Tiempos entrelazados
Siguiendo el espíritu del bestseller de Pablo Cohen, "Desde adentro: Uruguay Mundial", el autor revela con sutileza las tramas de gloria detrás del hilo celeste que une México 70 con Sudáfrica 2010.
Escribe: Juan Carlos Scelza
La década del 80 marcó el regreso definitivo de la mayoría de los integrantes de la generación que conquistó el cuarto puesto en México 70 y que formó en buena parte la base que participó del mundial de Alemania en 1974, con un rendimiento y un resultado muy diferente a aquel.
Aun con un breve paso a mediados de los 70 por Peñarol después de jugar en España y en el Atlético Mineiro, Ladislao Mazurkiewickz recaló en Cobreloa y en América de Cali, hasta volver definitivamente para termina su carrera en los aurinegros en 1981. El arquero, una auténtica leyenda del fútbol celeste, fue mundialista en tres ocasiones, y hasta hoy se mantiene entre los que más partidos han disputado en esa competencia. Gran actuación en Inglaterra, fundamental para llegar a semifinales de México, y explicación de porqué Uruguay no perdió por mayor cantidad de goles algunos partidos en Alemania.
Patrimonio vivo. Su cabezazo forma parte del más rico patrimonio uruguayo. La endiablada maniobra de Cubilla desparramó al marcador soviético y le permitió conectar aquel frentazo que selló el pasaporte a las semifinales en el alargue del estadio Azteca. Formó parte del grupo que fue al Mundial de 1966, aunque no tuvo minutos, fue titular inamovible en México 70, y también en los tres partidos jugados en 1974. Víctor Espárrago regresó para transformarse en figura del Nacional campeón de América y del Mundo de 1980 y 1981, como ya lo había logrado diez años antes, extendiendo su carrera hasta 1982, tras haber jugado en Sevilla y en Huelva.
La llegada de Maximiliano Pereira, luego de doce temporadas ininterrumpidas en Portugal, donde logró múltiples títulos con Porto y con Benfica, no es ni más ni menos que el arribo de unos cuantos integrantes de la generación que cosechó el cuarto puesto en Sudáfrica y la Copa América en Argentina, y que recalan en Uruguay para finalizar su carrera.
Al mismo Peñarol llegaron unos años antes Cristian Rodríguez y Walter Gargano, tras haber jugado varios años en el exterior. El primero, por doce temporadas en mercados como Italia, Francia, Portugal, España, Brasil y Argentina, y el segundo en Nápoles, Inter, Parma y Monterrey.
Entre los tres suman 299 partidos de selección. 125 de Pereira, 110 de Cristian Rodríguez y 64 del sanducero Gargano. Cada uno desde su aporte, sobresaliendo en alguno de los muchos años en los que participaron del ciclo orientado por el maestro Tabárez.
Diego Forlán, el máximo artillero y mejor jugador del Mundial de Sudáfrica 2010, estiró su magnífica carrera en el exterior, brillando en Independiente, Manchester United, Villareal y Atlético de Madrid. De hecho, fue en España donde ganaría dos veces la Bota de Oro de Europa. Luego del Mundial, pasó al Inter de Milán y al de Porto Alegre y, si bien jugó unos meses en Japón y Hong Kong para colgar los zapatos, en realidad el año que militó en Peñarol fue algo así como la buscada –y conseguida- despedida en casa.
Con 112 partidos y 36 goles, fue por años el referente generacional uruguayo, como había sido Pedro Rocha para aquel equipo, también cuarto cuarenta años antes. Por presencia, estampa, capacidad y goleo, el salteño que jugó cuatro mundiales -Chile 1962, Inglaterra 1966, México 70 y Alemania 74- era la pieza más importante de esos años del fútbol uruguayo. La diferencia con el resto es que, considerado en varias temporadas el mejor volante de todo Brasil, se afincó en San Pablo y, aunque varió de equipos, el extraordinario volante que brillara en Peñarol nunca más regresó. Solo salió unos meses del gigante norteño, para finalizar su carrera en México.
Otro Forlán. El padre de Diego, Pablo Forlán, integrante de la selección de fines de los 60 y principios de los 70, retornó a Uruguay en 1977 tras jugar años en San Pablo y en Cruzeiro, y se puso la camiseta de Peñarol, Nacional, Sud América y Defensor, donde culminó su actividad.
El caso de Julio Montero Castillo, volante central del Mundial del 70, es similar al de Arévalo Ríos. El sanducero culmninó su actividad en Sud América, luego de años exitosos en el exterior, mientras que el “Mudo” lo hizo en 1979, en Fénix, tras su regreso a Nacional, luego de haber jugado años en Independiente, Granda y Tenerife.
En tiempos en los que no existía la emigración actual y sólo salían del país unos pocos privilegiados a mercados que costaba que se abrieran, ocurrió lo mismo con figuras de relieve como Juan Martín Mugica, quien volvió en el 78, después de varios años en Francia, para jugar en Liverpool y terminar en Defensor. Ildo Maneiro, un futbolista marcado con el sello de la elegancia y la precisión que había triunfado con el tricolor, también desde Francia volvió al país, sorprendiendo con su llegada a Peñarol en 1976. Y dejó de jugar en 1982 en Nacional, tras un breve pasaje por Progreso.
En tanto, Julio César Morales, después de su éxito en Austria regresó a Nacional para ganar su segunda Libertadores e Intercontinental. Y Luis Cubilla, después de haber jugado en el Barcelona y en River argentino y de haber iniciado su trayectoria en Peñarol, volvió a Nacional para ganar la Libertadores y la Intercontinental del 71, y aunque tuvo un pasaje en Chile por Santiago Wanderers, aceptó el desafío de terminar su carrera en Defensor, con el que logró, fiel a su costumbre ganadora, el histórico Campeonato Uruguayo de 1976.
Fueron esos años 70 los que arrimaron algunas camadas de juveniles que aparejaron el recambio que comenzó con la obtención de los torneos sudamericanos de la categoría y con muy buenas figuraciones mundialistas, para consolidar la base de las conquistas de la formidable década del 80, rebosante de títulos continentales y mundiales clubistas y de la selección.
Los actuales Torreira, Valverde y Bentancur son las relumbrantes apariciones de Paz, Saralegui y Venancio Ramos. José María Giménez es el Nelson Gutiérrez de aquel momento. Brian Rodríguez, Darwin Núñez y Lozano, algo similar a Rubén Sosa o a Carlos Aguilera. En definitiva, se trata del recambio que llega de la mano de la innegable capacidad individual, pero a su vez de la planificación de los procesos. En ese entonces, bajo la batuta del Raúl Bentancor y, desde hace años, bajo la cúpula del maestro Tabárez.
La solvencia de Muslera en el arco, la fortaleza y temperamento de Godín en zaga, la polifuncionalidad de Cáceres y la exuberante capacidad goleadora de Luis Suárez y de Cavani constituyen los últimos vestigios de una gran generación que, por el curso natural del tiempo, deterioró su vigencia. La eliminatoria ya lo es -y el Mundial de Catar lo será aún más- el último tramo en el que los veteranos entregarán la posta, mezclados a la madurez adquirida por algunos a los que Tabárez ha hecho debutar siendo muy jóvenes, y a los primeros pasos de otros. Algo muy similar a lo sucedido hace cuarenta años. Como si el tiempo se obstinara en entrelazarse.