Queremos tanto a Zizou
Viene Francia.
Viene la selección a la que dio gloria Zinedine Zidane (Zizou), el actual asesor del Real Madrid, que por serlo, aumenta la conveniencia de que Luis Suárez vaya a jugar ahí. No lo digo ahora, lo escribí en mi blogspot el 17 de febrero de 2012: “se especula con un pase del delantero uruguayo al Real Madrid. Vale. Barcelona-Real Madrid es un partido bastante más importante que Manchester City-Liverpool (también, por supuesto, es más importante Peñarol-Nacional si de la historia del fútbol se trata). En el Real, con su capacidad desnivelante, Luis puede romper la hegemonía catalana, cambiar la historia”.
Zizou es un ídolo perfecto de unos cuantos uruguayos entre los que me cuento. Más completo que Pelé. Ambidiestro, hábil, técnico, cabeceador, pasador, elegante, excelente lector del partido y además marcador, con una técnica de marca casi tan depurada como la de Thuran o Makelele o Cannavaro. Y si es una hazaña ganar y ganar bien cuando se puede ganar -como en la final del 98 le ganó la Francia de Zizou al Brasil de Ronaldo, 3 a 0-, mucho más lo es cuando se tenía que perder como en el cuarto de final del 2006 con Brasil.
En aquel partido, el juez español Medina Cantalejo (el mismo que favoreció a Italia contra Australia) sólo pudo equivocarse cobrando un tiro libre al borde del área para Ronaldo, porque los brasileños ni siquiera lograron tirarse dentro del área con un mínimo de apariencia de penal, tal el excelente partido que les hizo la escuadra capitaneada por Zizou.
Se me dirá que tampoco tenían que ganar los uruguayos en Maracaná. Pero, quizá por una rara ignorancia que dio origen a la fantasía de superioridad brasileña en aquella final, cuando ningún dato objetivo la respaldaba, no intentaron condicionar ese partido (aunque vaya a saber qué hubiese pasado si la ventaja uruguaya se daba en el primer tiempo o en la primera media hora del segundo; una vez me dijo Oscar Omar Míguez que ese partido “lo ganamos porque lo ganamos al final, porque quedaron paralizados”, que “si lo hubiésemos ido ganando no lo ganábamos”). Así que el único antes de Zizou que ganó cuando no tenía que ganar fue Diego Armando (y por dos veces, cuando salió campeón en México 86 y cuando eliminó a Italia de su mundial en el 90; imperdonable per secula seculorun).
Claro que hubo una época en que los mundiales eran a juego tan limpio que hasta Uruguay podía ganarlos (para ganar ahora tendría que tener a Forlán más Suárez más Zidane más Harry Potter, en sus mejores momentos). Bélgica ganó bien, Uruguay ganó bien los cuatro (más allá de que de locales a los argentinos los mató a patadas y les hizo inaugurar el término “campeones morales” y de que en el 50 Argentina no jugó –yo creo que en ese preciso momento, 1950, exactamente después de la “Maquina de River” y antes de los “carasucias”, igual ganaba Uruguay, aunque Argentina dominó los torneos sudamericanos durante dos décadas) e Italia ganó correctamente los suyos (aunque si hubiesen jugado Argentina y Uruguay, definían de nuevo entre rioplatenses). Pero en el 54 ya los intereses comerciales y políticos eran muy solventes.
En Europa apareció un equipo extraordinario, el húngaro, al que sólo podrían parar los rioplatenses y si hubiera jugado Míguez y no se hubiesen lesionado Abaddie y Obdulio, les ganábamos. Pero igual los paramos. Después de aquel alargue, Hungría no le ganaba la final a nadie y entonces aprovechó Alemania. El 58 Argentina lo perdió de soberbia, de sobradora y Uruguay, en parte, también. Se negaron a repatriar sus verdaderas selecciones, porque creían que les alcanzaba con lo que tenían en el medio. Y ahí se agrandó Brasil. Ganó fácil en Suecia y después en Chile, con un Garrincha maravilloso y el asomo de Pelé (en Chile a Pelé lo quebraron, pero al Brasil aquel no había con qué quebrarlo). En el 66 y en el 70 los campeones morales fueron los uruguayos, porque en esa década éramos más que Argentina y Brasil y nos despojaron a todos. Inglaterra para ganar de local tuvo que armar casi todo desde octavos hasta la final. A Argentina y a Uruguay las sacaron con jueces cambiados, un inglés para Uruguay-Alemania y un alemán para Argentina-Inglaterra. Las expulsiones de Ratín y del Lito Silva, las canchas flechadas hasta en las jugadas decisivas y en la final la perjudicaron también a Alemania.
En el 70, cuando tocaba en semifinal, por el calendario de partidos, que Brasil subiera a la altura a la que nos habíamos adaptado, nos hicieron bajar a nosotros al estadio Azteca por decreto de Joao Havelange (el brasileño que presidía la FIFA). En el 74, de local, Alemania ganó en regla y el Mundial del 78, Argentina dudosamente en regla, con una circense goleada a Perú.
En el 82, uno de los más espectaculares equipos que haya tenido Brasil perdió bien con Italia, en una ecuación de fútbol-cultura bastante similar a la de Alemania 2006. Y después apareció el petiso más grande de la historia. Al Diego para que dejara de ganar había que matarlo ochocientas veces. Le quitaron injustamente dos mundiales, 90 y 94, pero igual se las ingenió para ser el que más plata les hizo perder. En el 98 apareció el sucesor del argentino, Zizou, pero espejo del uruguayo Enzo Francescoli. Ganó con autoridad, por goleada, la final a Brasil, con golazos suyos, perdió en Corea sin levante –un mundial ganado por el Brasil más uruguayo de la historia (el de Felipao)– e iba a retirarse del fútbol en Berlín, poniendo a Francia con dos mundiales legítimos, por sobre Inglaterra, a la altura de Alemania e Italia y con más fútbol. Era el perfeccionamiento de Zizou que nos perfeccionaba y perfeccionaba el mundo.
La tarde anterior al partido, yo ya tenía el título de la crónica final. : “El Mundial del gesto técnico de Enzo”. Zizou estaba imparable, pero su cabezazo sin pelota a Materazi, enterró los borradores.
Primero Materazi aclaró que no hubo nada sobre política, raza o religión, en su provocación.
Después habló Zizou: “yo me disculpo ante los niños y los profesores porque este gesto no es tolerable, da un mal ejemplo –dijo–. Pero no lo lamento, porque lamentarlo sería decir que el italiano tenía razón, y él no tenía razón. No ataqué a nadie, me defendí. Me había agarrado de la camiseta, y le dije que al final del partido se la daría.” En relación con esto es necesario acordarse del gesto de Zizou después de la victoria contra Portugal, con Figo, el capitán del equipo contrario, compañero de Zizou en el Real Madrid, como fueron sus compañeros en la Juventus muchos de los italianos que enfrentó en la final.
Con Figo intercambiaron las camisetas y Zizou se puso la de Portugal festejando con los colores de Portugal. Era excelente, dentro y fuera de la cancha. Explicó también Zizou, que Materazi comenzó a insultarlo, Zizou se alejó y el otro lo siguió, profiriendo insultos. “Dijo cosas muy duras, contra mi madre, contra mi hermana, las repitió tres veces. No pude dejar pasar eso. No tuve un acceso de locura, estaba tranquilo, pero no debía tolerar eso. Lo repito, mi gesto no es aceptable y era justo retirarme, pero el italiano es el culpable. Él no debía decir lo que dijo.”
Estuve de acuerdo, pero Zizou, mi querido Zizou (cronopio admirado y tan querido como Glenda), está bien que hayas pedido disculpas a los niños y a los profesores, porque fue un mal ejemplo reaccionar con un golpe a los insultos de Materazi y está bien que ellos te hayan disculpado, pero nosotros, los uruguayos futboleros que por vos hinchamos por Francia con el orgullo que los polacos sienten por el inglés de Conrad, preferimos pecar contigo, Zizou, porque sabemos que vos mismo, digas lo que digas, tampoco te lo vas a perdonar nunca. ¿Cómo pudiste entrar en esa, Zizou? No iban a penales. Tenías el alargue ganado. Los italianos se caían en la cancha y Buffon ya no podría sacarte la próxima genialidad como te atajó el cabezazo en el primer chico. En esa situación no podemos entrar en ninguna provocación por más temperamentales que seamos, Zizou, y por mucha carpeta que tengan los tanos, que por algo son los verdaderos inventores del fútbol. Ni la adrenalina del gran Carlitos Bueno adolescente entraba en esa, Zizou.
Nosotros no te disculpamos nada. Pero, por supuesto, tenés toda nuestra solidaridad humana. Te queremos tanto que no te perdonamos, como no perdonamos a Glenda. No se baja vivo de una cruz. Hicimos lo que Julio en “Queremos tanto a Glenda” nos explicó debe hacerse en estos casos: pensar en las generaciones venideras, en el destino de la civilización. Cortamos la filmación del partido en el final del primer chico del alargue. Y entonces sí, corregido ese error en la película, la devolvimos al Museo del Fútbol del Estadio Centenario, que será al que en cualquier futuro previsible se recurra para cotejar las pelis de los mundiales, porque allí está el original de la del 30′, filmada por Glukman. ¡Chapeau, Zizou! El mayor artista del fútbol que siguió a la aparición de Maradona, que ha quedado registrado en videos mundialistas. Esa no te la quita nadie.
Para este miércoles, cuando los herederos de Zinedine Zidane entren al Monumento al Fútbol, debajo de la Olímpica está aguardándolos la historia de la perfección del ídolo, del más completo futbolista en un presente absoluto que acaso se parece a la eternidad.