¡La última atajada del “Canario” Paz!
De físico enorme, de gran porte e intuición, fue uno de los grandes goleros de la historia del fútbol uruguayo. Recordado por aquellas rodilleras y su pelo engominado, se aburrió de consagrarse Campeón con Nacional y Uruguay.
Escribe Atilio Garrido
Nació en Belvedere –en la calle Gral. Hornos-, el 21 de mayo de 1917. Como todos los botijas de entonces, las diversiones y también las obligaciones, se limitaban a dos posibilidades: la escuela y el fútbol. Los libros y la pelota de trapo. Justamente, se hizo arquero “entre el laurel y el pino” –como el mismo Aníbal recordaba-, del patio donde gastaban las alpargatas en el recreo. “Hasta que un día ataje dos penales seguidos y me llené de berretines. Me convertí, definitivamente, en golero”.
En el barrio fundaron el club Gral. Hornos, con la camiseta igual a la de Misiones –rojinegra-, pero los muchachos más grandes no lo ponían ni en la reserva. Se fue a probar a Rampla Jrs con 14 años. No quedó. De tanto insistir con ser arquero, lo aceptaron en Liverpool, cuando los negriazules estaban en Intermedia. Jugó en la Reserva y después, durante tres años, alternó en el primer equipo. Liverpool estaba muy lejos de ser la gran institución de hoy en día. ¡No tenían ni sede! Se reunián en la mesa de café Barriola. Le pagaban un peso, una cerveza y un refuerzo.
En 1935 con apenas 18 años, se incorporó a Bella Vista. Fue creciendo en su eficiencia deportiva, conoció los secretos del arco y poco a poco se adueño de los tres palos del equipo papal. Definitivamente titular, después de su debut en Primera División en 1936, su carrera en ascenso no se detuvo hasta que llegó a la cumbre.
La Comisión de Selección que armó el plantel para el Campeonato Sudamericano de 1939, en Lima, nombró a Aníbal Paz para integrar el combinado como suplente del titular, Horacio Granero, de Central. Uruguay perdió la final ante el local, Perú, y al retornar en barco hasta Santiago para tomar el tren rumbo a Montevideo, se disputó en partido amistoso para recaudar fondos para los damnificados de uno de los tantos terremotos que azotan a la querida tierra araucana. Allí, en esa ocasión, Aníbal Paz sintió la emoción de vestir por primera vez el buzo de la gloriosa celeste. Fue el 26 de febrero de 1939 y el partido terminó con triunfo celeste, nada menos que por 8 a 1. Uruguay formó con Paz, Accour y Mascheroni; Erebo Zunino, Galvalissi y General Viana; Camaittí, Ciocca, Lago, Severino Varela y Porta.
Aquel muchachón grande de cuerpo y alma, con ojos celestes de mirada penetrante, llamó la atención de los dirigentes de Nacional. Al retornar del Sudamericano de Lima, en febrero, firmó la transferencia para los albos.
El titular legendario era el “Flaco” Eduardo García. También estaban Veliz y Tovagliari. El “Canario” –como empezaron a llamarlo, tal vez por lo fuerte y bruto de su estructura ósea y muscular-, se adueñó del arco a partir de su debut en Nacional en un partido amistoso ante Wanderers, el 25 de marzo de 1939. Con 8.000 personas en el Estadio Centenario y con Aníbal Tejada de juez, Nacional formó con Paz, Fazzio y Cabrerita; Luz, Faccio y Lirio Fernández; Tenorio, Porta, Atilio García, Hernández y De León.
Con el técnico británico Mr. Reaside se inició en ese año 1939 el espectacular y esplendoroso Quinquenio de Oro de Nacional. En ese lustro no puede dejar sin mencionarse la Copa Uruguaya de 1941. ¡Campeón invicto sin puntos perdidos! ¡Siempre con Aníbal Paz en el arco y un equipo que se fue armando con continuos cambios, hasta afirmar la integración que comenzó a recitarse de memoria… hasta el presente! Paz, Raúl Pini y Tejera; Gambetta, Galvalissi y General Viana; Luis Ernesto Castro, Ciocca, Atilio García, Porta y Zapiraín.
Por la fuerza de la razón, el corazón y sus grandes actuaciones, Aníbal Paz también se adueño del arco celeste. Campeón Sudamericano en 1942, en el torneo de Montevideo, con triunfo en la final ante Argentina 1:0 con gol de Zapiraín.
Un adverso 1:4 en contra frente a Argentina por la Copa Newton ambientó las pruebas en el arco oriental. Entró Juan José Carvidón. Una media docena de goles albicelestes originaron nuevas pruebas. Entró Máspoli que debutó en el arco uruguayo con 26 años. Otro 6:2 en contra y nuevas variantes. Debutó Flavio Pereyra Nattero, entró “Tito” Besuzzo que según el propio Paz “fue el mejor de todos nosotros”, retornó Carvidón, nuevamente estuvo Aníbal Paz y también Roque Máspoli. El final de la década del cuarenta encuentra a ambos porteros disputando la titularidad en el arco oriental.
A tanto llegó la paridad competitiva de los dos, que al llegar la Copa Río Branco ante Brasil de 1948, la Comisión de Selección que integraba el equipo que salía a la cancha, entendió que tenían las mismas condiciones por lo que ante los brasileños jugaría un partido cada uno, determinándose por sorteo el titular. Lo ganó Roque que atajó en el primer partido culminado con empate 1:1. En el segundo estuvo Aníbal, con triunfo celeste 4:2 y la conquista del título de campeón, en Montevideo.
Así llegaron ambos a la Copa del Mundo de 1950, cubriéndose de la gloria inmortal. Roque jugó tres cotejos. Los dos primeros ante Bolivia y España. Una lesión en un dedo determinó que ante Suecia, Aníbal estuviera debajo de los tres palos para sentir la satisfacción de atajar en un mundial y en consecuencia, legítimamente, ser Campeón del Mundo.
Totalizó 416 partidos con Nacional, cifra nunca antes, ni después, alcanzada por jugador alguno. Campeón Uruguayo en ocho ocasiones, al llegar la década del cincuenta, Andrés Peñalva comenzó a pelearle el puesto. Así llegó la época del retiro, previo paso por el arco de Racing, como elemento testimonial para decir adiós.
Nunca se alejó de Nacional. Fue ayudante técnico, entrenador de goleros, dirigentes, pero por encima de todo hincha. Su casa ubicada a pocas cuadras de la entrada del Parque Central por Carlos Anaya, era la de todos los bolsilludos que pasaban a saludar o lo encontraban en el café de 8 de Octubre y Jaime Cibils.
Funcionario público ejemplar. Primero en la UTE y después como vita de Aduana, siempre recibía al visitante con esos ojos celestes con los que hoy, desde el cielo, procurará impulsar una nueva conquista del equipo que supo defender con gallardía y calidad.