Ser Forlán
El público y la prensa especializada se han quejado, con razón, del triste nivel que el fútbol local ha exhibido en los últimos años. Ese consenso ha cambiado notablemente en un Torneo Apertura en el que la cantidad de equipos competitivos ha aumentado, en el que Gustavo Munúa ha intentado imprimirle a Nacional un protagonismo ofensivo que no habíamos visto antes y al que Peñarol ha llegado más obligado que cualquier otro equipo por los pobres resultados alcanzados en los campeonatos anteriores.
En ese contexto, la incorporación de un Diego Forlán maduro pero físicamente entero, prometía aportar un soplo de aire fresco que oxigenaría no ya al equipo del que el ídolo celeste es hincha sino, globalmente, al fútbol uruguayo. Esa promesa ha tardado en cumplirse, pero vaya si se ha cumplido.
Como sabemos, a los uruguayos nos gusta considerar que somos un pueblo humilde, solidario y agradecido. Pero, sea esto cierto o no, en el fútbol todo cambia. Porque los factores positivos de nuestra idiosincrasia revelan, como suele ocurrir en un ámbito donde se ponen en juego pasiones tan extremas, su lado oscuro. Así, nuestra tolerancia se agota, nuestra paciencia desaparece y nuestra gratitud a monstruos sagrados del deporte se vuelve ingratitud. Quizá sea este un fenómeno mundial, pero si hay un país donde un ídolo conocido en todo el planeta puede convertirse rápidamente, y por culpa de la exaltación, en un “inútil”, ese es el Uruguay.
Forlán, que llegó a Peñarol luego de una carrera fulgurante, era consciente de ese riesgo. Pero quienes pensaron en un posible eclipse del delantero pronto debieron dejar de lado sus pretensiones, porque nunca se puede subestimar a un deportista de elite.
El último domingo, Diego participó directamente en los tres primeros goles de su equipo e indirectamente también en el cuarto. El primero, un certero cabezazo de Carlos Valdez, llegó tras un centro suyo. Y los uruguayos sabemos cuán letal puede ser un centro de Forlán. El segundo, cortesía de Diego Ifrán, llegó tras un pase de media distancia del número diez. Y los uruguayos sabemos cuán quirúrgico puede ser un pase de Forlán. En cambio, el tercero llegó tras una asistencia perfecta de Luis Aguiar, pero el encargado de definir, después de bajar la pelota y cruzándola con potencia, fue el propio Forlán. Y los uruguayos sabemos cuán perfecto puede ser un remate de Forlán. De izquierda o de derecha. En el área chica o en el área grande. Y, ni que hablar, de afuera del área. Los recuerdos del mundial de Sudáfrica no se borrarán jamás de la memoria del más incauto de los seguidores de la selección.
Ahora, el delantero deberá enfrentar su primer clásico. La tarea no será fácil. Su equipo, que se ha asentado en las últimas fechas, ha mostrado, al igual que Nacional, fallas severas en defensa. De Forlán y de Aguiar, su socio ideal, nacerá entonces el flujo ofensivo aurinegro. Enfrente, el equipo de Munúa deberá potenciar aquellas fallas con una disciplina defensiva que todavía no ha mostrado y con un rendimiento inmejorable de Ignacio González, fundamental para una eventual victoria, y del espectacular goleador Iván Alonso. Marcelo Zalayeta y Sebastián Fernández buscarán ser alfiles de la victoria.
Naturalmente, el resultado es impredecible, aunque Peñarol llegue mucho mejor que Nacional. Pero Forlán está acostumbrado a este tipo de desafíos.
Además de ser un jugador completo y de estar, como apuntó el periodista de Tenfield Marcelo Cozza, “en otra dimensión”, el hijo de Pablo Forlán y nieto de Juan Pablo Corazzo no suele festejar sus logros como si en ellos se le fuera la vida, precisamente porque ha tenido otras prioridades. Pero que no grite los goles como Luis Suárez no significa que no sea, como evidentemente es, uno de los futbolistas con más categoría que el fútbol uruguayo ha dado en las últimas décadas.
Elegido con luz como el mejor jugador del Mundial 2010, elogiado por Pelé, por Alex Ferguson y por Franz Beckenbauer, ganador en dos oportunidades de la Bota de Oro con que se alzan los goleadores de Europa, en una ocasión con el Villarreal y en otra con el Atlético Madrid en cuya zaga hoy brillan otros dos uruguayos irremplazables, figura providencial del ciclo Tabárez en un seleccionado que no será el mismo sin su precisión, su potencia, su versatilidad, su rapidez y su inteligencia, Forlán ha mostrado clase incluso cuando sus servicios fueron escamoteados. La sombra del Mundial 2002 y de su espectacular remate de volea, pese a lo poco que se lo requirió, no serán aniquiladas. No por casualidad la estrella de la final de la Copa América 2011 es el hombre con más partidos en la historia de nuestra selección (112), de la cual es el segundo máximo goleador, entre Suárez y Héctor Scarone, con 36 anotaciones.
Sin embargo, este domingo ninguno de esos antecedentes será tenido en cuenta si Forlán logra ser neutralizado por el rival. Si eso ocurriera, Nacional volvería a disputar el Apertura y el club albo enfrentaría este año electoral con un ánimo bien distinto. Pero pase lo que pase, ni los hinchas de Nacional ni los de Peñarol deberían olvidar que hay algo que ningún partido que se juegue de ahora en más podrá borrar de la memoria de los uruguayos que lo quieren más allá de los colores que ha abrazado: no es sencillo ser Forlán, pero Forlán hay uno solo.