Invento latino
Más allá de mitos, los auténticos padres del fútbol no son los británicos sino los florentinos. En rigor, lo que nosotros conocemos por fútbol no se inventó en Londres sino en Florencia. Le llamaron calcio y tal sigue siendo su nombre en Italia. Aunque en el mundo se le niegue el copyright.
En Inglaterra, el protofútbol era un juego preferentemente rural, en el que generalmente se enfrentaban dos aldeas representadas por cuadros de más de doscientos jugadores, que perseguían una pelota y trataban de llevarla de cualquier manera, “en medio de un indescriptible barullo de gritos y trompadas, hasta la entrada de la aldea contraria, a veces cruzando ciénagas y riachuelos, en ocasiones sobre un tremendo barrizal por el siempre lluvioso clima británico”.
El calcio, en cambio, desarrollado de una variante romana de uno de los juegos de las olimpíadas griegas, fue adoptado inicialmente por la nobleza urbana de las ciudades italianas del medioevo, prósperas gracias a su comercio mediterráneo, para momentos especiales como ceremonias políticas, encuentros de embajadores, bodas y otras fiestas similares. Y se popularizó enormemente durante el renacimiento en las repúblicas pontificias. Por el año 1410 un poeta anónimo florentino ya cantaba al gioco del calcio de la piazza del Santo Spirito. Porque en las poderosas repúblicas eclesiásticas de Florencia, Pisa, Génova, Venecia, que dieron a Italia gran brillo intelectual y económico, el calcio se jugaba en las plazas principales de las ciudades. Eso hacía que las dimensiones de las canchas fueran bastante similares a las actuales; la de Santa Croce, por ejemplo, medía 137 metros por 50. El equipo standar lo integraban 27 jugadores, alineados con 15 delanteros en V, 5 medios, 4 tres cuartos y tres defensas. La pelota podía ser tomada con la mano, pero sólo se la podía pasar con el pie (con excepción del que cuidaba el arco que sí podía lanzarla con la mano), los arcos tenían forma de carpa. Los saques de banda eran como los actuales y luego de cada gol se reiniciaba desde el centro de la cancha. Las graderías se montaban en rededor de la plaza, haciendo auténticos estadios, que en Florencia, como documentan grabados del siglo XV, se llenaban hasta los bordes.
Los equipos lucían coloridos uniformes distintivos. En esta ciudad, la llegada de los Médicis al poder oficializó el gioco del calcio. Los políticos florentinos concebían el juego como una válvula de escape para el agitado ciudadano de Florencia, acosado por la lucha económica y, a veces, sumido en el aburrimiento. Y también ya concebían todo el entramado de intereses creados por procedimientos legales y de los otros que tantas crisis ha provocado al calcio.
Cuando a los italianos se les pregunta por elsuperprofesionalismo actual del calcio en el mundo, contestan que nunca fue amateur. El juego que paga decenas de millones de dólares por cada pase importante y mueve cientos de millones en los pronósticos legales y otro tanto en los clandestinos, tuvo su primer equipo superprofesional en el siglo XV, cuando Pietro Médici “contrató” a los mejores calciatori de toda la península para armar un cuadro invencible y manejar el calcio y su submundo.
El calcio se siguió jugando en esa forma tan cercana a la cultura actual del fútbol, durante los dos siglos de ocupación militar española de la península y hasta fines del siglo XVIII, época en que otros países de Europa (entre ellos Inglaterra) prohibieron oficialmente juegos de pelota, porque la impetuosa revolución industrial los consideraba nocivos para la productividad en el trabajo y la disciplina en los ejércitos. Pero el popular calcio se siguió practicando y en días festivos se enfrentaban los equipos de distintas ciudades.
Hoy, a manera de homenaje, todavía se celebra anualmente en la Piazza della Signora de Florencia, un partido de calcio tal como se estilaba en el 1400, para demostrar la continuidad histórica de este juego que sigue teniendo a Italia al tope de los campeones mundiales de Europa.
Pero en 1846, en el Trinity College de Cambridge, estudiantes ingleses reglamentaron un juego de pelota que introducía algunas, no muchas, variantes al viejo calcio de los florentinos (aunque el aporte más importante, la clave del espectáculo calcio en la actualidad, el fuera de juego, fue introducido en la universidad de Eton). Le llamaron football, balompié. En otra universidad, la de Rugby, se reglamentaba un deporte más parecido al viejo juego de pelota inglés que pasó a denominarse como el instituto de estudios de donde surgió.
El fútbol de Cambridge fue ganando rápidamente difusión y, como Inglaterra era en aquellos años la principal potencia imperial del mundo, se expandió pronto por los más lejanos países. Pero no es casualidad que haya arraigado con más fuerza en regiones de decisiva inmigración italiana y latina en general, como el Río de la Plata (Argentina, sobre todo), mientras en antiguas colonias inglesas (Estados Unidos, Australia, ciertos países del Caribe…), lo que nosotros llamamos fútbol, los norteamericanos y australianos soccer, y en Italia nunca dejó de llamarse calcio, jamás se ha transformado en el principal juego nacional.
La composición exacta de la población inmigrante de Villa Peñarol (por Pinerolo, pueblo del Piamonte), cuando allí se instala el CURCC, que será luego uno de los clubes más importantes del mundo, el Club Atlético Peñarol, era la siguiente: “1.000 italianos, 200 españoles, 130 franceses y sólo 6 británicos”. Basta revisar el aluvión de apellidos italianos que aparecen en la formación del fútbol profesional uruguayo, el Maestro Piendibene, el Mariscal Nasazzi, el Príncipe Ciocca, el mejor jugador del mundo, el Mago Scarone… para entender la importancia de la cultura futbolística italiana en los primeros campeones mundiales. Está documentado que en la historia más antigua, muchos pueblos jugaron a la pelota con el pie (los chinos y los mayas, entre otros); pero fueron los italianos los primeros en adoptar como cultura colectiva las actuales características del espectáculo fútbol. Los rectores de la Universidad de Montevideo (antiguo nombre de la UDELAR) recomendaban la práctica del football para “ayudar a formar en nuestro estudiantado la disciplina del espíritu anglosajón”.
Pero nuestro fútbol es un juego de origen latino, de espíritu artístico y burlón (incluyendo las malas artes de Materazzi), es “hijo de Rafael, de Leonardo y de Miguel Angel”, como dicen Paolo y Vittorio Taviani en “Good morning, Babilonia”, una de las mejores películas que he visto.
Las reglas surgidas de Cambridge y Eton se desarrollaron a la vez en los colegios ingleses y alemanes. Cuando diez años después de la creación de estas reglas, el equipo de la Universidad de Oxford fue a jugar a Alemania en 1875, encontró varios cuadros de fútbol con evidente calidad en canchas perfectamente reglamentarias. Alemania fue el primer país de la Europa continental donde la nueva variante del calcio adquirió carta de ciudadanía. En 1900, la Federación Alemana de Fútbol (Deutscher Fussball Bund) fue fundada nada menos que por 96 clubes, cuyos delegados se reunieron en Leipzig.
Y tampoco es casualidad que, en Europa, tras Italia, con sus cuatro títulos mundiales, estén los teutones con tres.
De todos modos, la liga profesional inglesa derrotaba a alemanes y a otros, pero sin tropezar con los rioplatenses profesionales. Hasta que en 1951, Argentina fue finalmente a Wembley echando por tierra el mito de la liga profesional inglesa, lo mismo que en la revancha en el Monumental de Núñez, de 1953, cuando Ernesto Grillo gambeteó a tres ingleses y la metió junto al primer palo en boceto del gol que treinta y tres años después les haría Maradona.
El 31 de mayo de 1953, Inglaterra llegó al estadio Centenario y los futbolistas uruguayos le dieron un ‘paseo’ que la revista “Fútbol actualidad” tituló “los maestros fuimos nosotros”. En el 54, Rampla fue de gira por Inglaterra y a todos les pareció una hazaña cómo aquel cuadro del Cerro de Montevideo les ganaba a los profesionales de “la cuna del fútbol” y ese mismo año, en el Mundial de Suiza fue pesto: 4 a 2 con uno menos, porque se lesionó Obdulio en el primer tiempo y en aquella época no había cambios; así que jugó Schiaffino de centrojás.
Existen razones para creer que desde mediados los años veinte hasta fines de la década del sesenta, el fútbol rioplatense fue siempre el mejor del mundo (la propia Italia fue campeona en dos mundiales a los que no concurrieron Uruguay ni Argentina, 34 y 38, alineando en puestos claves a dos argentinos y un uruguayo, Monti, Orsi y Andreolo). Si Uruguay y Argentina hubiesen contado con sus ‘italianos’ y ‘repatriables’, difícilmente hubiesen perdido los mundiales del 58 y 62 (Argentina tenía en Italia nada menos que a Sívori y a Angelillo, que se despidieron del fútbol sudamericano goleando a Brasil en el 57, cuando entre los delanteros uruguayos que brillaban en el exterior se contaba a Ghiggia, Abbadie, Walter Gómez y Schiaffino).
En Italia 1990 y Alemania 2006 fue Argentina el convidado de piedra que, en gran medida, provocó la simetría (Alemania fue campeón en Italia y viceversa). Eliminó a Italia en Nápoles y extenuó a la selección Alemana en Berlín.
Por cierto, toda cultura se transmite, se adquiere, y en estos tiempos se globaliza con mayor facilidad. La futbolística también. Hoy, por ejemplo, tenemos a España entre los siete u ocho países con mayor cultura futbolística e Inglaterra está adquiriendo, desde hace bastante tiempo, futbolistas que afianzan la posibilidad de que se de allí, un fenómeno como el que se dio en España.
Uruguay es, en ese sentido, una torre de Babel, por haber tenido desde principios del siglo pasado una sociedad integradora. No sorprende que entre los sub-20 que la rompieron este domingo en la primera fecha del Clausura, haya, además de un Avenatti, un Laxalt y un De Arrascaeta.