Los espejos
Atahualpa del Cioppo para dar indicaciones a sus actores recurría muchas veces a imágenes de películas. “¿Te acordás del gesto de Rocco cuando gana la pelea? Bueno, hacelo”.
Mario Arregui, uno de los mejores cuentistas uruguayos decía que los libros no salen de la imaginación ni de la memoria. “Salen de otros libros”. “Esto lo saqué de Poe”, confesaba de pronto.
En realidad detrás de todo presunto original generalmente hay un antiguo muerto sonriendo por su autoría. Borges decía que sin excluir a Fedro y a La Fontaine todas las fábulas posteriores a las que los griegos atribuían a Esopo y quizás fueron anteriores a él, son plagio de éstas.
De cada técnica, estilo e incluso de cada frase célebre podemos hacer un árbol genealógico, para comprobar que muchas veces la autoría atribuida vulgarmente no es la genuina.
Por ejemplo, muy probablemente “sean los orientales tan ilustrados como valientes” es de autoría del Fraile José Monterroso. Lo que el Pepe Artigas habrá dicho es: “José, escríbeme un discurso para inaugurar la Biblioteca; ponle que hay que estudiar”.
Entre los autores de tangos éstas cuestiones de “plagios” por ideas, temas o “fantasmas” (como les llaman ellos a las canciones ajenas en que se inspiran para hacer las propias) se anotan en cuentas de grappa.
Más de un sabio ha dicho y sería arduo retrotraernos en la genealogía de la frase hasta encontrar su auténtica autoría, que el plagio es lícito cuando lo copiado se mejora de algún modo.
Otra cosa es comprar autorías al bajo precio de la necesidad como le hacían a Tito Cabano en Villa Devoto. Peor aún es robar decenas de páginas sin cambiar ni un punto ni una coma ni aludir siquiera a la fuente, como hizo Jorge Bucay.
Onetti ironizó en una de las famosas entrevistas que le hizo María Esther Giglio: “para algunos críticos mi obra no es más que un empecinado e incomprensible plagio a Faulkner. Pero después de todo esa es otra de las formas del amor”.
Lennon empezó haciendo My Ponny y covers de Elvis Presley con Tony Sheridam, Velázquez el tenebrismo de Caravaggio. Eran conscientes.
En las antípodas de los anteriores, por mediocre, inconsciente y mezquino, está el “autor” del jingle central de una de las campañas para las elecciones del 2004, quien se presentó el verano siguiente en AGADU a prohibir expresamente que su música la usaran las murgas. Se creó entonces una gran polémica, que terminó cuando alguien demostró que aquel jingle era plagio de una canción italiana de los años 60´.
La mejor definición sobre este asunto es de Raymond Chandler: “ser un SIMIO DILIGENTE; no hay otra manera de aprender” (las mayúsculas son mías, originales). Dicho con palabras de Oscar Washington Tabárez: “Convencidísimo estoy de la conveniencia de empezar la formación en las edades más tempranas y hay ejemplos en la historia de nuestro fútbol, de grandes jugadores, los que han desarrollado grandes aptitudes y han tenido la oportunidad de hacerlo de la forma más redituable, en las edades más tempranas y a través de la imitación”.
Y la mejor metáfora es de Bukowsky, quien en un cuento desopilante narra el combate de boxeo que tuvo con Hemingway en las bibliotecas públicas, sin nombrar las bibliotecas, claro. Toda la acción transcurre en un ring.
Creo que era Pugliese sobre La Yumba, que contaba emocionado que le había salido “sin fantasma”, es decir ‘de una’, como de memoria y es que al final sale de memoria pero el ‘fantasma’ siempre está. Y había otro de los grandes, no recuerdo si Troilo o Piazzolla, que cuando le preguntaban si un tema, que parecía ser de él, lo era, cuando en realidad no lo era, pero el tema le gustaba contestaba: “no, todavía no es mío”.
En el fútbol el término que se utiliza no es “fantasma”, ni “plagio”, ni “cover”. Los cien futbolistas que entrevisté para “historias de vida” me hablaron de sus “espejos”.
“Mi espejo fue el Toto Schiaffino –me dijo Míguez–, yo me miraba en él; “mi espejo fue Artime; yo admiraba su paciencia”, me dijo Revetria; “…fue Morena, fue el 9 más completo que vi”, me dijo Jorge Da Silva; “…el Pato Aguilera”, me dijo Stoyanoff en la cancha de Fénix, antes de emigrar; “Maneiro –dijo Carrasco– y además, fueron él y otros jugadores del 72, los que me hicieron jugar de titular en Nacional”; “mi espejo fue Falcao, cuando empecé a ver fútbol, en Rivera, fue el Mundial78”, me explicó Bengoechea; el espejo de Maradona fue Bochini, según cuenta el libro “El Diego de la gente” (esperaba a que abrieran las puertas del estadio de Avellaneda para verlo jugar quince minutos) , el de Zidanne fue Francescoli (y nombró a su hijo “Enzo”); el de Messi fue Aimar y este año lo homenajeó como tal en la Liga Española.
Quizás lo más importante que nos dejó este torneo Apertura estuvo en las tribunas y lo sabremos, dentro de diez o veinte años, cuando nos digan: “mi espejo fue Zalayeta”, “mi espejo fue Recoba”, o “fue Rolan” o, ¿por qué no?, “fue Héctor ‘Romario’ Acuña”.