La angustia del locatario
Me dirán que al Barcelona no le pasa, pero el Nou Camp sigue siendo un teatro de ópera. Hace poco leí de Cristina Peri Rossi un diálogo muy caballeresco que, cinco asientos con sus respectivos ocupantes de por medio, sostuvo con otro hincha del Barza que la reconoció. Eso aquí podía darse cincuenta años atrás o puede darse en un cine antes de que empiece la película.
El placer de brindar un espectáculo para los espectadores locales se ha trasladado a los estadios visitantes, donde se juega para la televisión que llega a los hogares que lo reciben como un espectáculo, pero para los jugadores locatarios, que tienen que enfrentar la presión del propio estadio, el juego se ha transformado en una angustia.
Marcelo Zalayeta en el final del encuentro ante Vélez. Fue derrota carbonera en Liniers.
Jugar a puertas cerradas fue una ventaja deportiva para Vélez.
Hace algunos años, César Luis Menotti despotricaba contra Carlos Salvador Bilardo, diciendo que éste no disfrutaba el fútbol. Entonces Bilardo salió a la cancha de Estudiantes vestido de playa, puso una mesita de plástico a la orilla del óbol, un balde con una botella de champán, una fina copa de cristal, se tendió en una reposera y se dispuso a mirar el partido con lentes de sol.
Por supuesto el juez le hizo sacar todo eso de la cancha, mientras Bilardo protestaba que estaba haciéndolo para demostrar que él disfrutaba el fútbol, tomándole el pelo a Menotti.
Aunque en tomadura de pelo Menotti lo superó: “si será generoso el fútbol que evitó que Bilardo se dedicase a la medicina”, dijo.
Pero lo cierto es que Menotti, pese al constante cigarrillo que lo sedaba mientras miraba a sus dirigidos, salió de una mala racha de resultados de fútbol hacia una sala de emergencia donde por suerte no le tocó que lo operara el doctor Bilardo.
Los técnicos visitantes juegan a los nervios del local y últimamente, por Copa Libertadores, ganan siempre.
Andrés Scotti es puro lamento, los argentinos festejan en un abrazo interminable. Nacional perdió el invicto en la Copa.
Esto no se daba en otras épocas, cuando el estímulo del placer era más fuerte que el sufrimiento de la presión.
Anoche, en una reunión de amigos entre futbolistas e hinchas de mi edad, un técnico varias veces campeón, me contó un proyecto que había estado a punto de concretar y se lamentó: “una lástima que no se dio, porque además era perfectamente posible: era en un club sin hinchada”.
Quizás esté leyendo esta columna y dándose cuenta que me lo dijo tal como lo estoy escribiendo. Lo mejor era que “era un club sin hinchada”. Es decir, jugaba siempre de visitante.
Parece el sueño dorado de los cuadros de hoy.
