La inexpugnable fuerza rusa
En esta entrega, el autor evoca la primera e histórica Eurocopa, y el coincidente período en que la Unión Soviética, en medio de un escenario geopolítico lleno de tensiones, brilló internacionalmente.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Con la puntualidad que permite hoy la navegación aérea, el inglés de la azafata nos dio la bienvenida al aeropuerto de Sheremétievo. Estábamos en Moscú, y atrás quedaban unas cuantas horas en San Pablo, el cruce del Atlántico y una escala en Ámsterdam. Los Mundiales se palpitan desde el mismo momento en que finaliza el anterior. Para quienes proyectamos y planificamos la actividad periodística, fechas, aeropuerto, itinerario, posibles entrevistas, los desplazamientos internos forman parte de los meses anteriores a consumar el viaje, pero claro está: descender del avión por la vidriada rampa significaba comenzar a vivir todo con intensidad.
En ese momento empezaba el recorrido de más de siete ciudades acompañando el periplo celeste que, tras perder ante Francia (posterior campeón), finalizó con el quinto lugar en Rusia 2018. Todavía nos aguardaba una nueva nave de compañía interna regional y dos horas y media de vuelo para llegar a Ekaterimburgo, sede del primer partido de la selección, que se cerró con una ajustada victoria ante Egipto.
El aeropuerto moscovita reflejaba, como cada anfitrión de evento deportivo alguno, la dimensión del acontecimiento. Grandes afiches, boutiques con artículos relacionados con la Copa, oficinas de información turística y centenares de voluntarios preocupados por la mejor atención a millares de visitantes de todas partes del planeta.
Ahí estaba él, y no podía ser otro. En una serie de afiches de promoción del mundial, la figura futbolística representativa no podía ser otra: la “Araña Negra” Lev Ivanovich Yashin, capitán de la selección soviética y considerado el mejor arquero del mundo de toda la historia. Aunque lo sabíamos desde antes del embarque, no dejaba de llamar la atención que en la ventanilla de la casa cambiaria nuestros dólares se canjearan por una serie de billetes cuya mayoría, de 100 rublos, tuvieran su imagen. El gobierno de Vladimir Putin emitió un año antes del Mundial una serie imitada de billetes en homenaje al arquero fallecido en 1990.
Cuatro veces mundialista, fue la figura más representativa de la mejor expresión futbolística de la entonces Unión Soviética. Con él, la Europa del Este se hacía fuerte. Tras la Segunda Guerra Mundial, países que ya no son tales definían los torneos. Fue en 1956, en los Juegos Olímpicos de Melbourne, que los “rusos” se llevaron el oro tras vencer a Yugoslavia por 1 a 0. Allí, en esa competencia en la que Uruguay en baloncesto reeditaba el bronce obtenido cuatro años antes en Helsinki por detrás de estadounidenses -con el mítico Bill Russell entre sus filas- y de soviéticos, comenzaba el gran ciclo futbolístico de los rojos, que disputarían los Mundiales de 1958 en Suecia, de 1962 en Chile, de 1966 en Inglaterra y de 1970 en México.
Para los uruguayos, el primer recuerdo ante lo soviéticos son los relatos emocionados de Heber Pinto, Carlos Solé o Lalo Fernández, cuando una genialidad de Luis Cubilla culminó con el certero cabezazo de Víctor Espárrago, quien había ingresado 10 minutos antes en sustitución de Dagoberto Fontes, para darle el emocionante triunfo que metió a los celestes en la semifinal del Mundial de 1970, aun sin contar entre sus filas, por lesión, con el gran Pedro Rocha.
Habían pasado unos cuantos años y Yashin ya no era el dueño del arco, a tal punto que en ese mundial vistió el dorsal 13 y no tuvo minutos en cancha. En cambio, fue figura en Arica para que su equipo venciera y eliminara a Uruguay en la llave inicial del mundial chileno. Aleksey Mamykin y Valentin Ivanov, sentenciaron el encuentro, que habían igualado José Sasía al comenzar la segunda mitad.
Menos todavía se recuerda que en abril, apenas dos meses antes del choque mundialista, en el Lenin Central Stadium moscovita, entre Mamykin e Ivanov anotaron cuatro goles en la lotería con la que el local destrozó a Uruguay por 5 a 0, presagio del pobre desempeño celeste del mundial de 1962, en el que no pasó la primera fase. Sobre el final de 1961, y también como preparación de ambos para dicha Copa del Mundo, fueron los rusos los que visitaron el Centenario y, confirmando su buen momento, ganaron 2 a 1, aunque enfrente estaba una selección uruguaya cuya base era el Peñarol que venía de ganar la Intercontinental ante eñ Benfica. Lev Yashin, elegido el mejor arquero del Mundial de 1966, donde la URSS finalizó cuarta obteniendo su mejor calificación, sin embargo no fue titular en otros dos compromisos previos a ese torneo, que finalizaron con victorias soviéticas 1 a 0 en Moscú en 1964, y 3 a 1 en el Centenario en 1965.
Desde el oro olímpico de 1956 al Mundial de México, pasaron 14 años de una tan constante como firme presencia soviética, incluso cuando Inglaterra consiguió el Mundial en su casa, Checoslovaquia fue finalista en 1962, Suecia finalizó segundo como local detrás de Brasil en 1958, e Italia perdió 4 a 1 la final ante Pelé y los suyos en el 70. Pero su momento cumbre fue el 10 de julio de 1960.
Europa, que hoy mueve las riendas del fútbol internacional con notoria injerencia en la política de la FIFA, se animaba después de algunos intentos fallidos a realizar su torneo continental de selecciones. Ayudado por el impulso de la revolucionaria competencia clubista de la Liga de Campeones, a fines de la década del 50 se lanzó la idea de la Eurocopa, cuya ronda final se desarrollaría en Francia. La URSS tuvo el privilegio de jugar y ganar ante más de 100.000 personas, como local en Moscú, el primer partido de la historia del torneo, venciendo 3 a 0 a Hungría. La agitada política pesó para que no participaran Inglaterra, Italia y Alemania Federal. Y es más: España, por orden del General Franco, no participó de los cuartos de final en los que tenía que enfrentar a los soviéticos. La Guerra Fría no fue un relato.
Muy distante a la primera Copa América instaurada en 1916 y ganada por Uruguay en Buenos Aires, Europa, cuarenta y cuatro años después, coronaría a su primer monarca. En un electrizante partido, Yugoslavia eliminó a los locales por 5 a 4 en el Parque de los Príncipes parisino. Ese mismo día, con dos goles de Ivanov y uno de Ponedelnik, dejaba a Checoslovaquia por el camino en el Estadio Vélodrome, de Marsella.
Con la desazón de la eliminación del local, apenas asistieron algo más de 20.000 personas a la final en la capital francesa. El nocturno encuentro se definió en tiempo suplementario. Volvían a verse las caras quienes habían pugnado por el oro en Melbourne, y con oncenas muy similares. La balanza volvió a inclinarse para los soviéticos, que esta vez tuvieron que revertir el resultado que conseguía Yugoslavia desde los 43 minutos con gol de Galic. No tardó demasiado en llegar la igualdad, conseguida por Metreveli, que se estiró hasta los 113 minutos, cuando el goleador Ivanov volvió a transformarse en héroe y colocó el 2 a 1 final. La dominante Europa del Este demostraba en esa primera edición el poderío futbolístico que la destacaba, colocando en el podio al primer campeón de la historia, la Unión Soviética, segundo a Yugoslavia, y en tercer lugar a los checos, que vencieron a Francia por 2 a 0 en el partido por la tercera plaza.
Cada cuatro años, a excepción de la actual, inesperada y desagradable postergación de este 2020 debido al coronavirus, la Eurocopa que hoy ostenta el Portugal ganador de la edición 2016 ha tomado consistencia, valor y tradición en 15 ediciones que se llevan disputadas, y en las que solo diez países han conseguido ganarla: Alemania y España en 3 ocasiones, 2 veces los franceses y una sola vez Grecia, República Checa, Holanda, Dinamarca, portugueses e italianos, además de Rusia, que tiene el privilegio de haber sido la primera en levantar el trofeo, una selección que marcó toda una época de la mano de su símbolo máximo de todos los tiempos, Lev Yashin, ese al que, si algo le faltaba para ser inmortalizdo, el gobierno de su país homenajeó colocando su inigualable plasticidad, con la que se arrojaba para controlar el balón, en el billete de 100 rublos, conmemorativo del Mundial 2018. Un símbolo, y un deportista, para la historia.