“Tres millones de proxenetas”
Al director técnico José Ricardo De León don Carlos Solé lo detestaba.
Detestaba a los directores técnicos en general, decía que eran “los proxenetas del fútbol”.
Y don Carlos no era de los que acostumbran a ser imprecisos con los términos que utilizan. Por el contrario, la precisión de palabra de Solé era asombrosa. Muchas palabras poco comunes se introdujeron en el habla popular de los uruguayos porque él conformaba las figuras de su narración con términos muy precisos.
“En la intersección de las tribunas Olímpica y Amsterdam, Joya bailotea con la pelota” era una figura, como “se produce un scrimage” o “tiro libre para Nacional, a manera de corner corto, en el cuadro 23”, porque hubo una época en que el partido que relataba Solé se jugaba en la cancha de papel que CX 8 repartía entre sus oyentes. Recién en los años setenta llegaría al relato de fútbol uruguayo (y se impondría) el primer realista: Víctor Hugo Morales. Solé narraba con figuras de ficción bien definidas, más funcionales que las de otros relatores de la primera época (como Duilio De Feo o Cheto Peliciare), y distanciando el terreno en la imaginación del oyente. Cuando se excedía en un término, pedía disculpas. “Si se me disculpa –o “si se me permite”- la expresión poco académica”, decía, pero a los directores técnicos no les pidió disculpas por llamarlos proxenetas, ni siquiera ante un juez.
En rigor, la expresión proxeneta poco académica no es, pero sí brutalmente ofensiva para los directores técnicos. La Asociación Uruguaya de entrenadores de fútbol le hizo juicio para que se disculpara. Solé se negó rotundamente a retractarse y fue procesado sin prisión.
Todos sabemos que el Uruguay somos tres millones de directores técnicos de fútbol, pero hubo uno en particular al que don Carlos consideraba el mayor de los proxenetas: el profesor José Ricardo De León.
Desde que éste apareció como técnico interino de Nacional en 1965, aplicando ya un esbozo de su sistema, con excelentes resultados, Solé lo tildó de defensivo y educó el gusto de los periodistas y de los hinchas de la época -porque así como existe una educación para la ciencia y para la técnica, también existe una educación para el gusto-. Solé era formador de opinión casi unánime.
Pasaron los años y a De León le tocó llegar al estadio Centenario enfrentando con Defensor a Peñarol y a Nacional, que era el Campeón del Mundo (1971). “Inmediatamente Carlos Solé se convirtió en enemigo del sistema De León, criticándolo, una vez sí y otra también, con singular dureza –reconoce Atilio Garrido, quien trabajaba en el equipo de CX 8, al lado de don Carlos–. “Solé era, en ese entonces, el narrador número uno del Uruguay con una audiencia tremenda, casi unánime. Cuando los violetas salieron a la cancha, el público y los periodistas no entendieron nada. Baudilio Jauregui llevaba en su espalda el número 11 y era el back derecho; Miguel Puppo, nada menos que el centrojás, tenía el 9… y así ocurría con todos. Solé comenzó a despotricar por el micrófono…
-No puede ser, esto es antirreglamentario, es otro invento de este director técnico payaso…
El término no era impreciso. De León era un gran admirador de Chaplin y tenía bastante del mejor payaso de todos los tiempos. Varios gestos escénicos suyos le sirvieron para consolidar sus hazañas. Por ejemplo, cuando en el partido final en que coronó campeón uruguayo por primera vez en la historia a un cuadro chico, él se retiró del campo, caminando lentamente junto a la raya, cinco minutos antes de terminado el partido, para dar a entender que ya estaba cerrado, ganado, definido y para captar en su largo trayecto la atención del público, enfriando aún más el remate del partido.
En ese mismo campeonato, ordenó a sus jugadores no hacer ningún festejo ni gesto de alegría siquiera, cuando les ganaron a los grandes en el estadio, entrar al túnel como si nada raro hubiera pasado, dando a entender que sólo festejarían la obtención del título, en una época en que ningún chico lo había conseguido y las muy infrecuentes veces que le empataban tan sólo a Peñarol o a Nacional, hacían la tal fiesta (la historia secreta dice que cuando cerraron el vestuario, antes de permitir la entrada de los periodistas, dieron rienda suelta a la euforia, pero la teatralización en el escenario fue perfecta).
Teatralización brechtiana cuando dio la vuelta olímpica hacia la izquierda en 1976, el año más cruento de la dictadura. Defensor se consagró el primer cuadro chico Campeón Uruguayo profesional, rompiendo cuatro décadas de hegemonía de Peñarol y Nacional.
Más de cuatro años antes, aquella tarde en que Solé lo trató de payaso, De León también había pensando en la escena, porque si bien ya practicaban el sistema desde bastante antes y entre relevos y coberturas poco podrían definir los periodistas de qué jugaban algunos de los violetas, lo cierto es que, hasta el momento mismo de ingresar, no les avisó a sus futbolistas que entrarían a la cancha con números cambiados.
Cuando el utilero Méndez iba a repartir las camisetas al estilo tradicional, el Profe se las quitó de las manos, las puso dobladas sobre la mesa de masajes y les dijo a sus jugadores:
-Cuando vayan para la cancha agarren sin fijarse en los números. (Estamos hablando del año en que Johan Cruyff comenzó a usar la número 14 como internacional por primera vez -en Holanda lo hizo contra el PSV a fines del año anterior, porque venía de una lesión y Gerry Muhner se había quedado con la 9). Tiempo después Pepe Schiaffino escribió en su columna de Últimas Noticias: “Quién o quiénes hayan sido los pioneros en crear esa forma de actuar, nunca se sabrá bien. Alguien asegura que fue Mitchels, otros se lo atribuyen al profesor José Ricardo De León, aunque a pesar de todas estas versiones es muy difícil establecer fehacientemente cómo y cuándo alguien llevó a la práctica el sistema, que posteriormente tuvo resonancia a nivel mundial”.
Defensor, en realidad, pese a la acusación de Solé, estaba dentro de lo que siempre permitieron las leyes del juego, que obligan a numerar a los jugadores pero no a que los números indiquen posiciones. Un lema del Profe era: “dentro del reglamento todo” y fue un gran estudioso del reglamento. Partió del reglamento para edificar su sistema. “El reglamento dice que se juega con una sola pelota -fue su primer hallazgo-, por lo tanto no tenemos que marcar a Artime, tenemos que marcar la pelota para que no le llegue a Artime. ¿Cuántas veces por partido toca Artime la pelota? Tres y ¿cuántos goles hace? Dos. Por lo tanto si le llega la pelota estamos liquidados. Nosotros a él no lo vamos a marcar, ni hombre a hombre ni en zona ni con referencia, nada, vamos a marcar a la pelota para que no le llegue”.
Y en aquel primer tiempo a Artime la pelota no le llegó. Durante los primeros cuarenta y cinco minutos contra el Campeón del Mundo, Defensor no dejó pasar a Nacional de la mitad de la cancha, poniendo el bloque en cancha rival y obligándolo a salir de pelotazo para lo que aquel Nacional no estaba preparado. ¿Era defensivo como decía Solé -y “antifútbol”- o era potentemente ofensivo ese sistema? Cruyff dice que gana el que tiene la pelota y marca más que el rival. ¿Es ofensivo o defensivo? Lo cierto es que Uruguay no pudo mostrar sus cambios, porque a pesar de sus hazañas -o por ellas-, el Profe no pudo dirigir a la Selección, por cuestiones políticas que Rinus Michels -y el propio Carlos Solé, sufriéndolas tanto como el Profe; en éstas, de su lado- entendieron en sus momentos, pero ese es otro tema.
Antes de salir campeón con Defensor, al Profe lo llevaron los argentinos para ganar su serie con Rosario Central y salió Campeón con Cúcuta en Colombia (también fue Campeón en México con el Toluca –todos cuadros que no estaban entre los que normalmente definían los campeonatos-). Se hizo famoso entre quienes sabían que estos resultados en Uruguay no son inocentes: “En la Copa Uruguaya de 1972 los violetas alcanzaron el tercer puesto totalizando 26 puntos, dos menos que Peñarol (28) que fue el segundo, pero, más allá de la ubicación final, durante todo el año Defensor mostró un fútbol nuevo, revolucionario y que, justamente frente a los grandes y en el Estadio Centenario, resultó altamente positivo al extremo que de los cuatros partidos disputados le ganó a Nacional y a Peñarol un partido y empató el otro con los aurinegros. De 8 puntos en juego ante los grandes los violetas lograron 5 unidades” (Garrido, Segunda Parte de “Mi revolución”).
El plantel con el que se manejó en 1972 no tuvo grandes variantes con el del año anterior, consciente de la necesidad de trabajar con una base que fuera dominando el conocimiento perfecto del sistema. Jauregui, Líber Arispe, Puppo, Caresani, Leonardo Hernández, Juan Carlos Leiva, Omar Mondada, Alfredo Cáceres y Gustavo León, los que agregó a otro veterano, Jorge Oyarbide, a quien De León ya había dirigido en Nacional.
En 1978 Nacional ganó la Liguilla dirigido por el Profe De León, siendo goleador Alfredo De los Santos, polifuncional, con el número 14. Homenaje a quien, como ellos, no estuvo ese año en el Mundial, en el fondo por el mismo motivo (ver http://www.tenfield.com.uy/de-que-jugaba-el-14/). El Profe al salir campeón, se fue del estadio caminando por la tribuna Olímpica en vez de hacerlo por el túnel de la América, en otro gesto escénico que Solé ya no hubiese cuestionado con acritud.
Esa misma temporada, Nacional fue de gira a Europa y jugó, invicto, cuatro partidos en Holanda, ganándole cuatro a dos al Feyenoord de los mellizos Willy y Renee Van de Kerkhof. En el festejo, como durante toda la gira, los futbolistas de Nacional no tenían quién los cuidara, porque estaban encargados de cuidar ellos al profesor De León, quien “había encontrado en los jugadores del plantel una fuerza espiritual y un apoyo que nunca olvidaría” cuando asiduamente se refugió en el alcohol, durante el duelo por la muerte de su esposa, aún joven.
Alfredo De los Santos dice de él:
“A mí ningún técnico me enseñó fundamentos, exceptuando al profe De León, que me tuvo muchísimo tiempo trabajando perfiles y visión periférica. Trabajaba específicamente conmigo, después de cada entrenamiento, durante seis meses. Me tiraba la pelota de atrás, desde la mitad de la cancha, sin que yo la mirara de frente –la veía de costado– y me hacía picar y pegarle antes de llegar al área. Me tiraba unas de la derecha y otras de la izquierda. Yo tenía que estar siempre contrario a la pelota; si iba por la derecha, yo tenía que estar por la izquierda; si por la izquierda, tenía que estar por la derecha, y siempre con el perfil preparado, tenía que orientarme viéndola de costado. Además me enseñó desenganches, relevos, regresos… había mucho trabajo. Después ningún técnico me enseñó nada de fundamentos. El día que yo sea Director Técnico, lo primero que voy a hacer es explicarle las cosas de cada puesto a cada jugador. Menos las del arquero que no las sé, porque es la única función que no desempeñé como jugador profesional. En River argentino la ventaja que yo tenía es que jugaba en cualquier puesto. Por eso estuve siete años. Estuve con Labruna, con Di Stéfano, con Cubilla, con Cap… Di Stéfano tenía sesenta y pico de años y corría a la par nuestro. Dos horas de entrenamiento y corría las dos horas. Fue el único técnico que yo tuve que entrenaba exactamente igual que nosotros, hacía todos los ejercicios físicos con nosotros a las órdenes del preparador físico. ¡Y qué jugador que era! ¡Por favor!…
Otra de las aparentes paradojas de Ricardo De León es que como jugador fue un 10 elegante, técnico y pisador, en la tercera de Nacional y en Defensor (donde hizo tandem con el Loncha García), llegando a quedar preseleccionado para el Mundial del 50, pero si hablamos de espejos, que valga esa exclamación del 14 De Los Santos sobre Alfredo Di Stéfano, “¡Y qué jugador que era! ¡Por favor!…”, para medir el valor del trabajo de un entrenador, aunque en ese caso, aparentemente, no hiciera, ni más ni menos, que entrenar a la par de sus dirigidos.
Con todo, supongo que entre tres millones, Solé también tendría cierta parte de razón.