la decisiva revancha en Montevideo. “En el momento me pareció que la pelota se había movido, pero recién después, cuando lo vi en la televisión, supe lo que había hecho Venancio Ramos”.
El “limonazo” del héroe de aquella tarde impactó en el momento y el lugar adecuado para mover unos centímetros la pelota por la que iba el pie zurdo del especialista chileno. El balón se ubicó a un metro de la raya del área de la Colombes, y apenas metro y medio hacia el sector de la tribuna América. Rodríguez había colocado ocho en la barrera, y al costado y hacia el otro sector estaba Venancio Ramos, quien se agachó, recogió un limón de los tantos que habían caído al terreno, producto de un clima muy tenso generado en los enfrentamientos anteriores de Copa América en 1983, y lo tiró para que moviera la pelota cuando ya el chileno había emprendido la corta carrera para pegarle. Faltaban escasos minutos, y Uruguay sostenía el 2 a 1 que lo clasificaba, porque sin triunfo el que se metía en México 86 era Chile. “Ese día marqué el gol de la victoria. Ejecuté el penal más difícil que nos dio el 2 a 1, pero la gente recuerda el limonazo”. Venancio Ramos lo cuenta siempre: pocas veces tuvo una tarde tan redonda como aquella del 7 de abril de 1985 que devolvía a Uruguay a los mundiales, después de las ausencias en Argentina 78 y España 82.
El partido de hoy formará parte de un historia de encuentros muy recordados entre ambas selecciones, que a mi juicio nunca se transformó en un clásico, más allá del empecinamiento de los chilenos en intentar crearlo, desconociendo la sideral distancia estadística y de historia entre uno y otro. El último encontronazo fue en 2015, cuando un muy buen equipo local dejó por el camino al seleccionado de Tabárez para encaminarse a su primer título. Hasta ese momento, Chile nunca había ganado absolutamente nada. Fue la noche de la indignante actitud de Jara con Cavani que exasperó a la inmensa mayoría de los uruguayos y generó para el final de ese juego y en lo previo a partidos posteriores un clima tenso.
El que inicia esta eliminatoria ingresará como el primero jugado en estas condiciones que exige la pandemia. Tribunas desiertas, voces que retumbarán en el inactivo cemento, jugadores que llegan en una burbuja sanitaria y en muchos casos arrastrando inactividades prolongadas. Si vaticinar en este tipo de competencias insume un riesgo grande, si en la eliminatoria gravita desde la localía, el clima, la topografía y el largo proceso de partidos que implica factibles lesiones, sanciones, suspensiones y viajes desgastantes, esta primera fecha en especial, con futbolistas de medios cuyas ligas no han comenzado, otros que han padecido el coronavirus, con humanos temores y reservas para lo que significa viajar en estas condiciones mundiales, algunos que están con la mente en su renovación de contrato o en la firma de su pase, existe una incertidumbre que sale de lo común.
Hicieron historia en la Copa América, porque son ellos, chilenos y uruguayos, los que jugaron el primer partido de todos, cuando el 2 de julio de 1916, en el estadio de Gimnasia y Esgrima, Uruguay le ganó 4 a 0 con dos goles de José Piendibene y otros dos de Isabelino Gradín, inaugurando la Copa América (en ese entonces un Sudamericano con solo cuatro selecciones).
No son muchos los que definieron un torneo continental, y Uruguay y Chile lo hicieron también en Argentina, pero el 12 de julio de 1987. Relatamos para Canal 4 aquel remate de afuera del árera que sacudió las manos de Roberto Rojas y que permitió que en el rebote Pablo Bengoechea anotara el gol del triunfo que valió el título en un durísimo y muy áspero partido que significó la decimosegunda consagración celeste.
Esta será la decimoséptima vez que ambas selecciones estarán frente a frente por un lugar en un mundial. Mazurkiewicz, Ubiña, Ancheta, Matosas y Caetano, Montero Castillo, Roche y Cortés; Cubilla, Zubía y Bareño, dirigidos por Juan Eduardo Hohberg, fueron los primeros en jugar en 1969 ante los chilenos por eliminatorias, empatando 0 a 0 en el Estadio Nacional, para luego vencer en Montevideo 2 a 0 con goles de Cortés y Rocha, lo que valió la clasificación al recordado mundial de México 70 en que Espárrago sería protagonista y Uruguay se privaría, por una lesión, del talento del propio Rocha.
El año 2019 marcó, tras el Mundial de Rusia, el comienzo de la era del colombiano Reinaldo Rueda al frente de Chile. Con una Copa América en Brasil que le sirvió para analizar, pero apenas para inculcar sus ideas, y con algunos jugadores de importancia que queman sus últimos cartuchos, la postergación de la Copa de Argentina y Colombia y, por sobre todas las cosas, la inactividad de sus talentos, le privó de trabajar, conocerse más y probar. Esa es una de las grandes ventajas que saca Uruguay en esta ocasión. Faltará Muslera por la lesión o Cavani por la situación especial que vivió antes de estampar su firma en el fútbol inglés, pero los más nuevos, salvo Oliveros, que tiene su primera convocatoria en la mayor, cuentan con varios entrenamientos, algunos viajes, minutos en cancha y hasta alguna titularidad en amistosos. Hay una base firme, una idea sabida, una planificación en curso. La pandemia interrumpió la actividad, pero es más fácil repasar lo que ya se sabe que tener que aprender lo nuevo que pretenda el técnico de turno, y esto no solo corre para este partido y este rival, aún más bravo es el panorama de Ecuador, que será el segundo rival del calendario en Quito.
Por ello, nada será sencillo, y Uruguay lo sabe como nadie. Pero aun cuando esta especial coyuntura afecta a todos, el proceso y el tiempo de trabajo generan un respaldo y una ventaja que debería aprovechar el equipo celeste. Si lo hace o no, es algo que sabremos en pocas horas.