Sesenta años no es nada
El autor repasa la gran campaña de Peñarol en la primera Libertadores, sin abandonar los trazos sociológicos que, desde la moda hasta la música, también impactaron en un público más fútbolero.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Tan ambiciosa como tentadora, la idea fue conquistando adeptos, y la realidad superó ampliamente los vaticinios más optimistas. Apenas un mes antes, la ciencia había dado un paso gigantesco en el control de los embarazos: bajo el nombre de “Enovid-10”, comenzó a comercializarse la píldora anticonceptiva. “No fui yo la que la inventó, fue la calle misma”. Mary Quant, la reconocida diseñadora londinense de la época, ya en 1960 fue la precursora de lo que solo un par de años adelante se impondría definitivamente: la minifalda, que no hacía más que resumir la tendencia infantil de la vestimenta que dominaba la moda, buscando un juego seductor que reafirmara el nuevo rol de expresión de la mujer.
Los jeans habían ganado terreno desde mediados de los 50 en adelante, apartándose de aquel modelo de pantalón cómodo para ciertos trabajos masculinos y yendo hacia una versión renovada y llamativa que se acompasaba a la década de liberación juvenil. The Quarrymen, desde hacía años, sonaban cada vez más fuerte, en lo que desembocaría, con modificaciones en su staff en 1962, en el grupo Los Beatles, símbolo de Inglaterra y emblema en el mundo.
En el Río de la Plata, se instauraba como debate el declive del tango, que con la llegada de nuevos géneros musicales quedaba relegado. Ya no alcanzaba con el suceso de Alberto Castillo, con el surgimiento en Uruguay de las orquestas de Mouro y Maquieira o de Hugo Di Carlo (en la que cantaba mi tío Héctor y a la que presentaba mi padre, Juan Carlos). Eran tiempos del traspaso de nombre en la banda de la Nueva Ola y del pop rock, más representativa de la historia sanducera, mientras los Blue Kings se transformaban en los Iracundos, que por más de veinte años fueron embajadores uruguayos en toda América Latina.
Corría el año 1960, y se definía la Copa de Campeones de América. En Puerto Sajonia sería la cita. Un estadio enclavado en el barrio del mismo nombre, y cuya construcción marcó un camino tortuoso desde 1915, cuando La Liga Paraguaya contó con la donación estatal del terreno, hasta que se denominó como se lo conoce célebremente: “Defensores del Chaco”. Para esa final entre olimpistas y aurinegros, el estadio todavía no contaba con red lumínica. Y luego de dos destrucciones y sendas reconstrucciones, contaba con limitaciones edilicias.
A falta de siete minutos, el gol de Luis Cubilla le dio el empate que Peñarol necesitaba en ese último partido para conseguir el título continental. Todo inicio conlleva una mezcla de incredulidad y cierta resistencia. Tampoco en ese entonces todos los países contaban con clubes medianamente poderosos como para emprender el camino de la aventura del nuevo campeonato. Fueron solo siete países los que intervinieron con sus campeones, y fueron siete los partidos que disputó Peñarol para coronarse.
También un 19, pero de abril, el equipo debutaba en el Estadio Centenario, en lo que significó un mero trámite, ya que destrozó a los bolivianos de Jorge Wilstermann por 7 a 1, con cuatro goles de Alberto Spencer, uno de Luis Cubilla y dos de Carlos Borges, quien además se transformó en el autor del primer gol de la historia de la Libertadores cuando, a los 13 minutos, luego de una muy buena maniobra de Juan Eduardo Hohberg, tomó el rebote de un potente remate de Cubilla que había dado en el horizontal del arco de la tribuna Colombes, llegando antes que el zaguero Mario Zabalaga, para vulnerar al arquero Hernán Rico.
La primera fase se liquidó en Cochabamba, a 2570 metros de altura, en el estadio Félix Caprile. Era remoto suponer que los bolivianos dieran vuelta la estrepitosa derrota montevideana, y si bien comenzaron ganando con gol de López, no lo pudieron sostener, y otra vez Cubilla igualó para lograr la lógica clasificación mirasol.
Para los paraguayos a los que los mirasoles enfrentarían en la final, el camino fue más sencillo. Los organizadores establecieron tres llaves de cuartos de final. Peñarol superó la suya, San Lorenzo eliminó por saldo de goles al Esporte Clube Bahia, de Brasil, y el colombiano Millonarios de Bogotá dejó por el camino a Universidad de Chile, con dos triunfos consecutivos. Olimpia ingresó directamente en semifinales. Sacó un valioso empate en la altura de Bogotá y, tras ese 0 a 0, goleó en Asunción 5 a 1.
A Peñarol se le cruzaba San Lorenzo, que había ganado el torneo de su país por séptima vez un año antes, con siete puntos de ventaja sobre Racing. Nombres conocidos en ese “Ciclón”, que ya contaba con Juan Carlos Lorenzo como técnico, con Norberto Boggio en ataque, con un joven Carlos Bilardo en el mediocampo y con su gran goleador y figura José Sanfilippo, quien en 1964 llegaría a Nacional.
“A nosotros nos avisaron cuando ya estaba todo cocinado”, afirmaba en uno de los palcos de Gran Parque Central el ídolo, gesticulando mucho y con el acento más porteño posible, como parte de un capítulo de “Fanáticos”, al referirse al desempate que, tras un acuerdo económico, los dirigentes argentinos aceptaron que se jugara en Montevideo, luego de que Peñarol y San Lorenzo igualaran ambos partidos, 1 a 1 en el Centenario y 0 a 0 en la cancha de Huracán.
Ese tercer cotejo lo ganó Peñarol con dos tantos de Alberto Spencer, quien fuera goleador de esa primera Copa con 7 conquistas. Y el empate circunstancial de San Lorenzo lo marcó el propio Sanfilippo.
Sólo quedaba la final. 12 de junio. Más de 48 mil entradas vendidas. Olimpia muestra sus garras, las mismas que lo han distinguido a lo largo de la historia del campeonato, siendo el único representante de su país en ganarlo en forma reiterada. Y aguanta hasta 11 minutos del final, cuando el ecuatoriano Spencer convierte el único gol del partido.
Aunque los vuelos no contaban ni con la frecuencia ni con las comodidades de estos días, en uno de los más cortos viajes que le podía deparar el calendario, la delegación aurinegra llegó 48 horas antes a la capital guaraní, sabiendo que dos resultados le servían. Aquel plantel estaba orientado por Roberto Scarone, y con otro técnico como Hugo Bagnulo venía de ganar los últimos dos torneos Uruguayos, iniciando la obtención de su primer quinquenio.
Como visitante, Peñarol había logrado dos empates en Cochabamba y Buenos Aires. José Mario Griecco por Júpiter Crescio, en la mitad de la cancha, fue la única modificación para la revancha. El resto, el conocido equipo con Maidana, William Martínez y Salvador, Pino, Gonçalves y Aguerre, Cubilla, Linazza, Spencer y Borges.
El argentino José Luis Praddaude marcó el comienzo de un encuentro que, según coinciden en señalar las crónicas, fue el fiel reflejo de la forma de sentir el fútbol de los más aguerridos del continente. Estaban demasiado expuestas las heridas que había dejado el impacto de aquella goleada que en el mismo estadio había dejado a Uruguay sin Mundial de Suecia 1958. Ese día, Florencio Amarilla fue descollante, marcando tres de los cinco goles de la lotería guaraní.
Tres sobrevivientes de aquella catástrofe celeste estaban en cancha: Gonçalves, Martínez y Borges. Tres también eran los paraguayos que habían ganado aquel partido histórico: Echagüe, Arévalo y Juan Vicente Lezcano, quien un año después sería campeón de América y del Mundo con Peñarol. Y repetiría en 1966. Aurelio González también había sido el técnico paraguayo de aquella goleada.
Si algo unía a los países era la fecha, porque el 19 de junio no pasa inadvertido en la historia de charrúas ni de guaraníes. El natalicio del prócer uruguayo José Gervasio Artigas, el día de la promesa y la jura de la bandera, y un país que lo cobijó en sus últimos años de exilio. Tan parejo como el encuentro de la semana anterior, en las tribunas no quedaba un solo lugar: 35000 personas tenían el firme propósito de un triunfo que trasladara el desempate a terreno neutral.
Con determinación, Olimpia consiguió el gol que alimentara esa esperanza. Antes de la media hora, Hipólito Recalde batió a Maidana. Ya con Hohberg en cancha por Spencer, el sanducero Luis Cubilla a los 83 minutos colocó un empate que valió como un triunfo y que fue sinónimo de campeonato.
Así, desató la alegría de unos pocos en Paragauay y de miles y miles en Uruguay. Y aunque todos le darían la importancia al logro del primer torneo oficial continental, nadie suponía la proyección de un campeonato que con el tiempo fue ganando más y más prestigio. El comando de Gastón Guelfi y la visión de Washington Cataldi cosechaban el primer eslabón de una cadena impresionante de triunfos internacionales. Peñarol se transformaba en el primer campeón de América, lo que para aquellas generaciones se hizo una constante y aquello que tanto envidian las actuales, que nunca lo han podido vivir.