Recoba, Zalayeta y los pendejos
En 1989 La Hora me envió al Parque Forno a reportear a un técnico de juveniles que estaba haciendo maravillas, Rafael Perrone.
Cuando llegué al Forno me dijo el canchero que el Parque estaba inhabilitado por las lluvias y Perrone había ido a entrenar a un campito algunas cuadras más al Este por Camino Carrasco. Allí lo encontré y lo entrevisté mientras sus botijas practicaban definición en el barro. Me dio una lista de esa generación de juveniles con veintidós nombres y la publicamos junto al reportaje. Dos de esos nombres (y de los gurises que estaban practicando definición aquella tarde de lluvia) eran Álvaro Recoba y Marcelo Zalayeta.
Alguna vez recordé ese detalle cuando disputaban el Campeonato italiano, Recoba en el Inter y Zalayeta en la Juve, o cuando formaban juntos la delantera de la Selección Uruguaya.
Hoy que, veintitrés años después de aquella tarde, nos acostumbraron a que un fin de semana sí y otro no –a veces porque alguno de ambos está ausente–, uno es el mejor jugador de la fecha en Nacional y el otro en Peñarol –esta fecha volvió a serlo Zalayeta en Peñarol, mientras que Nacional sintió la ausencia de Recoba–, también recuerdo esa lista, ¿quién hubiese previsto que entre tan poquitos y de ese pequeño e ingrato barrial, iban a salir dos que definieran tanto, para nosotros y en el mundo?, pero en mi vida profesional lo que más definió a propósito de esa tarde fue una frase de Perrone.
Cuando volví para completar su “historia de vida”, ahora en el Complejo del Campo y para La República, 1993, contó que la FIFA lo inhabilitó como futbolista (fue crack en el Primero de Danubio desde los 16 años y se lució también en Nacional y en Grecia, a tal punto que los griegos lo contrataron para que se nacionalizara y jugara por la Selección helénica, pero extrañaba a Uruguay y se volvió sin haber terminado el contrato, en el mejor momento de su carrera, cuando le quedaban diez años para seguir ganando el gran dinero que recién empezaba a ganar) y dijo: “cada vez que lo pienso, me agarro de los pendejos y tiro para arriba”.
Lo publiqué sin la menor duda, con el mejor entusiasmo y la mayor admiración. Sigo sosteniendo que es una frase genial, una imagen literaria de impresionante e insustituible expresividad, digna de Francisco de Quevedo y del mismísimo Cervantes, pero algunos lectores me mataron, llamaron en masa a la redacción y me pusieron en capilla.
Hoy puedo decir más, afirmo que en la rica polisemia de aquella expresión, también se connotaba lo que Perrone estaba haciendo con sus dirigidos, tirando para arriba, bien arriba, más alto de lo que imaginarse podía, a los chiquilines de Danubio, que lo hizo como reacción a un error en su carrera de futbolista -y como revancha (aferrándose)- y que dos de aquellos pendex, fueron maestros en el fútbol del mundo y lo son de todos los que quieran jugar al fútbol en Uruguay, de cero a treinta y cinco años.
¿Estoy pidiendo por eso a Recoba y a Zalayeta en la Selección? Cuando estaban luciendo la celeste, me cansé de discutir y de pelear con hinchas que los puteaban y periodistas que los descalificaban. Muchos son los mismos que ahora putean o descalifican a Forlán, a Cavani o a Suárez, por distintos motivos, y piden que vuelvan aquellos. Está bien, es válido que la vida les haya enseñado a esos hinchas y periodistas que estaban equivocados –no sólo porque Recoba fue decisivo en una clasificación mundialista que significó un enorme tanque de oxígeno para el fútbol uruguayo, y Zalayeta estuvo a un penal de lograr otro tanto, sino también porque está demostrado que ambos, más allá de un resultado, son, junto a Sebastián Abreu y a Nicolás Olivera, de los mayores exponentes de sus generaciones–, pero quienes lo hacían entonces, deberían haber aprendido a no volver a caer en la misma estupidez de putear o en el mismo error de descalificar, por un momento, a los mejores de las generaciones que hoy están definiendo en el ámbito ecuménico.
Tampoco entiendo a quienes quieren que Tabárez se agarre de los pendejos y tire para arriba. En ningún sentido. Ante Polonia seguirá proyectando futbolistas al Mundial de Brasil, porque el proyecto está intacto.
Lo estaba incluso en aquel partido ante Colombia, en el Centenario, por las eliminatorias pasadas, cuando ya estaban tomadas las medidas del cajón y tan poquitos éramos los que nos negábamos a acostarnos en él, que entramos dos por uno en el Estadio, sobró lugar y en ningún momento se metió la presión imbécil de “a estos putos les tenemos que ganar”.