Tiempo de confesiones
Carlos "Pato" Aguilera protagoniza "El hambre y la gloria", un bestseller sobre la redención cargado de honestidad, cuyo primer capitulo su autor comparte en exclusiva con los lectores de Tenfield.
Escribe Pablo Cohen
El hijo de Carlos Alberto Aguilera Pensotti y de Marta Alba Novas Candia se llama, como su padre, Carlos Alberto Aguilera, y el pasado 21 de septiembre cumplió 59 años de edad. Pero siendo más joven que otros referentes de una generación repleta de cracks, el “Pato” Aguilera ha sido el actor protagónico de una vida particularmente intensa.
Exjugador de River Plate, de Nacional, de Racing de Avellaneda, de Independiente de Medellín, de Tecos de México y de la selección uruguaya, ídolo innegociable del Club Atlético Peñarol y del Génova -el decano del calcio-, Aguilera jugó dos Mundiales y dos ediciones de la Copa América, que Uruguay ganó en 1983 con una actuación providencial del por entonces sorprendente delantero.
Máximo goleador de la Copa Libertadores de 1989, Campeón Uruguayo con Nacional -institución por la que sigue sintiendo un respeto y un agradecimiento profundos- y, en cinco oportunidades, con Peñarol -el otro nombre de su corazón-, su apellido es sinónimo de gloria, de magia, de inteligencia y de desparpajo.
Pero el futbolista que también obtuvo la Copa Italia de 1993 luego de que el Torino venciera al cabo de dos partidos a la Roma de Vujadin Boškov tiene un valor agregado: el que conforma la materia prima de su alma, transparente hasta en el más explícito de los errores.
Sobre ese carácter, sobre aquella trayectoria y sobre una vida inverosímil, Aguilera habló, como nunca, en el libro “El hambre y la gloria”, un singular éxito de ventas que se puede adquirir en https://shorturl.at/fhiD6, y cuyo primer capítulo su autor comparte por primera vez, en exclusiva para Tenfield.com.
-Jerry West, el ex basquetbolista estadounidense que vivió una infancia muy difícil y se convirtió no solo en el logo de la NBA sino en el ejecutivo más importante de su historia, porque con su ojo de mago armó franquicias ganadoras y descubrió o convenció a algunas de las superestrellas más relevantes de las últimas décadas, escribió lo siguiente en su biografía “West By West”: “Soy muy consciente, porque yo mismo lo siento a veces, que cuando la gente lee un libro hay cierto escepticismo en relación al material, tal vez porque no tiene una sensación agradable sobre el autor, o porque siente celos. En mi caso, ha implicado mucho coraje que empezara siquiera a hablar de algunas cosas que he ocultado durante tanto tiempo. Aun así, habrá gente que dirá: ‘Oh, esto no sucedió, y esto otro no pudo haber pasado’. Bueno, ellos no vivieron mi vida. Simplemente no saben cómo fue”. ¿Alguna vez estuvo presente esa sensación de inverosimilitud respecto de su propia vida, repleta de hechos cinematográficos?
-La reflexión es extraordinaria. Don King, cuando se retiró, ¿le explicó a otro empresario cómo hacer las cosas? No. Entonces, lo que dice este señor no solo es impresionante, sino que también habla de su generosidad. Después, ¿si alguna vez sentí eso? Sí, sobre todo hoy. Primero, a mí me pasó todo muy rápido. Como dijo Maradona, “me pegaron una patada en el culo y pasé de Villa Fiorito al Barcelona” (risas). Diego tiene razón, porque, ¿qué quiere decir eso? Que no estás preparado. Yo empecé a jugar al baby fútbol a los cinco años, me llevó a mi primer partido un amigo de la familia y metí dos goles. O eso me dijeron, porque no lo recuerdo. Después de lo que hice en el Club Social y Deportivo Iriarte, tras haber estado en todas las categorías del baby fútbol –Chatitas, Churrinches, Gorriones, Cadetes, etcétera-, participé a los 12, 13 años, con una selección dirigida por mi padre cuya base era River, de un sudamericano de baby fútbol que se jugó en el Campus, y salimos campeones. Te digo más: Sergio Gorzy le preguntó a mi padre: “¿Quién es este chico”? Y mi padre contestó: “Carlos Aguilera”.
-¿Por qué no dijo “mi hijo”?
-Porque le daba vergüenza y porque no quería que yo jugara en Primera.
-Sin embargo, lo quería mucho.
-Mucho: yo le debo todo.
-¿Quién lo hizo debutar?
-El primero que me hizo jugar fue Walter Taibo, pero debuté a los 15 años gracias la persona que me descubrió futbolísticamente: Sergio Markarián.
-Que siempre supo mucho de fútbol.
-¿Sergio? Fue el mejor técnico que tuve. No tengas dudas.
-Volvamos a la “vida de película” y a lo rápido que ha pasado.
-Es una sensación que tengo recién ahora. Yo digo: “¡Pah, todo lo que desperdicié!”.
-¿Por qué?
-Porque no estudié. Eso me lo voy a reprochar toda la vida. Si hubiese estudiado, no hubiese cometido los errores que cometí. Y aparte, quizás no estaría viviendo acá. Hoy, si no estás preparado, si no estás aggiornado, si no sos profesional, si no te educaste, si no sos una persona correcta fuera de la cancha, perdiste. Al que juega bien lo van a contratar, pero si además anda en los boliches…
-Hay ejemplos claros de futbolistas a quienes la educación los benefició mucho, como Gustavo Poyet, Diego Forlán o Enzo Francescoli…
-En la selección de 1981 que salió campeona del Sudamericano Juvenil en Ecuador, Enzo tenía un Volkswagen amarillo divino. ¿Sabés lo que era ver un auto para nosotros, que nos tomábamos 14 ómnibus? Fijate dónde está el Enzo y dónde está el “Tano” Gutiérrez ahora. Y fijate dónde estoy yo.
-¿Dónde está usted?
-En el lugar en el que tengo que estar. ¡Pero recorrí el mundo a pesar de todo!
-¿Para usted requiere coraje, como afirma Jerry West, mirar el pasado con el corazón en la mano?
-Sí. Y a veces hasta me da vergüenza lo que pasó, porque muchas de las cosas que tuve las desaproveché. Por eso recalco la educación: porque te orienta. Después vos podés hacer lo que quieras. Si no, todos los que tuvieron una buena formación se comportarían correctamente.
-Volvamos a su padre. ¿Qué quería él para usted?
-Justamente: que estudiara.
-¿Qué significa él, que falleció hace pocos años, desde el punto de vista emocional?
-Todo, como mi vieja. Además, deportivamente fue quien me marcó el camino. Me dijo: “Vos andá por acá”.
-Carlos Aguilera, ¿era cariñoso pero exigente?
-No: era justo. Escuchame: nosotros jugábamos en las formativas los domingos de mañana y, si bien podías ir a un baile o a un cumpleaños, yo no iba porque él no me dejaba.
-O sea que lo quería…
-Mucho. Fue cuando me hice famoso que empecé a hacer las cagadas.
-Entre las cuales, ¿se arrepiente de alguna en particular?
-Lo repito: todas son producto de no haber estudiado.
-¿Cómo fue, entonces, pasar de Nuevo París al estrellato italiano en la época esplendorosa de esa liga europea? ¿Su cabeza sufrió al mismo tiempo en que su corazón estallaba de felicidad?
-Yo lloraba, me daba hasta vergüenza, Pablo. El que fue como ídolo al Génova conmigo fue José Perdomo. El “Chueco” y yo salimos de la Copa América de Brasil directo a Italia. Pero a mí no me prestaban atención.
-¿Cómo hizo para cambiar esa percepción?
-Jugué bien (risas).
-¿Usted triunfó en el fútbol gracias a una apuesta?
-Bueno, ahí entra Paco Casal, que fue el único que creyó de verdad que yo podía jugar en el fútbol italiano. Acordate de que en esa época los delanteros que compraban en Italia no medían menos de 1,85 metros. De hecho, ellos estaban por fichar al argentino Oscar Alberto Dertycia cuando Paco me metió. Así que tenían en la cabeza a ese tipo altísimo, que después fue a la Fiorentina, y me vieron llegar al aeropuerto al lado de Perdomo. Imaginate: ¡pensaron que le estaba llevando las valijas al “Chueco”! (Risas). Entonces, como el presidente no me quería, Paco no solo negoció y bajó mis pretensiones económicas, sino que le dijo: “Si Aguilera hace diez goles, usted me debe 100 mil dólares. Y si no, yo se los debo”. Paco estaba convencido. Es más: conmigo en el Génova no ganó dinero. ¡Y el director deportivo lloraba! Debe haber pensado: “¿Quién es este tipo de 1,66 metros que no conoce nadie”? Ahí vino la preparación, mi orgullo y la introducción a la hinchada del Génova, que no sabés lo que es.
-Hábleme más de eso.
-Bueno, jugamos un partido amistoso de preparación contra el Torino en Savona y, de tanta gente que estaba entrando, llegamos media hora tarde al estadio. El Génova recién había subido, y recuerdo que cuando el “Chueco” pateaba de afuera del área, decían: “¡Tira la bomba Perdomo!”. Y también recuerdo que Stefano Eranio, un compañero mío, me dijo: “Pato, ¡usá canilleras o subite las medias, que acá te pegan!”. Así que le hice caso, con lo cual tenía los pantalones por acá y las medias por allá arriba: ¡no se me veía el cuerpo! (risas). Y cuando me tocó entrar y sentí aquel murmullo medio misterioso de la gente, que debió pensar “¿quién es este?”, eso me tocó. O sea que, como me aconsejó Paco, hice de todo: jopeadas, caños, moñas. ¿Y sabés cómo terminó el partido?
-Cuénteme.
-1 a 0, con gol mío de cabeza. La verdad es que el técnico Franco Scoglio, que en paz descanse, siempre me dijo: “Vos vas a ser ídolo en Génova”. También me dijo: “Tengo miedo por tu estatura”. Pero Paco le respondía: “No se preocupe, professore: no importa que sea piccolo, este va a ser un fenómeno”.
-¿O sea que la gente lo empezó a querer enseguida?
-Sí, fue increíble. Pero entrené mucho durante la pretemporada, que es importantísima. Si vos la hacés como corresponde, ya tenés más de la mitad del trabajo pronto, porque el que juega bien, juega bien. Entonces, como en aquella época la parte física ya existía, yo era consciente de que tenía que estar preparado para estar veloz de mente, para salir jugando rápido y para que no me afectara que me pegaran por ser chiquito. Por supuesto, ya había pasado por Colombia, México, Argentina y Uruguay, y había salido campeón varias veces y goleador de la Libertadores con Peñarol. Pero no tenía experiencia en el primer mundo.
-¿Cómo caracterizaría a aquellos hinchas italianos con los que se encontró?
-Son parecidos a nosotros o, mejor dicho, nosotros somos parecidos a ellos, con la diferencia de que ellos son mucho más efusivos y, además, nunca te olvidan. Yo tuve la suerte de jugar en dos clubes con hinchadas extraordinarias: el Génova, que es el decano del fútbol italiano, y el Torino, cuyos hinchas son locos de la cabeza (risas).
-A principios de 2021 usted estuvo en un aniversario muy relevante del Génova. ¿Qué recuerdos deportivos le trajo volver allí y, sobre todo, qué sintió?
-Para mí es increíble que ellos me hayan recordado después de 30 años. Pero no miré tanto lo deportivo, sino que me impresionó y me emocionó muchísimo el cariño de la gente. Te juro que lloraban conmigo. Y yo no entendía cómo muchos de los que coreaban mi nombre no me habían visto jugar. Quiere decir que me habían observado en YouTube por consejo de sus padres o de sus abuelos. Eso no tiene precio.
-La contracara de este sentimiento tan lindo, y que no es infrecuente en los futbolistas, sería morir de exceso de nostalgia, ¿no?
-Es que no lo vivo con melancolía. Hasta el día de hoy yo firmo autógrafos y me saco fotos. Pero tengo miedo de que hoy o mañana nadie más me reconozca.
-¿Le deprimió dejar de jugar al fútbol?
-Sí. Siempre te deprime. Te digo más: cuando viajé a Génova y vi el clásico local, me agarré una bronca bárbara porque, a pesar de ir perdiendo, no mostramos demasiada rebeldía: ¡era como si yo estuviera adentro de la cancha!
-Qué notable. “Pato”, ¿qué significa la palabra “Nacional” para usted hoy?
-Respeto. Me acuerdo de que en determinado momento Washington Cataldi estaba organizando la Copa Teresa Herrera, y de que en aquellas circunstancias yo hubiera ido a Peñarol a préstamo. Pero Nacional me pagó en 250 mil dólares cuando yo tenía a mis padres viviendo en Nuevo París, y a mis compañeros de River con deudas de seis o siete meses. Te digo más: cuando me contrató Nacional, salió una entrevista importante en la que dije que mi ídolo máximo era Fernando Morena. Si bien me ofrecieron cambiar el título, pedí que lo dejaran.
-¿Por qué?
-Si todo el mundo sabía que era de Peñarol, ¿por qué tenía que ocultarlo? Me costó, porque al principio me puteaban y me chiflaban, y debían pensar: “¡Qué manya podrido!”. Pero después no. El hincha uruguayo pasa de amarte a odiarte. Sin embargo, me siento más orgullosamente uruguayo que nunca (risas).
-Es interesante, porque hay toda una tradición en el Uruguay de futbolistas que, siendo muy hinchas de un equipo grande, jugaron con respeto, profesionalismo y calidad en el otro grande, y creo que eso -desde Mario Méndez, Milton Viera y Luis Cubilla hasta usted, pasando por Luis Romero, Ernesto “Pinocho” Vargas, Sergio “Manteca” Martínez, Ildo Maneiro o Venancio Ramos- es algo que la gente termina valorando muchísimo…
-Sin dudas. En el momento en que Nacional me contrató, a los 18 años, yo hice lo que debía. Hoy, por la manera en que cambió el fútbol, seguramente no iría a Nacional, pero tampoco a Peñarol: iría a Europa.
-Como Federico Valverde, un jugador cuyo talento aún no es cabalmente entendido en nuestro país.
-Y en Peñarol no lo pudimos disfrutar suficientemente. Me acuerdo de que me divertía viendo a Valverde y a Diego Rossi. Valverde agachaba la cabeza y ya Rossi le picaba: era impresionante.
-Sin embargo, en 2021 fuimos testigos de un episodio que quebró aquella tradición noble, y que a mucha gente le molestó. Me refiero al hecho de que, en un partido histórico para el Plaza Colonia, y contra Peñarol, Cristian “Cebolla” Rodríguez no haya pateado ninguno de los múltiples penales de la definición. No estoy mencionando solamente a un ex referente de Peñarol que también tiene un enorme cariño por el Plaza, sino a un hombre que declaró en “Desde adentro: Uruguay Mundial”, editado en 2018 por El País: “He pateado penales desde chico, y he tenido la suerte de ejecutar varios en partidos decisivos. Y creo que, en mi carrera, de treinta erré solo uno, en un partido muy complicado que perdimos con Peñarol apenas volví de China”. En aquel libro de entrevistas a ídolos celestes del que formó parte, Rodríguez agregó: “Yo decido el penal en el momento, pero lo mío siempre fue pegarle fuerte, porque considero que tengo más chances de meterlo”. ¿Cuál es la opinión de Aguilera respecto de todo este asunto?
-Cuando pasó eso yo estaba en Italia. Lo primero que me dijeron fue que Peñarol había salido campeón. Lo segundo, que el “Cebolla” no había pateado. Pero no puedo opinar, porque desde sus 14 años he estado con él y prefiero guardarme lo que pienso. Sí puedo decirte qué hubiera hecho yo: hubiera pateado el penal, y lo hubiera pateado primero. Eso no habría sido faltarle el respeto a la hinchada de Peñarol. Y te digo más: si su compañero no hubiera errado el último penal, ¿a quién le hubiera tocado patearlo? Hasta ahí voy.
-Instalémonos de nuevo en la nostalgia. ¿En qué aspecto una persona que dentro de la cancha tenía algunas características argentinas y brasileñas se siente más cómoda en un país diferente al suyo?
-Mi estilo de juego es distinto al típico del Uruguay, más caracterizado por la lucha y por la garra. Eso es cierto. Pero dentro del país siempre ha habido una rama habilidosa, a la que pertenezco. Siempre digo que los que jugaron bien en determinada época hubieran jugado bien en la actual, cuando se entrena mucho más que antes. Porque tenés la posibilidad de mejorar la parte física, pero el talento no lo vas a perder nunca.
-¿No diría que su estilo tiene características típicamente brasileñas y, sobre todo, de grandes armadores argentinos como Ariel Ortega o Diego Maradona? Lo mismo podríamos afirmar, aunque en su caso con componentes más propios de Brasil, respecto a Giorgian De Arrascaeta.
-Entiendo perfectamente lo que me decís, pero ¿sabés lo que pasa? Somos uruguayos. ¿Por qué? Porque es incomprensible que jugadores como los habilidosos históricos que hemos tenido en Uruguay hayan surgido en un país de tres millones de personas.
-¿A qué otros habilidosos usted respeta?
-A Enzo siempre, al “Polilla” da Silva grande, que fue el mejor de mi camada, a Rubén Sosa, a “Tony” Pacheco, a muchos de los monstruos con los que jugué y, por supuesto, a Morena. Es más: el día en que lo quebraron, entré por él. ¿Vos te imaginás lo que es sustituir a tu ídolo en esas circunstancias?
-Debe ser extraordinario. ¿Y Rubén Paz?
-Es más grande, pero la verdad es que admiro a todos los monstruos con los que jugué. Es más: como soy orgullosamente uruguayo, y ya que nombraste a Rubén, me duele mucho que no hayamos valorado suficientemente el Mundialito, que vi desde la Ámsterdam con mi carnet de jugador de formativas. Y después de gritar por ese plantel y de recibirlo en Agraciada, ¡terminé jugando con Rubén Paz, con el “Chifle” Barrios, con el “Indio” Olivera y con Venancio Ramos! Pero en esta lista de habilidosos no puede faltar Óscar Míguez, un señor por el que yo tenía un enorme cariño y que fue muy amigo de mi padre, pese a lo cual él –a quien no le gustaba que le dijeran “Cotorra”- no me tuteaba. Te digo más: cuando el “Cebolla” acababa de debutar, lo llamé por teléfono para que lo escuchara.
-¿Cómo fue esa conversación, y por qué utilizó la palabra “señor”?
-Porque Míguez era un señor de verdad, porque jugó por amor a la camiseta y porque, como sus compañeros, salió Campeón del Mundo con Uruguay y poco menos que tuvo que poner plata de su bolsillo. Respecto a la conversación, él me trató como siempre: “¿Cómo le va, ‘Patito’? Yo le dije: “Óscar, ¿cómo anda? Estoy con el ‘Cebolla’. ¿Podría decirme qué le pareció la forma en la que jugó?”. Y me respondió: “Es un fenómeno, porque jugó como en el campito pero frente a 50 mil personas”. Así fue: la rompió en el debut. Recuerdo que aquel día la entrada para el partido –por el Apertura 2002 y contra Villa Española- era un alimento no perecedero.
-Regresemos a la contradicción entre el respeto por Nacional y el sentido de pertenencia a Peñarol, a la cual hizo alusión recién.
-Mirá: hace un rato me pidió una foto un hincha de Nacional. Entonces, ¿qué tengo que hacer? ¿Evitar la foto? No: soy hincha de Peñarol y no puedo mentir, pero también soy educado y agradecido y no soy atrevido, tal como me enseñó mi padre. Y hablando de agradecimiento, no hubo equipo más importante para mí que River, que me formó como jugador y como ser humano. Si después agarré caminos equivocados fue porque no me dio la cabeza. ¿Le podía decir que no a Nacional, sabiendo que mi padre era municipal, que mi madre era ama de casa y que a veces no comían para que nunca me faltara la comida? ¡Si mis padres andaban en alpargatas y yo usaba zapatos nuevos! ¡Claro que no podía negarme! Siempre voy a estar agradecido a los equipos en los que jugué, porque me dieron de comer. Eso es algo de lo que los jugadores deberían darse cuenta, por más que la formación sea distinta y también sean diferentes las condiciones actuales del profesionalismo, quizás porque es más difícil pensar que a cierto nivel puedas estar ocho meses sin cobrar. Pero bueno: hay valores que son importantes y que en mi caso aprendí en Nuevo París, una verdadera facultad de la vida.
-Aguilera, ¿usted cree en Dios?
-Sí. Creo que si estoy vivo es gracias a las personas que me ayudaron y, sobre todo, gracias a Dios, al que siempre le pido que me dé salud para poder seguir adelante.
-Dígame otra cosa: ¿la pandemia lo deprimió, o simplemente lo aburrió?
-No, me deprimió muchísimo, muchísimo. Por eso empecé a hacer ejercicio con más intensidad.
-¿Y qué significa hoy para usted la palabra “cocaína”?
-Muerte desde el punto literal, o muerte en vida. Pero siempre muerte.