Perdón por la derrota
“‘Uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, pero siempre tendrá el derecho de no hacer lo que no quiere’ (Mario Benedetti)”, le escribí a Oscar Tabárez, a mano, como dedicatoria en su ejemplar de la primera edición de Las luces del estadio, 1992. Ahora, cuando Juan Carlos Scelza dijo por VTV “todo lo que se perdió por no haber mantenido a Tabárez al frente de la selección en 1990”, recordé aquella sentencia de Benedetti, que me hace sentir inocente de haber sido derrotado entonces, en la disputa por la opinión pública para que incidiera de modo favorable al Maestro. Uno no siempre puede.
Éramos diez veces menos que el rival (en radio, prensa y televisión, cantidad y presupuestos). Teníamos al Pepe Sasía (La hora), al Profe De León y al equipo de Garrido (Últimas Noticias), el de Pasculli (La República), el de Moreno-Barizzoni (CX 30), y algunos francotiradores como Gorzy (Canal 5), Goñi (CX 10) y a quien escribe (Brecha), enfrentados consecuentemente a casi todos los demás en defensa de la gestión del contralmirante Julio César Franzini y la selección de Tabárez (con matices, se pronunciaba el equipo de Jorge Da Silveira –CX 12-). Perdimos por cinco goles como Jordania hace un rato y todos perdimos muchos años, hasta que ganó Tabaré Vázquez, Eugenio Figueredo en los hechos contemporizó trayendo a Tabárez y ya Tenfield había generado otra correlación de medios y otro amparo para la celeste, fuese cual fuese.
Con la Selección no ganó todo, pero clasificaciones al Mundial (“el mayor Teatro del fútbol”) Tabárez ganó tres de tres (de las últimas diez, clasificamos a cinco: tres las que dirigió él), a la final de la Copa América llegó en dos de tres y en la tercera a semifinal y si alguien nos decía, cuando empezó esta etapa, que hoy tendríamos a Maracaná (el más glorioso mito de nuestros cien más recientes años como nación) adelante, con todo para volver a lograrlo en una espiral superior -o sea: no solamente en la historia-, era imposible concebirlo, porque se trata de una experiencia existencial que nunca habíamos tenido.
Existen mil modos y formas y maneras de contar los tiempos, porque el tiempo en singular, si lo pensamos de veras, es incontable. Los tiempos plurales de tocar el cielo con las manos, por ejemplo, de poder lo que más se quiere todo entero, en la historia como en el fútbol, suelen ser breves. La Comuna de París duró setenta días -que cada cual ponga la medida que prefiera; mi persona pone ésta-.
Después del Mundial de Brasil, aunque lo ganemos, Maracaná volverá a quedarnos atrás, un día o sesenta y cuatro años pero desde el pasado. Hoy lo tenemos todo por venir y vamos a estar asaltando al cielo seis meses más que lo estuvo La Comuna de París.
No hay nada más pelotudo que pasar por los mejores momentos sin siguiera darse cuenta que se los está viviendo, así en nuestro fútbol (Campeón de América, Cabeza de Serie del Mundial) como en la vida de cualquier persona, pero qué grato con uno mismo es recordar en la ganada lo que nos costó en derrota, porque uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, y siempre tendrá el derecho de no hacer lo que no quiere, pero también de que la historia lo absuelva por no haber podido cuando quiso lo justo.