Mundial: suarecista como de Hazaña
Brasil no la va a quedar en fase de grupos. Eso está muy claro, pero tampoco van a llevarlo mucho más allá, dicho sea sin suspicacia. No hay en mí ninguna suspicacia. No soy suspicaz (al menos no más que Juan Carlos, que no lo es). Ya no está Havelange y están Neymar y Dilma. El caballo del comisario esta vez sería Argentina, con el sorteo de las manos mágicas (la mejor de las suertes casuales).
Argentina fue en la historia de los mundiales después de 1930, el villano de la FIFA, la ausente por discordia hasta Suecia 1958, el caballo del comisario en 1978 y el héroe maldito de los pueblos de 1986 y de 1990, cuando capitaneada por Maradona le ocasionó a otras multinacionales y a la FIFA, la más multimillonaria pérdida en la historia del fútbol. En 1994 la FIFA en Estados Unidos le “cortó las piernas”.
Ahora se invierten los papeles. Está Grondona (enseguida después de Blatter, enseguida después de Alemania), pero además está Messi, que ya logró ganar más, brillar más y hasta jugar relativamente mejor que Maradona en Europa. Messi tiene ahora otra oportunidad de ganar como Maradona un Mundial de visitante y yo creo que puede alcanzarlo perfectamente, por él, fundamentalmente y porque además tiene a Di María, a Higuaín, entre otros grandes jugadores a su lado, y a un técnico (Sabella) que, aún con debilidades defensivas, la hizo marcar lo suficiente para ganar brillando las Eliminatorias. Creo que, sin más ayuda que la fortuita de los papeles que mostraron en el sorteo, puede ser Campeón.
¿Uruguay? Mi único pronóstico para este Mundial fue que a Uruguay puede complicarlo cualquiera así como puede complicar a cualquiera. En parte porque eso ahora ocurre con todos los equipos, nivelados por las tácticas y otras preparaciones, pero además porque el fútbol es psíquico, como decía nuestro tan querido Julio Pérez y Uruguay es muy futbolero.
Ni qué decir que el envío de Suárez lesionado desde Inglaterra cuenta -vaya si contará-, fue historia repetida: parecido le hicieron a Maradona desde Italia en el 90. Un nuevo “Maracanazo”, al día de hoy, considerando todas las similitudes, ya sería una simple victoria ante Inglaterra, pero en el mercado de las expectativas, hipermanijeado por la publicidad, lo que se comparará será el título de Campeón del Mundo, de cuando alcanzó con jugar cuatro partidos, ganando tres, contra cuadros que de fútbol sabían bastante menos que Uruguay y Argentina.
Hoy, los que llegan a un Mundial saben y juegan todos, desde Costa Rica hasta Costa de Marfil, pero que nadie descarte la posibilidad de Uruguay Campeón mientras tenga una mínima chance. Uruguay es muy psíquico y la garra charrúa está ahí.
Por cierto, puede haber una sorpresa o un europeo Campeón, pero ese caso no le da a la FIFA pautas para mermar el valor simbólico de su archienemigo Maradona (enemigo fáctico, nada simbólico -independiente de que haya hecho de su imagen, para el prestigio dominante y a veces para cualquier prestigio, en mala parte de su vida, lo bastante para que ya empeorar no pueda-, y una sorpresa latinoamericana, incluida Uruguay -de los herederos de Nasazzi y Lorenzo Fernández, de Schiaffino, Ghiggia, Obdulio, Goncálvez, Ubiña, Francescoli…-, puede llegar a acrecentarlo) en la disputa histórica con el servidor de la FIFA Pelé.
La paradoja es que Brasil ganó parte de los mundiales que ganó, siendo “caballo de comisario” (Havelange), en tanto ahora, cuando le toca volver a ser local, debe desbancar a la Argentina.
Tiene con qué (Neymar puede resultar para la FIFA tan adverso como Romario; quien sabe si no otro Maradona, pero nunca un Pelé-, Óscar…) pero también debilidades.
Un juego más que apasionante se solapa en este juego.
MARADONA, PELÉ Y EL PEPE SASÍA
Los mundiales están filmados íntegros desde 1958 hasta hoy. De antes solo pude ver algunas secuencias del 54 y la película del mundial del 50 que exhiben en el Museo del Fútbol, que alcanza a recopilar unos treinta minutos de filmación.
A mí también me juraron por todos los dioses que el mejor futbolista de cualquier época fue Scarone (don Osvaldo Heber Lorenzo me lo aseguró de un modo tan categórico, que no me animé a pedirle que lo argumentara). Pero yo tampoco vi jugar a Scarone y sobre si fue mejor el fútbol de antes o el de ahora, opino lo mismo que Obdulio. “Era mucho mejor el fútbol de antes”, dijo Obdulio. “¿Por qué?”, le preguntaron. “Porque yo era más joven”, contestó.
El que me dijeron Óscar Míguez y Julio Pérez que fue el mejor jugador del equipo de Obdulio, Juan Alberto Schiaffino, una tarde de invierno de 1994 me explicó que cuando él llegó a Italia, cuarenta años antes, el técnico del Milan medía lo que corría cada jugador por partido, que esas mediciones se siguieron haciendo y daban que, promedialmente, un jugador del 94 corría cinco veces más que el del 54. Hoy debe correr, por lo menos, seis veces más (por su mejor preparación física, pero sobre todo porque se lo requieren las actuales tácticas). Es decir que las canchas son seis veces más chicas. Es decir que el jugador tiene seis veces menos espacio y menos tiempo para lucir sus habilidades. Esas jugadas le vemos a Maradona en sus mundiales no tienen comparación entre las que están filmadas en otros. Lo más parecido son los sucesivos regates de Garrincha, siempre en su punta. Pero Maradona las hizo en espacios mucho más reducidos, a mayor velocidad. Si la distancia entre lo que le veo a Maradona y a Zidane en sus mundiales o a Forlán en 2010, no fuera bastante, diría que Zidane y Forlán lo superaron.
El formalismo truculento que queda es que Pelé ganó más mundiales. Pero mal.
En el 70 Uruguay bajó a Guadalajara cuando le tocaba a Brasil, por calendario prefijado, subir al Azteca. En el Gran Mundial de Maradona, el de la efedrina, el jugador decisivo fue Romario, el crack brasileño que se animó a decirle a la BBC que Maradona fue mejor que Pelé. Y el propio Romario sabe que alcanza con mirar los dos partidos que jugó Diego y hacer la proyección lógica para comprender que estábamos ante el mejor mundial de éste. Y todos los que están en el juego saben que la orwellliana conferencia de prensa con que la FIFA escenificó la expulsión de Maradona como si fuese la Asamblea de las Naciones Unidas anunciando la paz definitiva en el mundo, fue una terrible farsa. No porque Maradona no se haya dopado para mejorar su rendimiento. No se sabe, no se puede asegurar, ni de él ni de ningún deportista, de ninguna persona, en ninguna circunstancia, en ninguna competencia de este mundo. Ya que es lógico pensar (pongámoslo así) que la droga está diez años por delante del antidoping (el doping paga más). Sino porque sí se sabe, y se puede asegurar, que para mejorar su rendimiento deportivo no se drogó con efedrina. Pero el show de ese mundial, lo que le hizo ganar la televisión norteamericana (negocio supremo del mismo, en un país donde el fútbol ni fu ni fa), fue precisamente la sustancia hallada en la orina de Diego. Por la misma sustancia, en el Mundial del 86 al español Calderé lo suspendieron un partido. A Diego lo retiraron del Mundial, del fútbol y casi de la vida. En la orina del brasileño Zetti y del boliviano Rimba en las eliminatorias de ese mismo Mundial, encontraron trazas de cocaína. La FIFA aceptó que fue producto de un té de coca (algo así como que te tomes un Zolben y salga anabólicos esteroides) y apenas los multaron. Pero ni Zetti ni Rimba ni Calderé ni Maradona tomaron nada para doparse. No salía en el control el esteroide anabolizante que se daba Ben Johnson, según confesó, desde diez años antes que el antidoping lo detectara en Seúl. Y le habían hecho controles en Estados Unidos y en todo el mundo. Al contrario: Si alguien resistió “que me sigan tratando como a las máquinas de Fórmula Uno que son los futbolistas en Europa” se llama Diego Armando Maradona. No le cortaron las piernas en realidad, porque no lo alcanzaron –Maradona vivió siempre en otro cielo y en otro infierno–. Pero si le hubieran impedido a Hemingway seguir escribiendo después del desarrollo de París era una fiesta, todos hubiésemos sabido, con leer los primeros capítulos, que nos habían robado el final de su mejor novela.
En comparación con Pelé, un par de definiciones bellas dentro del área, nada más. El mejor jugador de los mundiales 58 y 62 fue Garrincha. Que en el segundo Pelé no haya podido jugar no incidió en el resultado. Sí incidió que en el 58 no jugaran los mejores futbolistas de aquel año, Sívori, Angelillo, Schiaffino y Abaddie. En el 66 nos “robaron” a todos, es verdad, a Brasil también. Pero yo dirimo por las competencias entre nosotros. Uruguay fue campeón sudamericano de ese bienio y Peñarol de América (y del Mundo) de ese año. A Pelé en el Centenario los uruguayos lo borraron como siempre. Ese año Santos no llegó a definir la Copa. Dicen que el mejor equipo era el River Plate de Ermindo Onega, pero el mejor fue el Peñarol de Rocha porque le ganó bien la final. El año anterior, el 65, sí llegó Santos a definir en semifinal con Peñarol y el partido decisivo fue en el monumental de Núñez. Ganó Peñarol y la tapa de El Gráfico fue con Pelé de espaldas y el Pepe Sasía de frente: “Fuimos a ver un a 10 y terminamos viendo a otro”. En el 70, en mi opinión y en la de Maradona, el mejor jugador brasileño era Rivelino y el decisivo fue Jair. En cambio cuando Maradona ganó, ninguno de sus compañeros puso en duda que el equipo se basaba en Maradona. A menos que tomemos en serio lo que dijo Héctor Enríque cuando fue a festejar con Maradona el gol que les hizo a los ingleses con la mano (el segundo; el primero fue con el puño), “¡qué pase que te dí, Pelu!”.
Se la había dado en la mitad de la cancha y de toque corto. Genial Enrique.
Sinceramente, esa de “Maradona o Pelé” ya es una polémica vieja. Como aquella que muchos planteaban en los años cuarenta, “¿Gardel o Magaldi?”. Dentro de sesenta años, a lo sumo se seguirá discutiendo si Maradona nació en Toulousse o en Tacuarembó, pero para el stablishment, el verdadero “fantasma de Maracaná” sigue siendo esa realidad.
SUÁREZ Y LA REINA ALBIÓN
Fue bien merecido el Oscar a mejor actriz de la Academia de Hollywood de 2007, que correspondió a la actuación de Helen Mirren desde la oquedad vital de un personaje con varios matices bien contenidos y algún ligero y refrescante desborde en <span style=”font-style:italic;”>La Reina</span>, interpretando a Isabel de Inglaterra.
Históricamente la película revela una verdad. Cuando murió Lady D, Isabel de Inglaterra no quiso dar a conocer públicamente sus sentimientos. El Primer Ministro Tony Blair la obligó a hacerlo (en la medida de lo posible) y después de cumplir con la obligación, Isabel le dijo a Tony: “Hemos vulnerado la causa por la cual todo el mundo nos admira”. Lo cual en parte es cierto. No todo el mundo los admira, pero cierta parte del mundo que los admira es por esa causa: cosas que no se dan a conocer. Yo admiro a varios británicos, desde Chaplin a Lennon, pero la Corona Británica no es la institución que más admiro y su victoriano fair play con que, premeditado o no, nos enviaron a Suárez lesionado tampoco.
Recuerdo, por ejemplo, que antes del partido Uruguay-Inglaterra que inauguró el mundial de Wembley en 1966, Isabel de Inglaterra saludó a los futbolistas alineados en el centro del campo y Ladislao Mazurkiewickz, que tenía sus propias ideas, le dijo alguna cosa un poco fuerte que no reveló en detalle a la prensa. Pero el único mensaje que por carecer totalmente de ideología escapa a la defensa del reyentismo, fue el del capitán de la selección argentina, Osvaldo Rattín, cuando en ese mismo campeonato un juez alemán le “robó” a su equipo el partido eliminatorio a favor de Inglaterra (mientras uno inglés le “robaba” a Uruguay a favor de Alemania). Rattín fue expulsado y al salir de la cancha le enseñó con gestos ostensibles al palco de Isabel, tomándoselo entre las manos, el “paquete genital”. Aquel mensaje gestual de Rattín (que además era el 5 de Boca Juniors) no fue más sexista que la vida de Carlos de Gales pero acaso resultará mas célebre, cuando pasen los siglos: El ogro Rattín servirá para un buen cuento de hadas.
Yo, en literatura como en el cine, soy monárquico. No concibo el mundo sin reyes. Las obras de Shakespeare no pueden ser protagonizadas por presidentes. Lo mismo en los cuentos para niños: reyes, ogros y príncipe azul. La princesa Helen y Ladislao, el hijo del zar Yazim. Aquel año que yo vi por primera vez un Mundial, tenían ella y él los mismos veinte años. Sería crimen de lesa literatura que no se hayan conocido, pero el jueves, en San Pablo, nada de monarquías. Voy a ser tan suarecista como de Hazaña.