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Constantinopla, el “Grand Bazar” y el conocimiento de Uruguay por Lugano y Muslera




Uno de los enormes pasajes interiores del "Grand Bazar", con perfecta iluminación, limpieza y pulcritud en la presentación de la mercacería.


11 noviembre, 2013
Pelota al medio Sin Categoría

 Tercera Crónica de Viaje de la “Operación Jordania”. Finaliza con las experiencias vividas en Estambul, la visita al “Grand Bazar”, los problemas sin solución del tránsito y el pasado de esta ciudad con una parte en Europa y otra en Asia, donde a Uruguay lo conocen -como en casi todos lados-, nada más que por el fútbol. Y en este caso, ellos mismos lo dicen: “Tota” Lugano y Muslera.

Puerta principal de ingreso al "Grand Bazar" de Estambul. El mismo se encuentra dentro de una construcción antigua y hermosa.

Puerta principal de ingreso al “Grand Bazar” de Estambul. El mismo se encuentra dentro de una construcción antigua y hermosa.

Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales a Estambul)

¿Quién me iba a decir, allá en mi adolescencia transcurrida entre el Liceo No. 17, mi casa y el fútbol, que algún día llegaría a Estambul en ancas del periodismo? En aquellas clases de historia, en los tiempos cuando la enseñanza pública competía cabeza a cabeza con la privada, al estudiar el Imperio Romano, el profesor insistía en la importancia de Constantinopla, nombre que le colocaron los griegos, cuando la ciudad era el centro neurálgico de su imperio y posteriormente del bizantino. Y menos imaginaba la posibilidad de andar por sus calles antiguas, cuando el docente agregaba que a través de los años la ciudad fue conquistada por los persas, después recuperada por los espartanos, luego conquistada por los atenienses, que después pasó a manos de los macedonios en tiempos de Alejandro Magno, hasta que aparecieron los celtas. Todo esto en fechas anteriores a Jesucristo, hasta que el 28 de marzo de 1930, al triunfar los turcos sobre el Imperio Otomano que la dominaba, resolvieron sepultar el nombre de Constantinopla cambiándolo por el de Estambul.

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Imagen de una de las tantas ruinas arqueológicas de Estambul.

Imagen de una de las tantas ruinas arqueológicas de Estambul.

Construida a orillas del mar de Mármara que une las aguas del mar Negro y del Egeo, tiene la particularidad de pertenecer una parte a Europa y la otra a Asia unidas entre sí por el estrecho de Bósforo. Para tener una idea futbolística del tema, el estadio del Galatasaray está en Europa y el de su archienemigo, el Fenerbahce, se encuentra en Asia. El domingo pasado, los muchachos del equipo naranja y rojo donde juega Fernando Muslera, cruzaron uno de los dos enormes puentes del Bósforo, que une ambos territorios para ir a jugar a la cancha del adversario. Uno se llama Bogazici con 1.074 metros de largo y el otro puente, más moderno, de nombre Fatih Sultan Mehmed, fue erigido en 1988, con casi la misma longitud, casi al lado del otro, para intentar impedir que los “tapones” de los autos que los cruzan hagan eterno el pasaje. ¡Cómo serán las demoras que a veces se producen, que existen “taxis-lanchas” que unen las dos orillas en tiempo mucho más corto.

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La lentitud del tránsito está originada por la población de más de diez millones de personas, mayoritariamente musulmanes, que viven en el área metropolitana. Esto genera una situación muy clara. ¡Nadie imagina cuánto puede tardar para ir de un lado al otro! ¡Porque todo depende del tránsito! Les cuento una anécdota al respecto. El sábado pasado, bien temprano, salimos en un taxímetro con el “Gallego” González rumbo al “Gran Bazar” cuyas puertas se abren a las nueve de la mañana, pero no se conoce la hora en que las cierran. Depende de la marcha de las ventas. El conductor tomó por la bellísima y espectacular amplia avenida que bordea la costa del Mármara y fue avanzando con bastante facilidad. Tardamos 40 minutos en cubrir una distancia similar a la que existe entre nuestro centro y el Cerro. Pasado el mediodía, cuando decidimos volver, aquello era un hormiguero. En amplia avenida sobre la cual se encuentra la puerta de ingreso al “Gran Bazar” se mostraba atiborrada de ómnibus, taxis y autos, que avanzaban a paso de mula. Advertimos lejos de la parada de los “tachos”, uno de ellos, a cuyo mando estaba un señor de cierta edad, con pelo cano y nariz colorada. No cobraba por el aparato. El suyo era un precio fijo: 80 liras turcas. Dos veces y media más de lo que garpamos para venir, donde el monto surgió del funcionamiento del taxímetro. ¡La diferencia tenía una poderosa razón!

-“Yo conozco los atajos para llevarlo a su hotel en media hora. Con los otros tardará más del doble”, nos dijo con toda propiedad. Fue el gancho que necesitábamos para dar el sí, previa negociación del precio. Arreglamos por 60 liras turcas.

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Realmente el “tachero” la sabía lunga. Comenzó a meterse por el corazón de la ciudad vieja de Estambul, por unas callecitas estrechas en pronunciadas subidas y bajadas, por donde sólo existía lugar para un vehículo transitando en un único sentido. Luego tomó algunas calles principales donde algún semáforo en rojo obligó a detenerse y finalmente cayó en la misma avenida costera por la que llegamos, pero arrancando más atrás, cerca del gigantesco puerto de Estambul donde los enormes cargueros esperan para ingresar. Realmente cumplió lo prometido. En media hora, en el momento de mayor “pico” de automóviles en esa zona, llegamos en media hora al hotel. En cambio, Sergio Gorzy, que se largó en solitario para dar una vuelta por las cercanías de la famosa plaza Taksim, al retornar medio destartalado, contó que “¡no sabés! Para volver anduve en taxi, subterráneo y después en un ómnibus donde no entraba. Medio agachado, en medio de la gente que abarrotaba el vehículo. Puse como dos horas. Estoy destruido”.

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Portada del "Grand Bazar" don el enviado especial de tenfield.com tomando apuntes para esta crónica.

Portada del “Grand Bazar” don el enviado especial de tenfield.com tomando apuntes para esta crónica.

Los dos viajes, el de ida y vuelta, nos permitió observar en un rápido pantallazo, una amplia zona de la ciudad donde se combinaba el pasado lejano, de aquel tiempo de Constantinopla, con este presente de modernidad. Más allá de las bellezas naturales, lo que nos asombró al realizar la inevitable comparación con nuestra realidad montevideana, es la pulcritud ambiental, la ausencia total de mugre o basura en las calles, el perfecto cuidado de los jardines públicos que bordean las avenidas y la inexistencia en los semáforos de quienes te quieren limpiar el vidrio de pezuca o los aprendices de malabaristas, que parecen estar haciendo un curso para ingresar al circo. Bien temprano, cuando salimos para el “Gran Bazar”, en un cantero central de la avenida, los operarios se encontraban plantando pensamientos y violetas de color amarillo. Claro, se viene el invierno por aquí, y esas flores son las que más se acostumbran a los fríos. Observamos miles de plantitas que se encontramos en cientos de cajones de plástico, apilados cada uno al lado de los canteros donde serían plantadas. Y al costado un camioncito con los operarios, las palas y agua para regarlas al terminar de implantarlas en la tierra. Cuando volvimos, tres horas después, ¡estaban todas perfectamente plantadas! En fin…

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La experiencia inolvidable resultaron las tres horas que transcurrieron en el “Gran Bazar”. ¿Cómo describirlo? Es una amplísima construcción antigua que específicamente ocupa algo así como cuatro o cinco manzanas. Además de todos los comercios que funcionan en las adyacencias. Tiene un ingreso principal, a través de una puerta antigua, en cuyo alto se lee la dirección: “Gate 7 Beyazit Kapisi”. Al transponerla lo primero que se observa es la presencia de un policía en el medio. Alto, perfectamente equipado, el hombre observaba todo. Al ver al “Gallego” con su vestimenta típica de fotógrafo snob, su pelilarga cabellera entrecana que termina en rodete y los artilugios de chasirete colgados en esos chalecos con diez bolsillos, el policía le exigió que mostrara su contenido, preguntándole en inglés ¿qué llevaba? Mientras lo observaba preguntó:

-“¿No bombas?”

-“No, no, no…” se apresuró a decir el “Gallego”, mientras en forma canchera el policía se reía.

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Vista interior de uno de los miles de lugares donde se venden distinto tipo de cosas en el "Grand Bazar". En este caso la imagen muestra un lugar de cosas típicas turcas.

Vista interior de uno de los miles de lugares donde se venden distinto tipo de cosas en el “Grand Bazar”. En este caso la imagen muestra un lugar de cosas típicas turcas.

Una vez adentro la experiencia resulta fascinante. En primer lugar porque el “Gran Bazar” de Estambul no tiene ningún punto de contacto con otros sitios parecidos que existen en el mundo. Desde “La salada” en Buenos Aires, pasando por “La Bahía” en Guayaquil y siguiendo por los “Mercados de Pulgas” de cualquier ciudad, donde el ambiente es algo espeso y la presentación de la mercadería muy mala, brindando una imagen de rechazo al visitante. En el “Grand Bazar” la pulcritud es absoluta; los vendedores lucen muy correctamente y los hay hasta de traje y corbata en las joyerías y otros comercios. La oferta es amplia y variada. Desde diamantes hasta las más finas especies para preparar comidas. Todo en un ambiente muy agradable, antiguo por la construcción, pero moderno por la presentación de la mercadería, con el agregado de que en varios callejones, un fino olor de sahumerios invitaba a quedarse en los locales donde se ofrecen elementos típicos de Turquía. Eso sí, el elemento que une al “Grand Bazar” con los otros parecidos de diversas ciudades, es la pelea por el precio del artículo por el que uno se interesa. El regateo aquí es mayor que en cualquier otro lado y la diferencia es muy grande entre el valor de lo que piden, y el monto en que finalmente se cierre el negocio, después de la tenaz pelea entre las partes. Va un ejemplo. Cuando nos veníamos rumbo al taxi, me ofrecieron una campera por 80 liras turcas. Ni pensaba comprar esa prenda. Entonces le retruqué con una oferta loca. Le dije 30 con total firmeza. El vendedor empezó a bajar, ¿75, 70…? Me di vuelta e inicié el camino en la búsqueda del vehículo. El tipo me siguió: ¿65, 60, 55…? Y mi respuesta fue siempre la misma: “No, no, no…” Al final, cuando estaba llegando al coche, el turco aflojó y el negocio se cerró por las 30 liras turcas de las que nunca me bajé porque no quería comprar la campera. Un dato más sobre la enorme variedad de productos ofrecidos. Sorprende la impresionante cantidad de artículos de marcas de primer nivel. Para tomar una como referencia, mencionamos la de Louis Vuitton. Las carteras son perfectas y a ellas se agregan algunos artículos que en nuestro país no se conocen. Ni siquiera las que son legítimas. Me refiero a que en el “Grand Bazar” ofrecen botas y lo que allá llamamos championes de Louis Vuitton. Y de los precios de estos productos, mejor no hablar. Un regalo.

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Nueve lugares de Turquía han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Varios de ellos están aquí, en Estambul. Mezquitas, ruinas de viejos murallones, sitios específicos aparecen en cualquier lugar de la ciudad, mezclados con la modernidad que avanza. Y otra vez, como en tantos otros lugares del mundo, al hablar de Uruguay, advertimos y comprobamos una realidad que allá se olvida. A nuestro país lo conocen en todos lados por la fama de sus jugadores y… por muy poco o casi nada más. En el “Grand Bazar” los vendedores nos preguntaban el nombre del país de donde proveníamos. Cuando decíamos Uruguay, la respuesta inmediata en ese duro idioma turco donde las palabras salen de la boca como agrediendo: “Tota Lugano” o “Muslera”, arrastrando la “r” para darle fortaleza. El apellido de estos dos grandes jugadores compatriotas, era pronunciado por los turcos según la identidad de su pasión por el fútbol por Fenerbahce o Galatasaray. Salute.

 


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