Los 89 años de Carlos Páez Vilaró
Carlos Páez Vilaró festejó sus 89 años rodeado de autoridades, familiares y amigos. Una velada para el recuerdo cerrada –en el momento de cortar la torta–, con unas justas y precisas reflexiones del agasajado sobre la vida y su devenir.
Casapueblo. Jueves 1º. de noviembre de 2012. El hermoso día primaveral se fue a dormir con una inesperada puesta de sol. En el horizonte, una franja de nubes negras se instaló desafiante en el horizonte, planteándole pelea. Cual si fuera una bola de fuego naranja, el astro rey ganó el último round apareciendo inmenso en el mismo momento que su parte inferior comenzaba a zambullirse en el mar en busca de otros derroteros. Un profundo color anaranjado ganó la plenitud. Las nubes pasaron del gris al negro intenso. La escena parecía escapada de la paleta de un pintor impresionista.
Carlos Páez Vilaró contemplaba el atardecer de pie, en su terraza colgada sobre mar, de cara al poniente. En ese instante una lágrima furtiva rodó por su mejilla. Dobló la carta que terminaba de leer y la guardó en su bolsillo. El texto escrito por el veinteañero Sebastián –el primer hijo fruto de su ardorosa pasión por Anette–, era el mejor regalo que podía recibir en el día de su cumpleaños. Lo dejó henchido de emoción ese tantas veces aguardado y siempre postergado reconocimiento de su vástago, expresado en la misiva. La titánica lucha que en un momento de sus vidas, Carlos y Anette libraron juntos hasta demostrar que el amor es más fuerte, consagraba su triunfo definitivo.
El reloj marcaba exactamente las ocho y media de la noche. La hora señalada para el comienzo del festejo del cumpleaños. La sonrisa en la cara de Carlos, con la que recibía a los amigos convidados, era mucho más dulce que de costumbre.
LAS REMINISCENCIAS DEL MEDIO MUNDO
Como si vinieran marchando a pasos cortos con los tamboriles en plena noche de llamadas, desde los barrios Sur y Palermo, llegaron los primeros en cruzar las blancas paredes de Casapueblo. Eran los Silva. Los hijos y los nietos de Juan Ángel y Doña Gregoria, aquella pareja que controlaba el conventillo “Medio Mundo”.
-“¿Te acordás, Carlos, cuando la vieja te quería echar porque no tenías para pagar la pieza?” recordó Juan Ángel el mayor de los tres hermanos que lleva el mismo nombre que el padre. “¡No sabés la pinta que tenía Carlos! ¡Ganaba con todas las minas! Tenía una coupé amarilla de locura”, agregó –mirándome–, para redondear el recuerdo. Y volviéndose a Páez Vilaró le preguntó: “¿Era en 1953…?”
-“No. Fue en 1950. Vino tu papá, me abrazó y me dijo que me quedara, que no tenía problemas. Y me quedé allí con mi atelier”, respondió Carlos con su voz suave de tonos pastel.
La breve escena pinta de cuerpo entero a este Páez Vilaró de hoy, instalado desde hace varias décadas en el Olimpo de la popularidad y la fama. No olvida su pasado, sus comienzos, aquellos años de su juventud millonaria en sueños e ilusiones, pero escasa en contante y sonante para sustentarlos. ¡Allí estaban los Silva! ¡La segunda y tercera generación de aquel Juan Ángel, creador de “Morenada”, la agrupación de negros y lubolos que hizo historia en los carnavales montevideanos, cuyos tambores y máscaras pintó Carlitos en sus años mozos de bohemia! La vieja “Morenada” que hoy prolonga otro de los hijos de Juan Ángel, “Cachila”, en “Cuareim 1080”.
Cuál si fuera la Reina de la colmena, siempre atencioso, Carlos marchó a atender a otros invitados, a agradecer la presencia, a recordar anécdotas.
Me quedé con Juan Ángel recordando aquel boxeo del pasado. Las peleas de Eulogio Caballero y Santos Pereyra con el argentino Jaime Giné. No sabía que Santos –aquel genial boxeador uruguayo tan “Intocable” como el argentino Nicolino Locche–, también arrancó del “Medio Mundo” para convertirse en luminaria en las noches sabatinas del Palacio Peñarol y el Luna Park de Buenos Aires. El K.O.T de Caballero a manos de De Britos; Júpiter Mansilla, Rolando Senatore. El invicto que Santos dejó en manos de Vicente Derado en el Palacio. ¡Qué tiempo aquel cuando cada sábado de noche Montevideo palpitaba con los grandes boxeadores! ¿Quién iba a decir que son las mujeres las que hoy se calzan los guantes y se fajan sobre el ring? Si alguien lo hubiera dicho en aquel tiempo, le ponían el chaleco de fuerza y lo internaban en el manicomio…
LAS ESPOSAS DE TABARÉ VÁZQUEZ Y JUAN SALGADO
De aquí para allá, con su clásico saco sport azul y la camisa celeste, Carlos mostraba sus dotes de gran anfitrión. Para cada uno de los invitados, la atención pausada, la charla amena, así fueran sus interlocutores el viejo amigo, el recitador y poeta Roberto Bianco como el Director de Turismo de la Intendencia de Maldonado, Horacio Díaz. O María Auxiliadora Delgado acompañada de Olga Varela, respectivamente esposas del ex Presidente Dr. Tabaréz Vázquez y del máximo jerarca de CUTCSA, Juan Salgado. O el compositor y tecladista Mauricio Trobo, afincado en Maldonado desde 1983, a quién Carlos le encargó el cuidado y la edición del CD “Afrikandombe”; el Jefe de Policía de Maldonado, Inspector Mayor ® Juan Daniel Balbis o el publicista José María Reyes. Henry Faure y Miguel Renart contaban anécdotas de aquellos años de estancia bohemia con Carlos en Nueva York, y una larga lista de invitados que colmaron el living-comedor y las terrazas exteriores de ese sector de Casapueblo destinado a la vivienda, tuvieron por un momento la compañía de Carlos.
Desde el exterior el celular le trajo el saludo de varios amigos. Entre ellos el de Sergio Massa, Intendente de Tigre en la Provincia de Buenos Aires, donde Carlos inaugurará su Casapueblo el próximo 29 de noviembre. Desde Río de Janeiro el de Kleber Leite y su esposa Shirley, que se emocionan con cada puesta de sol en la escultura habitable, cuando Carlos recorre la vida leyendo un texto que siempre –siempre, ¿entendido?–, te hace llorar. En la sala principal de su apartamento en La Barra, eligieron dos obras del artista para que el abrazo fraterno sea permanente.
La delicada gastronomía la aportó la cocina del Hotel Serena. Eduardo Abulafia cuidó todos los detalles, fiel a su estilo que ha convertido a ese establecimiento en uno de los lugares top del balnerio. El Gerente de Casapueblo, Gustavo Oliveros, desde su permanente serena actitud, se sumaba a la atención cortés de los invitados.
Florencio, el segundo hijo de Carlos y Annette, ambientó la velada poniendo todo su fervor y capacidad en el manejo de los platos, mientras de los viejos discos de acetato la noche se regodeaba con las inolvidables canciones de jazz. Alejandro –el menor–, llegó después que cerró la “Taberna Las Grutas”, su reciente emprendimiento gastronómico inaugurado en la otra falda de Punta Ballena, la que mira hasta la Isla Gorriti y Punta del Este.
“SOBRE LAS BALDOSAS DE LOS 90…”
Cuando la noche se estiraba por el mar y la luna reflejaba su claro sobre las olas, llegó el momento del corte de la torta. De un lado estaban Beba y Agó, las “nenas” del primer casamiento de Páez con Madelón Rodríguez. Del otro, Annette, bromeando sobre el muy buen estado de su esposo, atribuyéndolo a sus manos, a sus cuidados.
De pronto, siempre en el mismo tono pausado y sin estridencias, hablando como si las palabras salieran de su boca en puntas de pie, Carlos comenzó a hilvanar sus pensamientos. Lo miré fijo pegado al otro lado de la mesa donde apreté el play de la filmadora para eternizar el momento. Pensé en el tiempo que huye y nos cambia. Mentalmente, en silencio, observándolo, recordé el tránsito humano de Carlos. Advertí que la vida es una pluralidad rica y confusa. Aquel adolescente gallardo que pretendió ganar su lugar bajo el sol en Buenos Aires. Aquel botija que no quería retornar en ancas de la frustración. Aquel a quién su madre mandó a buscar al enterarse que estaba muy enfermo. Aquel muchacho cuyo mundo interior estaba gris; que encontró el color siguiendo a un grupo de negros que tiraban “la manga” tocando el tamboril hasta meterse en las entrañas del medio mundo. Aquel que se descubrió pintor en el conventillo donde instaló su atril para manchar los primeros cartones. Aquel aventurero y bohemio que salió a recorrer el mundo cambiando cuadros por casa y comida. Aquel que todavía sonríe, desde la fotografía, con pinta de galán de cine al lado de Brigitte Bardot. Aquel que hizo realidad los sueños e ilusiones, ha devenido en un hombre sereno, que ya mira por encima y más allá de los horizontes cotidianos. La fecunda y bulliciosa ansiedad de sus años mozos, dio paso a este sabio tolerante que a pesar de sus 89 años no excluye la acción, sino que, por el contrario, la depura y la sublima.
Mucho ha visto, mucho ha vivido y mucho ha sufrido. Tanto como para comprender, para perdonar, para medir la vanidad de las glorias del mundo. Tanto, como para delinear en un pequeño puñado de palabras perfectamente escogidas, la síntesis de su visión de la vida cuando ya el sol está en la espalda…
-“Tengo 89 años –comenzó diciendo Carlos–. Puedo decirles hoy que es verdad… ¡89 años! Mis amigos, los que más me quieren, me ven cruzar por la calle y me dicen, ‘pero Carlitos, que bien que estás. Nunca te vi tan joven ¿Vas al cirujano plástico? ¿Cómo puede ser que con 89 años estés tan joven?’ Yo les quería decir que mis amigos tienen algo de razón. Yo siento que me he mantenido joven porque he tenido proyectos, porque dediqué toda mi vida al trabajo y, sobre todo, porque estuve con la gente joven. Gente joven que a mí me inspira muchísimo. Aprendo mucho de ellos, son los que están más actualizados, son los que más se la juegan, son los audaces. Pero, al mismo tiempo, dentro de los códigos que yo respeto y que he inventado, está lo que yo llamo el intento. Ustedes lo saben, porque me quieren, que toda mi vida fue un intento. Intenté, por ejemplo, entrar en la alfarería sin ser ceramista; traté de entrar en la pintura sin tener profesor; traté de hacer esta casa sin ser arquitecto. Y eso a mí me llevó a convertirme en una especie de chupador de sacrificios, de experiencias y chupador realmente de logros y desaciertos. Ayer de noche tuve una conversación con un gran amigo mío de Florianópolis que se llama Cocal, y entre los dos –mientras una copa va y otra viene–, jugamos un poco a la vida. A explicarnos, un poco, como sentíamos la vida. Y yo le dije, Cocal, mirá, ves, la vida mía es una especie de callejón lleno de puertas que están cerradas. Y yo, mientras avanzo completamente atraído por el brillo de los picaportes o de las manitos de bronce que tienen las puertas, las voy abriendo. Y a medida que las abro voy recibiendo sorpresas. Me doy de plano contra lo inesperado. A veces son sorpresas muy tristes las que recibo, como aquella cuando buscaba a mi hijo en la Cordillera de los Andes. A veces son sorpresas tan felices como esta de estar con Vds. Por eso les quiero explicar a Vds., que son los amigos míos, que hoy no es que cumplo 89 años. Estoy pisando las baldosas de ese corredor. Las baldosas de mis 90 años. Y… ¿a dónde me llevan? Me llevan a descubrir la última puerta y, quizás, también la última sorpresa…”
Sus palabras fueron un mensaje de vida. Cual si fuera una carrera de postas, cada día fija un nuevo objetivo. El 21 de noviembre estará en La Bombonera, para entregar el trofeo que diseñó por pedido de las empresas organizadoras –Klefer y Full Play–, para el triunfador anual del “Superclásico de Las Américas” que disputan las selecciones de Argentina y Brasil. El 29 inaugurará con otra fiesta a su estilo, la casa en El Tigre. Después Navidad y Año Nuevo. Después… seguirá caminando por el callejón abriendo puertas, buscando a los jovenes para conversar con ellos y sentirse –él también–, más joven que esos 89 años que canta el calendario. Porque, realmente, nadie puede decir que Carlos esté en el umbral de los noventa. Está joven por afuera y por dentro, con esa dulce ancianidad juvenil que aun sigue cautivando a las damas de todas las edades. Por eso al final de la noche, la broma de buen gusto cuando al unísono y pidiéndole permiso a sus esposos, Roxana, Sandra e Inés, le confesaron su amor. Los ojos celestes de Carlos se iluminaron y su tibia sonrisa anticipó el abrazo fraterno. ¡Hasta los noventa carlos!