Santiago de Chile, Maneiro y Saralegui…
Primera crónica de viaje de esta mini-travesía detrás de la celeste. Ese cajón de turco que es la memoria se abre en 1979 cuando llegamos por primera vez a esta ciudad. Y hoy volvemos a visitar, con Fede Pochintesta intentando meter en una van para 10 personas, 10 humanidades y cuarenta valijas…
Escribe: Atilio Garrido/Foto: Fernando González (enviado especiales a Santiago)
Las azafatas recorrieron los pasillos ordenando que cada pasajero se ajustara el cinturón. Claramente -para los que hemos realizado muchas veces este viaje-, la orden equivale al momento en que el avión comienza a cruzar la Cordillera de los Andes. Inevitablemente, siempre, en este momento pienso en Carlos Páez Vilaró, en aquel octubre de 1972 cuando el vuelo del avión de la Fuerza Aérea se metió entre los nevados picos para nunca más volver. Después la lucha titánica de Carlos en la desesperada búsqueda de Carlitos. La seguridad de que su hijo estaba vivo. Miles de puertas golpeadas en procura de una esperanza. Hoy, en este domingo de Ramos, aquí en las nubes, más cerca de Dios, de pronto un sol impresionante, naranja como una naranja salteña, comenzó a teñir de naranja la cresta de las montañas aún sin nieve, porque la época de nevadas recién se está acercando en puntas de pie.
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Minutos después el avión carretea en la pista en el valle que nace custodiado por la Cordillaera de los Andes, a la derecha, y la Cordillera de la Costa, a la izquierda. En ese momento surge la dulce voz de la azafata marcando un efecto de marketing: “son las 20.00 horas, la hora exacta en que teníamos previsto llegar. Bienvenidos a Santiago”. Desciendo del aparato por el tubo y me interno en las entrañas de este modernísimo aeropuerto, mientras siguen bajando y subiendo aviones con llamativa intensidad. Afuera, el estacionamiento se estira largamente hasta que la vista se pierde. ¡Pensar que llegué a Santiago por primera vez en 1979, en una escala desde Quito donde Uruguay jugó por el Campeonato Sudamericano ante Ecuador! ¡Fue esa la primera vez en la historia que los ecuatorianos le ganaron a los celestes! El tanteador final fue 2:1. En la escala, de retorno a Montevideo, me alojé junto a la delegación de Uruguay en el Hotel Tapahue, en las inmediaciones de La Moneda. Con Ildo Maneiro y Mario Saralegui salimos hasta un bar a tomar unas botellas de Casillero del Diablo. En el pico la botella tenía adosada la cara de un diablito en cobre… Es el mismo vino de hoy, pero ya el cobre de aquella imágen de Lucifer, no existe. Seguramente para abaratar el producto y aumentar su venta y consumo. El cobre, hoy vale… Recuerdo que Ildo la sacó, tironeando de la cinta roja sobre la que estaba colocada. ¡Que gran tipo Ildo! Traía sobre sus espaldas los títulos de Campeón con Nacional y vivía su experiencia que nunca pensó vivir, como jugador de Peñarol. En aquel plantel Ildo era lo que hoy llaman, “referente”. Y hablaba de Marito a quién tenía delante. Era un botija que disfrutaba su éxito con la Selección Juvenil de Bentancur y Gesto y, recién ascendido al primero de Peñarol, ya tenía su oportunidad en la selección mayor. Y ahí estábamos, con unas botellas de Casillero del Diablo, con Ildo y Marito hablando de la vida y las cosas… ¡Otros tiempos! Cuando el periodista y el jugador mantenían una relación basada en códigos. Cuando todo era más puro. En fin, cuando todo era tan diferente a estos tiempos locos que corren…
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¡Aquel Santiago en 1979 qué distinto al actual! Hoy Santiago ofrece, desde que el visitante pisa el aeropuerto, una imágen de país de primer mundo. La antigua salida de Pudahuel hacia el centro, aquella lenta carretera que exigía el tránsito entre ómnibus y viejos automóviles, hoy no existe. Una moderna autopista de cuatro carriles para ir y otros tantos para venir, te lleva al centro en pocos minutos. ¡La construyeron donde parecía imposible hacerlo! Recorre un largo trecho por un túnel que cuando se asoma a la superficie nos muestra el centro de la ciudad con sus luces de neón relampagueantes y multicolores. Viajamos en una minivan con capacidad para diez personas. Claro, el conductor nunca se imaginó que además de las diez humanidades había que meter… como veinte valijas, valijitas, bolsos, cámaras. El Fede Pochintesta se preocupa y se altera porque tiene que pasar el material para “Pasión”. Desde su puesto de condottiero de la excursión le mete presión a Mauricio que maneja la cámara y a Andrés que viene de ayudante. Juan Carlos prepara el copete y Rodrigo piensa en su rr.gol de mañana, lunes. Hay que hacer otro copete. Le aconsejan subir al tope del Cerro San Cristóbal con toda la ciudad de Santiago a sus pies. Nos espera Martín Charquero en el Hotel Sheraton con todo arreglado. Sergio Gorzy de impecable jetra, samica y corbata, se va con su señora, su cuñada que es esposa de Muxí, aquel que fue dirigente de Nacional, a cenar al Golf. El Gallego González a mirar sus fotos y yo… ¡a lo de siempre! A lo que desde hace 44 años es pasión incontenible, religión que sigo profesando con enorme fe y con la misma intensidad de aquel primer día que subí las enormes escaleras de mármol de la Casa del Partido Nacional, en la Plaza Constitución, para meterme en la redacción de “El Debate”. Me recibió aquel maestro que fue Trifón Ilich con una frase que nunca pude olvidar: “La tinta te va a atrapar, botija…” Claro, Trifón jamás podía soñar que hoy escribo en la compu, subo a la nube, “cuelgo” la nota, la tuitean y “Pepe” Amorín la mete en el facebock… Salute.