Noche iluminada, con fútbol y goles, para gritar bien fuerte: ¡¡¡Peñarol Campeón!!!
El muchacho pegó el grito… Peñarol Campeón… carajo. Y del salto quedó tres hileras de asientos más abajo. Subió de un brinco y le prendió un beso a la novia, con tal intensidad, que seguramente ni en los momentos en que el néctar del amor los invade, tiene la misma vibración. Del otro lado, un pibe se subía la capucha del canguro color blanco con vivos violetas y un 76 -año mágico para Defensor-estampado en la espalda. Quería esconder su bronca y quedar inoculado del festejo que hacía hervir al Estadio Centenario.
Gestos opuestos para un final que depositó a Peñarol en la cúspide de su sueño: Campeón Uruguayo. Postergó la ansiedad a la ilusión violeta, con un golpe seco, producto de la realidad de un resultado categórico, indiscutible. El aurinegro traspuso la línea de llegada. Defensor no.
Y el abrazo en la cancha entre Polilla Da Silva y Sergio Cabrera, fue comunión expresa, íntima, profunda… Sabiendo los dos que el deber estaba cumplido. Sabiendo los dos que es una etapa definida, mientras la banda de jugadores daba rienda suelta a esa parte que el hombre no logra dominar, ni tiene por qué, que se llama emoción.
Del otro lado, la hidalguía de Tabaré Silva, masticando bronca, pero erguido, firme, haciendo guardia de honor a la entrega de sus jugadores. A ese grupo, que viajando por todas las canchas, fue tejiendo el sueño de algo que no pudo ser.
¡¡¡PEÑAROL CAMPEON!!!
El gran grito de la noche. El éxtasis de un estadio mayoritariamente pletórico de satisfacción y que vivaba al campeón. Al que en algún momento pareció temblarle el cimiento de la posibilidad, pero que encontró, con golpe oportuno de timón, girar la orientación del equipo y salir adelante.
Pero si bien había logrado ventaja en la definición del Campeonato, había que cerrarlo. Había que superar a ese enemigo que llegaba blindado de coraje, afirmado en sus creencias más íntimas, que fueron, en definitiva, las que lo depositaron en ese frente a frente.
Ambos conjugando el verbo vencer. Apuesta casi única, más allá de otras alternativas para Peñarol. Y así encararon el partido. Así lo vivieron. Pero la diferencia fue grande. La brecha se fue abriendo a favor de Peñarol, que tuvo la enorme virtud de jugar el partido, mientras que Defensor lo peleó.
Sin renunciar a nada, pero con condimentos diferentes. Recetas que le dieron sabores completamente distintos a las pretensiones. Y si bien el violeta tuvo orden en los primeros quince minutos para poner traba defensiva, el fervor del fútbol, la posesión de pelota y terreno se volcaron decididamente para el lado aurinegro.
Cuando Antonio Pacheco puso el primero, cimbró el cimiento de Defensor. Se puede pensar en un posible penal de Darío Rodríguez a De Arrascaeta y en la recarga el penal de Malvino que Pacheco terminó poniendo el 2:0. Pero la diferencia en la cancha fue muy grande. Tanto como ese 3:0 con que comenzaron a cerrarse los noventa minutos, con Pacheco como gran protagonista y con Luna anotando el descuento como una simple anécdota del partido.
Campaña se había transformado en figura. Bolgona tuvo una sola atajada, en un tiro con pretensión de centro de Hernández y una media vuelta de Callorda que pasó por arriba del horizontal. Muy poco para llevarse un partido con sabor a final.
Y si vamos al complemento, encontramos que la diferencia se hizo aún más amplia. Fue superioridad absoluta de Peñarol. Nadie pudo llamarse a asombro si la amplitud del tanteador hubiera aumentado. A Defensor le quedó la rebeldía, el ir con fuerza a cada pelota. Lucha y nada más. Imagen de impotencia ante un claro dominio futbolístico aurinegro.
Si bien se afirma con cierta autoridad que las finales son para ganarlas, no cabe dudas que Peñarol no sólo la ganó, sino que mostró una enorme diferencia. La ganó con imagen de baile para el rival. Un Campeón sin discusión. Una victoria que pudo ser más amplia. Una noche redonda de Peñarol, que tuvo a Pacheco, el ídolo, como abanderado de la conquista. Pero con escuderos de enorme valor, como Zalayeta, la entrega de Sebastián Piriz, por nombrar solamente algunos.
Por eso el pibe pegó el salto que pegó. Por eso se prendió en el beso con su novia. Por eso el muchacho hincha de Defensor, quería que lo tragara el canguro con los colores de su club. La euforia se tiñó de amarillo y negro. Sin que nadie se animara a discutir la legitimidad del final, porque terminó siendo aplastante.
Una rúbrica clara, que firma el título: ¡¡¡PEÑAROL CAMPEON URUGUAYO!!!
DEFENSOR SPORTING 1:3 PEÑAROL
Cancha: Estadio Centenario. Jueces: Martín Vázquez, Miguel Nievas y Nicolás Tarán. Cuarto árbitro: Javier Bentancur.
DEFENSOR SPORTING: Martín Campaña, Emilio Zeballos, Mario Risso, Matías Malvino, Ramón Arias, Juan Carlos Amado (66′ Damián Luna), Andrés Fleurquín, Aníbal Hernández (57′ Felipe Gedoz), Giorgian De Arrascaeta, Maximiliano Callorda e Ignacio Risso (57′ Sebastián Taborda). Director técnico: Tabaré Silva. Suplentes: Yonatan Irrazábal, Robert Herrera, Leonardo País, Julio Gutiérrez.
PEÑAROL: Enrique Bologna, Matías Aguirregaray, Alejandro González, Darío Rodríguez, Baltasar Silva, Marcel Novick (22′ Sebastián Píriz), Sebastián Cristóforo, Antonio Pacheco, Fabián Estoyanoff (87′ Jorge Zambrana), Mauro Fernández y Marcelo Zalayeta (78′ Juan Manuel Olivera). Director técnico: Jorge Da Silva. Suplentes: Danilo Lerda, Damián Macaluso, Joaquín Aguirre, Miguel Amado.
GOLES: 27′, 37′ y 80′ Antonio Pacheco (P), el segundo de penal, 90′ Damián Luna (DS).
Tarjetas amarillas: 2′ Aníbal Hernández (DS), 21′ Marcel Novick (P), 33′ Sebastián Cristóforo (P), 69′ Andrés Fleurquin (DS).