Emergencia: un comodín facilista
La indudable crisis provocada por la pandemia sirve o para magnificar el desastre o para invocar la enfermedad como causante de males muy anteriores al 13 de marzo, tal como desgrana aquí el autor.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Encerrada en su mundo, subía el volumen. Aquel fuerte sonido en los auriculares simulaba una coraza contra la realidad. La vista perdida, sin un punto cierto de referencia, de aquella calle desolada a la que apenas le daba movimiento el constante juego de dos perros callejeros que embarraban más y más sus patas a su paso por los charcos. Charcos que se acrecentaban, porque ya la llovizna se había transformado en lluvia. De las primeras nubes a la tormenta, había pasado un largo rato que ella nunca vislumbró. Una rara mezcla de pesadumbre, desazón y amargura rodeaba la pequeña habitación. Entre tantas canciones melancólicas, cada tanto regresaban las palabras que maldecían la pandemia. “Mirá cómo estamos, qué somos, en qué nos transformó este bicho que nos encerró. No nos hablamos, cada uno está en lo suyo…”. Su pareja, de voz gruesa y penetrante, intentaba justificarlo todo en el COVID19, que había provocado un intenso mano a mano diario sin salidas, sin pausas y con escaso espacio.
Los clubes se reúnen y proponen cambios. Algunos parecen haber despertado de un letargo, y los dirigentes de la AUF ya no pueden evitar prestarles atención a los reclamos, cada vez más fuertes y más numerosos. He escuchado con preocupación y sorpresa que algunas importantes autoridades de la Asociación abordan el análisis de la actualidad del fútbol uruguayo planteada desde el daño superlativo que ha provocado la pandemia, con sus naturales consecuencias.
Pero ni para aquella pareja ni para el fútbol, la pandemia ha provocado una situación enteramente novedosa, sino que simplemente agravó un panorama tan conocido como grave. No había diálogo entre aquellos amantes que se juraron amor hace unos años, y no lo hay desde hace mucho tiempo entre la AUF y la mayoría de los clubes. Es más: no existe contacto fluido entre ninguno de los estamentos con facultades de mejorar el funcionamiento. En ambos casos, la desconfianza ha ganado terreno. Y sin ella y sin diálogo, es imposible que aparezca una solución. Cuando nadie asume responsabilidades ni se toma tiempo para una autocrítica, fomenta inconscientemente una sensación de inercia. La culpa la tiene la otra parte, y esa aseveración convincente parece alcanzar para no profundizar en errores propios y para no progresar en un intercambio de ideas que aporten soluciones.
¿Es la pandemia la que genera déficit en el 95% de los partidos del fútbol profesional? ¿Es el COVID19 el que no ha permitido que crezca el caudal social de la mayoría de los clubes? Estas situaciones se dan desde hace años. Salvo los grandes, los clubes no convocan. Por lo tanto, no poseen una masa social que permita un ingreso económico que incida favorablemente en sus tesorerías. Atado a esto, las concurrencias son mínimas, lo cual, sumado a elevadísimos costos de seguridad y funcionamiento operativo de los espectáculos, hace insostenible la situación. Ha existido desde hace varios años casi un desprecio por la taquilla. Da igual jugar con gente o sin ella, se eligen escenarios inadecuados para partidos trascendentes, se fijan horarios incomprensibles (entre semana, a las tres de la tarde para encuentros decisivos) y salvo contadas excepciones, las canchas no ofrecen las mínimas comodidades para quien paga una entrada.
La pandemia truncó la competencia, frenó la disputa del Apertura y, por lo tanto, pospuso el único aporte seguro con que cuentan las instituciones: el televisivo. Pero el funcionamiento interno de la AUF y de cada club continúa teniendo los graves problemas de siempre.
Un día llega un paracaidista con una carpeta en la mano, aparece por arte de magia en todos los programas deportivos y noticieros, maneja cifras astronómicas, propone ideas revolucionarias con el supuesto aval de un grupo internacional al que representaba y que lo llevó, por ejemplo, a estar frente a frente con el presidente y el tesorero de la AUF. Hubo medios que llegaron a repetir con insistencia una tan inconsistente como patética frase: “Aprovechando el momento de Suárez en Barcelona, hay un mercado que puede pagar millones de dólares por el torneo de Segunda Profesional de Uruguay, porque en Asia quieren ver a los clubes que han hecho posible que surjan figuras como el goleador de la selección”. Como dice la canción: “No lo vieron a Molina”. Y no lo vieron nunca más ni a él ni a los que representaba, no lo vieron en el hotel donde cerró la puerta y desapareció, y con esa partida previsible también se esfumaron aquellos fabulosos números que de un mes a otro transformarían para siempre el fútbol uruguayo.
Ojalá que estos intentos de cambio acerquen proyectos palpables y, por sobre todas las cosas, la seriedad que llegará solo de la mano de un profundo y profesional estudio de mercado. Si alguien quiere colocar un negocio gastronómico, estudiará inversión, gastos e ingresos, pero además zonas que prefiere el público, movimiento de gente en los días de mayor afluencia y predilección de los consumidores. Por supuesto que no alcanza siquiera con contratar a un buen chef y por eso pensar que se podrá cobrar el precio que sea; todos y cada uno de los datos del estudio de mercado –más allá de la intuición del dueño del establecimiento, o de las creencias mágicas de cada quien- serán determinantes para saber a qué apuntar, cuáles requerimientos busca la clientela y cuál es el precio que realmente vale. El fútbol uruguayo se ha movido mucho más desde lo pasional que desde lo profesional. Si como expresan en las sostenidas reuniones que tienen en forma constante, los clubes buscan en la unión una finalidad común en la que todos serán socios y tendrán beneficios pero también obligaciones, seguramente comenzarán el camino para mejorar el producto, lo que va mucho más allá del técnico que se elija, del sistema táctico que se emplea o del eventual campeón del torneo en disputa.
Deberá existir un sinceramiento de todas las partes. Saber, entre otras cosas, quiénes están dispuestos a participar del fútbol profesional y a cumplir requisitos mínimos para darle consistencia y perpetuidad, entre ellos los jugadores, que tendrán que interpretar con realismo las diferencias que existe entre mercados poderosos, de cuadros con billetera muy grande a nivel mundial, y el fútbol de consumo interno, en el cual los partidos dan déficit. Todos, dirigentes y futbolistas, sabiendo que subsistir es igual a transferir, y que la o las ofertas que lleguen del exterior son el objetivo trazado y la salvación por lo menos momentánea de ambos.
A veces, lo muy repetido confunde y no es exacto. Es verdad que en Uruguay se vive el fútbol como en pocos lugares del planeta, que tenemos un pasado tan rico que condiciona para que este deporte, que además es un fenómeno sociológico, sea tema diario, y que los resultados deportivos marcan el humor social. Sin embargo, esa efervescencia no coincide con la realidad. Ni antes ni ahora las canchas chicas se llenan cada fin de semana, y los grandes tampoco lo logran en sus escenarios. Siquiera lo alcanzaban antes en el Centenario, salvo en partidos puntuales de mucho interés para la tabla del torneo. Nacional y Peñarol acaparan el mercado, pero ni aun así, y más allá de buenas gestiones de marketing, consiguen por esa vía obtener de su merchandising los dividendos que se adecúen a su masa partidaria.
Se puede mejorar con los pies sobre la tierra, trabajando con seriedad y profesionalismo, sin espacio para el egocentrismo y abordando cada tema desde los antecedentes reales y, por supuesto, con auténtica voluntad de cambio. Lo que sí debe quedar claro es que lamentablemente la pandemia les ha cambiado la vida abruptamente a muchos, aunque en otros casos, como la pareja que venía desacomodada, sin entusiasmo y manteniéndose desde la tolerancia en lugar de desde el deseo, en este fútbol uruguayo de nulo diálogo, escasas ideas, sin proyectos, de desorden permanente, de rencores, desconfianza y mágicas apariciones de promesas incumplidas y soluciones que se esfuman, no se han desvanecido por la pandemia. Si acaso, la cuarentena, el encierro y la falta de actividad, más dificultades económicas que ciertamente se ahondaron, pasaron a ser un espejo que proyecta más explícitamente una decadencia que se remonta bastante más atrás del 13 de marzo.