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Ricardo Viera: “Era el Peñarol de los milagros”

Ricardo “Zurdo” Viera fue uno de los protagonistas del clásico del 23 de abril de 1987. Convirtió el primer gol y fue expulsado a los 68'. Resaltó el legado de los históricos y destacó a los hinchas.




"Los hinchas fueron fundamentales" en la consagración aurinegra de 1987, recordó el inolvidable "Zurdo".


23 abril, 2020
Peñarol

“Estoy haciendo la cuarentena en la Posta del Lago. Ando por acá”, comenta Ricardo Viera, el “Zurdo” en el mundo del fútbol, a los 59 años, en una fecha importante para la historia aurinegra: el triunfo clásico 2:1, 8 contra 11 en los últimos quince minutos, del 19 de abril de 1987 en el Estadio Centenario.

 

Figura en Peñarol, el ex volante ofensivo -también delantero a lo largo de su carrera- convirtió el 1:0 y, en el segundo tiempo, cuando estaban 1:1, fue el primer expulsado a los 68’. Había sido Campeón Uruguayo en el carbonero de 1985 y del ‘86, antes del gran año de consagración en la Copa Libertadores. Y sobre estos temas habló con Tenfield.com.

 

-¿Cómo recordás aquel partido 33 años después?

-Ganábamos 1:0 con gol mío en el arco de la Colombes, y después sentí amargura y tristeza por la expulsión. Son momentos, y las pulsaciones estaban a mil: no era mi característica dar una patada. Más bien me pegaban a mí. El equipo quedó con diez, y después fueron expulsados Herrera y Perdomo.

 

-¿Fueron los quince minutos finales más difíciles que disputó?

-Fueron sufridos. Volví al vestuario, me bañé y posteriormente fui a la Tribuna América. También vinieron Perdomo y Herrera. Lo que podías hacer era replegarte. Mirando todo, el gol de Cabrera (Jorge), la llegada al vestuario, todos saltando…. La gente lo recuerda. No hay clásico amistoso. Ese Peñarol era el de los milagros. Habíamos tenido una racha bárbara, marcando un claro predominio sobre Nacional.

 

-¿Fue clave hasta para Tabárez, el entrenador, en ese momento?

-Se había hablado de que, si perdía el clásico, podían sacarlo del cargo. Ganar de esa manera no se ve en ningún lado. Es impensado. Repasándolo, nos empata Cardacio y Diego Aguirre hace la jugada con Cabrera (Jorge) en el sector de la Olímpica, arman una pared, Cabrera amaga y define cruzado. En el gol fue una locura. 

 

-A pesar de la juventud, habían sido Campeones Uruguayos en 1985 y también en el  ‘86.

-También ganamos la Copa de Oro de los grandes entre esos dos años. No se llegó a completar. Por razones económicas era importante tanto para Peñarol como para Nacional, pensando en el pago de los sueldos. A nosotros nos debían siete meses en el ’85. Hubo que refinanciar. Fuimos campeones con Máspoli como entrenador. El 10 de mayo de ese año me tocó debutar en un clásico, ganamos 2:0, y el primer gol fue de Herrera, y el segundo, mío. Fue en el Día de la Madre, y el lunes el diario me llevó la foto del gol en una nota sobre el regalo a mi madre. Gran recuerdo.

 

-¿Representó el punto de partida de ese equipo?

-Sobre esa base de  jóvenes, en 1987 también hubo  aportes importantes, como el de Juan Carlos  Paz –que a mitad de año se fue a México- en la primera fase de la Copa ante Progreso y ante San Agustín y Alianza Lima, los dos de Perú, que fueron muy difíciles. Los movimientos en el equipo fueron puntuales: arrancó Jorge Gonçalves en la zaga, y después Marcelo Rotti. El “Chueco” (Perdomo), Matosas (Gustavo) y Da Silva (Eduardo) estuvieron en el mediocampo.

 

 -¿Cómo vivías los clásicos?

-Soy hincha de Peñarol, hay como una energía que te lleva, de no querer perder con el tradicional rival. En la semana estabas pensando en el partido, en el entorno, la prensa, el Estadio. Pero el nerviosismo existía antes, porque entrábamos a la cancha y a los cinco o seis minutos nos liberábamos. Los clásicos se jugaban a muerte, por el honor.

 

-La Libertadores se transformó en la cumbre de aquel equipo, y la edición de 1987 fue la última que Peñarol ganó. ¿Cómo la valorás?

-Nadie pensaba que la podíamos lograr, por la característica de un plantel con un promedio de 22 años de edad. La gira y la convivencia ayudaron mucho al conocimiento de Tabárez y del profesor Herrera. El grupo se fue armando con situaciones determinantes, como contra Independiente en Avellaneda y River Plate, también de Argentina. Independiente estaba lleno de figuras y jugadores de selecciones que habían sido campeones del mundo. En el 3:0 del Estadio Centenario, le dimos un baile tremendo. Encontramos los goles rápido acá: Diego (Aguirre), Cabrera y el gol de cabeza que hice en la pelota que bajó Matosas. River argentino tenía uruguayos y en el Centenario se replegó, se metieron todos atrás y no pudimos ganar. Pero tuvimos una chance en la cual pateé cruzado y la pelota se me abrió, ancha, al segundo palo.

 

-Independiente no había perdido en Avellaneda por la Copa…

-Nos apabullaron al principio, y durante gran parte del primer tiempo donde nos tuvieron ahí. El orden nos permitió contenerlos. Los sorprendimos en el contragolpe espectacular con pelotazos a Vidal -Daniel- y Cabrera -Jorge-, que brillaron. Ellos se adelantaron y dejaron espacios  para meter la contra. Las llegadas nos dieron fortaleza y confianza en asegurar el partido. Se dieron anécdotas como con Giusti (Ricardo, el “Gringo”, ex volante campeón del Mundial de 1986 con la selección argentina), quien en determinado momento me dice: “Uruguayo, no salen vivos de acá’” (risas). Me aguanté y siguió otra vez. “Ustedes salen muertos, no salen de Avellaneda’, me decía. Entonces llegó un córner a favor, entré al segundo palo -generalmente lo hacía al borde del área y el punto penal- y Giusti me siguió, le pegué una trompada corriendo y me fui para la mitad de la cancha. Me olvidé de la pelota, iba para el medio y miraba para el costado para ver si Jesús Díaz Palacios, el árbitro colombiano y los líneas, me habían visto. Y no lo vieron (risas). Seguí al medio de la cancha y Giusti me increpó: “Uruguayo, me mataste”. Le dije: “Mirá, no jodas más porque te arranco los huevos”. A los pocos años, en un encuentro de las estrellas del Junior (Colombia),  me encontré con el árbitro colombiano y le comenté la situación. “Si la hubiese visto te hubiera expulsado”, me dijo. Son picardías del fútbol. ¡Imaginate con el VAR! En el ’84 me  tocó jugar con Olimpia de Paraguay en Avellaneda, ganábamos 2:0  y perdimos 3:2. Crucé la cancha camino al vestuario y era como un shopping: estaba lleno de gente. Se habían metido como si nada, paseaban al lado nuestro. En Peñarol me saqué las ganas. Sergio Markarián me había llevado a Olimpia. Jugaban Ever Almeida, Talavera, Benítez, Rogelio Delgado, Solalinde, Isasi. Luego, llegaron “Bebe” Castelnoble y Luis Cubilla, el que obtuvo más campeonatos en el club.

 

-¿Por qué creés que Peñarol no pudo volver a ganar la Libertadores desde ese año?

-En esa época los jugadores no se iban tan rápido. Nosotros teníamos un legado de los jugadores históricos. Nos dejaban un mensaje y la huella de cómo manejarse con la camiseta de Peñarol: los Gonçalves, los Matosas, otras generaciones desde Obdulio Varela, Ramón Silva, Nelson Acosta, el significado que conllevaban, y el intento de dejarlo todo. Fuimos adquiriendo eso con un equipo de jóvenes, atrevido, con hambre  de gloria. Hoy tampoco hay tantas leyendas para transmitirles a los futbolistas lo que es la mística del club. Barrera (el actual presidente) no conoce ese legado que dejaron jugadores y planteles. Era muy chico cuando nosotros salimos campeones. Por ejemplo, hay infinidad de ex jugadores que pueden ayudar: Olivera, Saralegui, Morena, que está, los de mi generación… Sé que las épocas han cambiado. Lo puede comprender gente que sabe lo que es un vestuario. El contador Damiani sabía entender los códigos de los futbolistas. A mí me gusta escuchar. Veía a Fernando Morena, mi ídolo, sus goles: era un profesional que marcaba la diferencia, que mostraba cómo tener que ser para llegar; y también veía al “Indio” Olivera, con su sencillez y su humildad para contagiar las ganas de ganar y de ser líder. Dejaron la huella. En la Copa que ganamos, los hinchas resultaron fundamentales por el respaldo que dieron en forma permanente. Fueron un jugador más.

 

Ricardo Viera, de la historia al  presente, de los primeros pasos en Danubio 1978 a la consagración como Campeón Sudamericano Juvenil con la celeste en 1979, del Junior de Barranquilla, el Cúcuta, el Olimpia, el Atlético Nacional de Medellín, la Unión Madgalena y Peñarol –con un segundo capítulo en 1988- y Deportivo Mandiyú, de Argentina. Un clásico del aurinegro.