Imponente panorama en el aeropuerto de Estambul y una insólita pareja
Segunda Crónica de Viaje de la “Operación Jordania”. Una descripción de la llegada a Estambul, ciudad donde no rige la prohibición de no fumar como en Uruguay. También otra prueba del avance impresionante de la globalización que ha impuesto la tecnología al mundo moderno.
Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales a Estambul)
La llegada al Aeropuerto Internacional Atatürk de Estambul nos impactó. Fijate vos que este punto que escribió arriba del papel con letras, chamuyó la radio y metió jeta en la tele, lleva 44 años arriba del lomo yirando por el mundo gracias a la magia de la fabuloso pelota de fóbal. Así que fíjate si habré bajado y subido aeropuertos. Los tenés desde los que parecen una farmacia, como en su tiempo lo fue el Galeo de Río y hoy, lo son los franceses. Son silenciosos, tranquilos, serenos. En el carioca que se llama Antonio Carlos Jobin en honor al “parcero” joven con quien Vinicius inventó la “bossa nova”, en un tiempo las salidas y las llegadas de los aviones se anunciaban por los altoparlantes con la voz sensual de una mina en el momento justo del máximo placer, que en lugar de invitarte a subir al vuelo parecía que te estaba cargando. La imagen que se abrió a nuestros ojos, cuando a las 22.45 horas de Turquía del viernes pasado dejamos atrás la sala e ingresamos al hall de recepción, fue increíble. Pocas veces –o casi nunca- vimos algo igual. Varios centenares de turcos y otras nacionalidades, mujeres de distintos credos y en consecuencia diferente forma de vestir, estaban apiñadas contra el vallado de hierro que formaba una especie de inmenso pulmón, por donde salían los viajeros que llegaban. No exagero si afirmo que por lo menos mil personas se agolparon ofreciendo una imagen que dicen que es normal y de toda hora, para recibir a familiares, amigos, empresarios, religiosas y lo que se les ocurra, que llegan permanentemente a este aeropuerto por donde entra y sale todo el tránsito aéreo del país.
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Esa pequeña multitud le agregaba a la escena otro condimento. Lejos de mantenerse en un mediano silencio, por el contrario, de ella surgía un -para nosotros- extraño murmullo fuerte e inentendible, proveniente de su expresión en idioma turco. De pronto, con cierta frecuencia, esa masa casi uniforme de rostros explotaba en gritos y aplausos tributados para algunos que llegaban y reunían en su personalidad cierta trascendencia. Para controlar esa ola de fervor y gritos, allí estaban los guardias del aeropuerto, unos turcos enormes de físico, vestidos con camisa blanca y pantalones violetas, intentando que ese caudal torrentoso de pueblo anhelante no se saliera de madre. ¡Imperdible! Postal perfecta de este país donde todo se hace en medio del bullicio, el hablar fuerte, los rostros serios coronados por cejas y pelo renegrido muy poblado.
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El nombre que lleva el aeropuerto –Mustafa Kemal Atatürk- fue colocado en honor del artífice de la ingeniería que permitió la consolidación del dominio de los turcos en la ciudad luego de vencer a los otomanos. Es venerado como el fundador y primer Presidente de la República de Turquía, puesta en marcha el 29 de octubre de 1923, cuando asumió la conducción del nuevo país. Justamente hoy, domingo 10 de noviembre, se cumplen 65 años de la muerte de Atatürk acaecida en el Palacio de Dolmabahce de Estambul a la edad temprana de 57 años, ocasionada por su gran adicción a la bebida y al exceso del cigarrillo. Resulta que el hombre laburaba como una hormiga hasta altas horas de la noche. Estudiaba, leía y se tomaba sus tragos acompañados por el constante cigarrillo entre sus labios. ¡Hoy no tendría cabida en ese mundo que persigue a los fumadores –a mi juicio en forma totalmente desmedida- concretando un hecho de discriminación y marginación sobre el cuál nadie reacciona! Tengo una reflexión al respecto de lo que ocurre en nuestro país con la vigencia de estas leyes -que son mundiales- de persecución a los fumadores. Si en Montevideo yo me quiero matar y he decidido poner punto final a mi vida, voy hasta la “Casa del Policía”, en la calle San José, al lado mismo de la Jefatura –bien pegadito a ella- y me venden el revólver, la pistola o el rifle que yo quiera. Lo compro, doy dos pasos y me levanto la tapa de los sesos de un tiro en la puerta de la Jefatura de Policía. ¡Y chau! ¿El gobierno me lo impidió? No. Entonces, pregunto, ¿por qué motivo existe un movimiento mundial para cuidar a los que se quieren matar lentamente con el faso? Si eligieron ese destino –lo afirma alguien que no fuma- allá ellos con su consciencia. Eso sí. Es necesario establecer reglamentaciones para que los que se quieren suicidar a fuego lento fumando, no arrastren perjuicios a los que no lo desean. Pero no discriminarlos a tal punto que no existan en los restaurantes, casino y lugares públicos de este tipo, zonas para fumadores. Se nos fue el hilo de la cometa para otro lado. Pero para cerrar este bloque de la crónica informemos que en Turquía no está prohibido el cigarrillo. Ayer, cuando retornábamos con el “Gallego” González desde el Gran Bazar en un taxi, el tachero olímpicamente chapó la caja de fasos, prendió uno y vino fumando todo el viaje sin problemas. ¿Será que por la memoria de aquel gran fumador que fue Mustafa Kemal Atatürk, acá en Turquía le han puesto freno a esas decisiones anti tabaquismo que adoptan los que cortan el bacalao a nivel mundial, imponiendo sus designios a los demás?
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El choque con la ciudad de Estambul, casi sobre la medianoche del viernes para el sábado, me impactó. Una multitud de automóviles por las calles, en desordenado tránsito. Con los compañeros de VTV –Miguel Pastorino, Matias Kantor y Maurcio Asti- nos subimos a la camioneta que se consiguió “regateando el precio”, ley vigente y fundamental, que uno aprende en este país desde que pone sus pisantes en él. Como las valijas ocupaban gran espacio, Sergio Gorzy y yo nos ubicamos en el asiento delantero al lado del conductor. Cuando el vehículo arrancó, Sergio amagó a ponerse el cinturón, preguntándole al turco que manejaba, si era necesario. En inglés le respondió: -“Mi amigo, ¡estamos en Turquía!”. O sea, no jodas, acá no se respeta nada…
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Cubrir el trecho cercano desde el aeropuerto hasta el Hotel Renaissance Polat, ubicado a unos escasos quilómetros –algo así como desde Carrasco hasta Punta Gorda-, consumió a esa altura de la noche, algo más de media hora. Al llegar, ya en la madrugada del sábado, estaba esperando a cualquier uruguayo que llegara, un compatriota acompañado de una japonesita luciendo la camiseta celeste. Se advertía en su rostro que el hombre padecía de “uruguayitis”, es decir esa enfermedad que produce la larga ausencia de la Patria, para quienes el fútbol –cuando llega a la ciudad donde viven- se constituye en algo así como un pedacito del país que viene a verlos.
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Inmediatamente el hombre se presentó. “Soy Álvaro González y mi señora Chiaki Yamamoto. Trabajamos aquí en Estambul para el Banco Mundial y por lo tanto vivimos en la ciudad. En Wáshington D.C., cuando prestábamos funciones allí, de tanto mirar a Uruguay por televisión en el mundial de Sudáfrica, ella se hizo fanática del Uruguay. Casi empezó a llorar cuando perdimos con Holanda. ¡Y eso que ver llorar a un japonés es algo muy difícil! Es como hacerse el harakiri! Quiere ver a Suárez, Cavani y Lugano y sobre todo es fanática del ‘Ruso’ Pérez”. Desde ese momento la pareja permaneció en el hotel en todo los días. Llevan cinco años de casados. Él nació en La Blanqueada. Ella, portadora de un apellido que en Japón es como “González”, vaya uno a saber de dónde es, porque su pronunciación resultaba imposible escribirlo.
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Y ya que hemos metido en esta crónica vivencias relacionadas con el aeropuerto, vamos a cerrarlo con otro dato de la realidad que marca el impresionante cambio de los tiempos. Sobre esto reflexioné en el último viaje a Guayaquil. Aquí nos ocurrió otra anécdota que marca claramente como la tecnología “achicó” al mundo y eliminó las fronteras. Ayer, sábado, fuimos “colgando” en el sitio las informaciones al instante de la llegada de los jugadores uruguayos desde distintos destinos. En ella escribí que “Luego llegaron en un grupo que se juntó en el Aeropuerto Havalimani”. Inmediatamente Álvaro González no indicó que estaba mal porque Havalimani quiere decir “aeropuerto” en turco. Y que el nombre del aeropuerto es el de Atatürk, personaje al que me referí líneas arriba. Salute.