Los tallarines de la abuela
Escribe: Juan Carlos Scelza.
En la activa subjetividad que implica el fútbol, suele cometerse la injusticia que depara comparar hechos que inexorablemente estarán condicionados por una fuerte carga emocional. Aquella salsa que por horas hervía en la olla grande que esperaba por la larga mesa familiar que se alargaría en la tarde dominguera, tendría el condimento adecuado, la sal justa y el tiempo de cocción exacto acorde a la sabiduría culinaria de quien tanto se dedicó en atender a marido, hijos y nietos, pero seguramente no haya tanta diferencia con quienes hoy, en otro contexto pican la misma cantidad de cebolla, rehogan por el mismo tiempo el morrón, o “mechan” el estofado de manera adecuada. Sin embargo, “no hay tuco como el de la abuela”, y ese nieto al decirlo con énfasis está aportando su verdad, porque en él y para él, tendrá el aroma y el sabor que reúne sensaciones. Los tallarines, también caseros, son la llegada temprana a visitar aquella casa con estufa encendida y una sala amplia. Abrigarse para desafiar la temperatura y recomendación mediante de tíos y padres de no ensuciarse demasiado, salir a embarrarse un poco entreverándose en un gran “picado” con arcos chicos y “golero peligro” que terminaría solo con el tercer grito de la abuela: “ Vengan ya …Está servida la comida y se enfría”. La carrera con los primos, porque el último que se lavara las manos pagaría con una prenda y después con los “cachetes” todavía colorados de tanto despliegue físico, disfrutar de aquella pasta, mezcla de un intenso gusto y ritual de una familia que más allá de dificultades pasajeras, siempre tendría algo o alguien por quien brindar, mientras el queso rallado pasa de mano en mano y los más chicos cometen el sacrilegio de cortar aquellas tiras de horas de amasado, porque su destreza todavía no les permite enrollarlas para llevárselos a la boca.
¿Cuál fue la mejor selección uruguaya que vio? Fue la respetuosa pregunta en una extensa y muy entretenida entrevista que nos hicieron los colegas de FM Latorre de Fray Marcos en esta semana. Y recordé logros y rendimientos de estos últimos años que me transportaron ineludiblemente a Sudáfrica, al desempeño descollante de Forlán, a las primeras apariciones determinantes de Luis Suárez, a los penales contenidos por Muslera, la “picada” de Abreu, el triunfo vibrante como pocos ante Ghana y podría seguir sumando la victoria ante mexicanos y locales hasta las derrotas de pie y con firme chance de ganarlos ante holandeses en semifinales y alemanes por la tercera plaza.
Habían pasado cuatro décadas desde el último cuarto puesto mundialista obtenido por a Uruguay, y el tiempo, así como permite asimilar golpes sentimentales que duelen o analizar con mayor frialdad acontecimientos que impactaron duro, también sobredimensiona hechos hasta colocarlos en un sitial casi lejano a la realidad. Una fiel demostración, fue el recibimiento que acompañó cada paso de la delegación en su llegada a Montevideo. Quinientas mil personas en un claro y firme reconocimiento y gratitud, por lo que el equipo había mostrado en la cancha y por el logro obtenido, porque está claro que en el fútbol, y en el deporte todo, sin resultado difícilmente se permanezca de la memoria del hincha.
Si a lo largo de la historia, solo dos selecciones uruguayas alcanzaron el título mundial, hace 70 y 90 años y otras tres la cuarta ubicación, en 1954. 1970 y 2010, no sería inadecuado expresar que esta generación de jugadores de primer nivel internacional haya sido la mejor que vimos, pero acaso ¿no sería una bofetada injusta por ejemplo para la incomparable década del 80, en la que la selección y los grandes se aburrieron de dar vueltas olímpicas. La Copa de Oro, la Copa América del 83 y luego la lograda en Argentina en 1987. El Preolímpico del 83 obtenido en Caracas y por si fuera poco la conquista del Sudamericano juvenil de 1981 goleando a Argentina en la final en Quito, que además abrochaba la cuarta consagración consecutiva en la categoría Sumémosle la Libertadores e Intercontinental de Nacional en el 80 y 81, los mismos logros obtenidos por Peñarol en 1982, Peñarol campeón de América en 1987 y Nacional de Libertadores e Intercontinental en 1988 y un año después de la Recopa ante Racing de Avellaneda?
Basta con nombrar a Enzo Francescoli, Ruben Paz, Ruben Sosa, Carlos Aguilera para corroborar lo que representaba una selección que en el 83 contó con la contribución de los goles del implacable Fernando Morena y la firmeza de Walter Olvera, como en la Copa de Oro, supo del aporte goleador de Waldemar Victorino y la jerarquía en sus últimas temporadas de Julio César Morales. Para elegir un arquero el espectro ofrece desde la imponente imagen ganadora de Rodolfo Rodríguez capitán por muchos años, a la capacidad de Fernando Alvez, pasando por Eduardo Pereira y Jorge Seré. En ataque hay para todos los gustos, desde Antonio Alzamendi, Pablo Bengoechea, Jorge Da Silva, Venancio Ramos, Wilmar Cabrera. Si retrocedemos en la cancha, Hugo De León y Nélson Gutierrez eran bastiones casi inexpugnables, a los que en algún momento se sumó Darío Pereyra y laterales como Víctor Diogo, Daniel Martínez o José Moreira. Un rápido repaso que abre los ojos, para darnos cuenta que las eliminaciones en octavos de final de los mundiales de México 86 y de Italia 90 fueron un costo demasiado alto que no va n consonancia al gran aporte que brindaron para el fútbol de nuestro país.
Un acogedor salón de no más de seis mesas, la amabilidad lugareña para hacernos sentir como en casa proporcionando el adecuado desayuno muy tempranero con el que iniciábamos cada jornada. Allí, en ese hotel, solo reservado para unos pocos uruguayos planificábamos la tarea cuyo paso inmediato era el muy cercano estadio donde el grupo celeste entrenaba una y otra vez esperando por el partido siguiente. Primero con Carlos Scotto y luego con Martorell, excelentes profesionales de la cámara, no nos apartamos un instante del itinerario de la exitosa selección. Kimberly retribuía con creces con su cordialidad y hospitalidad, las muchas horas laborales que requería la cobertura de un equipo que despertaba entusiasmo en Uruguay y reconocimiento en el mundo entero, a tal punto que después de pasar la primera fase fuimos requeridos por cadenas como Fox y Direc TV para participar de sus programas, noticieros y comentar los partidos a nivel internacional. Apenas con algo más de 200 000 habitantes, bañada por el río Orange y dominada por el Big Hole, el gran agujero en el que se encuentra la más importante mina de diamantes, que moviliza ya no solo la economía de sus pobladores, sino del país entero, fue el lugar común para disfrutar la comunión exacta entre el gratificante despliegue de nuestra vocación, y el logro deportivo que conseguían los verdaderos protagonistas de esta historia, que seguimos como siempre desde hace más de 20 años con la producción de Tenfield desde la partido de Carrasco, hasta que el chárter toco suelo uruguayo a la hora del regreso.
Recuerdo las felicitaciones de Rafael Dudamel y Oscar Córdoba con quienes compartimos las largas transmisiones apenas Abreu conquistó el último penal de la serie y tengo grabado en mis oídos la voz del director de cámara argentino que me repetía por vía interna “Tranquilo uruguayo que ganan” luego de la segunda atajada de Muslera. Es nítida la imagen de cada instante cuando descendimos a la zona mixta del estadio de Johanesburgo y el encuentro con cada uno de los integrantes de la delegación. Esas imborrables situaciones de alto contenido emotivo, contribuyen y mucho, además de logro deportivo, para enmarcar ese mundial y esa actuación como la más importante, pero despojándonos de la subjetividad, repasando la historia y metiéndonos en números, estadísticas y trayectorias pecaríamos de injustos con la otra gran generación de inagotables títulos internacionales de los años 80.
Esta última década, con las reiteradas clasificaciones a los mundiales, el cuarto puesto de Sudáfrica y el quinto en Rusia, la Copa América del 2011, el oro en los Panamericanos, y el Sudamericano Sub 20 conseguido en Ecuador, tiene un amplio saldo positivo en el que las posiciones ocupadas en los mundiales le dan mayor sustento y respaldo, pero en la fragilidad de la memoria de los hinchas y en esa casi obligación bien futbolera de comparar y elegir, muchas veces se comete no solo un acto de ingratitud con otros grandes jugadores uruguayos que dieron mucho, sino que se minimiza las numerosas conquistas conseguidas. Se agrava mucho más, cuando intencionalmente o no, para fundamentar la indiscutible identidad de las últimas generaciones a la causa celeste, se enloda el pasado apuntando a una falta de adhesión que, salvo rarísimas excepciones, no fue tal y al barrer, se omite contabilizar muchas metas alcanzadas por quienes también y porque no, en más ocasiones fortalecieron la historia.
El nieto añorará los tallarines con tuco de la abuela, y solo con el tiempo reconocerá que por encima de la buena mano de la “nona”, será la situación y su recuerdo la que los transformen en inigualables, pero no por ello, deberá restarle mérito a las muy buenas recetas ejecutadas más acá en el tiempo, por otras manos con igual sentimiento, pasión y sabiduría.