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El tiempo es un espejo

Puede parecer histórica, y lo es, la reciente consagración de Rentistas como campeón del Apertura. Pero el pasado registra hitos similares que, lejos de disminuirla, ponen en valor la campaña roja.





20 octubre, 2020
Fútbol Uruguayo Primera

Escribe: Juan Carlos Scelza

 

Rompió la silenciosa noche aquel grito pacientemente contenido en 120 minutos que se hicieron interminables. ¿Qué digo 120 minutos? Fue una espera de 87 años, que la inmensa mayoría de los pioneros que plasmaron la idea que se hizo primero club de amigos, luego referencia del barrio, más tarde un cuadro que se mezclaba en los torneos amateurs, para transformarse en una institución de la primera profesional, no pudo ver y ni siquiera, creo, alguna vez imaginaron.

 

Estallaron las gargantas en medio de aquella rara escenografía gigantesca de predominante cemento. No eran muchos más que los integrantes del plantel y cuerpo técnico. Es que de antemano la pandemia puso sus reglas y el regreso al campeonato con las rigurosas medidas sanitarias, que hicieron del Centenario un testigo casi mudo del momento de mayor gloria conseguido por un equipo de personalidad y buen juego, seguro de su propósito y muy aplicado a la idea.

 

Eran ellos, los propios jugadores, los que desataban en desafinadas canciones la alegría que en la mayoría se transformó en lágrimas. Retumbaban los gritos, a los que se sumaron los de los pocos dirigentes que pudieron asistir y que se fueron a recibir la copa con los héroes que acababan de escribir la página más importante del club.

 

El tiro cruzado, de magnífica volea de Gonzalo Vega, no hizo más que poner justicia con un trámite que después de la expulsión de Suárez se inclinó decididamente para un Rentistas que manejó el partido a su comodidad y antojo, mostrando una madurez propia de los equipos de fuerte convicción. De allí en más, ordenado y amoldado al requerimiento del partido, ayudado por la inoperancia y frialdad tricolor, administró las energías, aprovechó los espacios y contrarrestó el desesperado pero muy desordenado intento de un grande que no exhibió fuerza física, futbolística ni anímica.

 

Alejandro Cappuccio paseaba su euforia por el aire, cual quinceañera en medio de su fiesta, arrojado una decena de veces por sus propios jugadores, en señal de reconocimiento a quién fuera el hacedor ideológico de un grupo que respondió con firmeza. Asumiendo en medio de un campeonato donde las cosas no salían, el entrenador enderezó el barco, logrando el ascenso. Y de buenas a primeras y solo unos meses después, levantó el trofeo del Apertura.

 

Historia cíclica. El segundo gol de Villarreal aseguraba definitivamente el triunfo en el Parque Central, y el equipo solo tenía que aguantar el resultado ante un Huracán Buceo que, a pura deportividad, intentaba un empate que nunca llegaría. El oído pegado a la radio iba acostumbrándose a las grandes atajadas de Eduardo Pereira, quien en la soleada tarde del Estadio Centenario impedía una y otra vez desde el arco de Wanderers que Peñarol quebrara el 0 a 0 para forzar una final. El final marcó el histórico episodio de aquel 30 de setiembre de 1984. Central Español, el viejo equipo del barrio Palermo, alcanzaba el título Uruguayo solo, hasta ese entonces reservado para los grandes y para el hito del Defensor de 1976, que había roto el molde.

 

Tan inesperado como aquel logro violeta, esta vez se agregaba un condimento que le daba un doble mérito. Un año antes, de la mano de Roberto Fleitas, había ganado el campeonato de la B, lo que lo trasladó a primera división. Comenzó con el solo propósito de quedarse, de permanecer, de aferrarse a no volver a Segunda. Su pelea era la tabla del descenso, sumar para quedarse. Líber Arispe asumió esa ya difícil tarea, pero con la base del equipo ascendido desplegó la idea y el propio campeonato, los resultados y el rendimiento lo fueron empujando hasta que, de buenas a primeras, consiguió sacudir la modorra del fútbol uruguayo.

 

Tan irreverente como aquel Central y tan parecido en su campaña, sobre todo en su forma, ha sido este Rentistas. Sabiendo que el Apertura es solo una parte del Uruguayo y marcando la diferencia, no deja de ser un caso muy similar, en el que se une esfuerzo y trabajo, ideas y planificación, convicción y momento, oportunidades bien aprovechadas y un firme convencimiento en las propias fuerzas. Fortaleza que surgió después del revolcón en el Tróccoli ante el alicaído y problemático Cerro, o al abordar la final luego de no haber podido capitalizar el hombre demás con el que contó por más de una hora en la última fecha en Jardines ante Danubio, y hasta el haberse puesto en ventaja en esas condiciones. Tampoco fue bueno el comienzo de la final, en un primer tiempo en el que dependió de un par de atajadas de Irrazábal, y en el que no remató una sola vez sobre el arco tricolor. Pero supo corregir, mejoró, pasó de dominado a dominador y, con una gran cantidad de ex albos en cancha, aprovechó los momentos, manejó bien el plantel e hizo cambios que refrescaron y que resultaron esenciales para marcar la diferencia.

 

Vueltas inolvidables. Debuta Rentistas en el Estadio. El País, El Día y La Mañana titulaban más o menos de la misma forma, anunciando la presencia de los bichos colorados por primera vez ante un grande. Despertaba una mezcla de curiosidad e incertidumbre. Con 20 puntos sobre 44 posibles, ingresó noveno de aquel campeonato que marcó el cuarto título consecutivo, LOS últimos coletazos del Nacional de Cubilla, Manga, Ubiña, Brunel, Blanco, Espárrago, Masnik, Montero Castillo, Morales, Mamelli y Maneiro.

 

Un año antes en el Franzini, ganándole el clásico barrial a Cerrito, el equipo había alcanzado el nunca antes conseguido ascenso, acaso el episodio más recordado, porque fue el gran salto que todo club sueña alguna vez. Gualberto Díaz condujo aquella campaña de ocho triunfos y siete empates en 18 fechas, que lo llevaron a una final soñada que ganó en 1971 con goles de Vasconcellos y González en contra. Los más veteranos recuerdan sin necesidad de mirar la foto a la mayoría de los que vistieron la roja aquella tarde, y la nostalgia está más que justificada.

 

Pudo ser final ante Nacional en 1998, cuando en una sensacional campaña, de la mano de Martín Lasarte, el “Bicho Colorado” llegó a la última fecha en la punta, que se perdió ante Danubio en el Complejo al caer 2 a 0. Todavía se recuerda la imbatibilidad de Núñez, la presencia de Rebollo y Ostolaza, los goles de Morales, compartiendo ataque con Cor y Suárez, más Viera, Aparicio, Ponzo, con González y Da Silva en los laterales, como base de un equipo que terminó segundo con 22 puntos, a uno de Nacional, que paralelamente a aquella derrota vencería a Huracán Buceo en el Centenario.

 

También el Franzini en agosto de 2014 fue testigo de otro mojón de los rojos. Aunque en estos tiempos en que la televisación amplía el espectro y requiere de más participantes, lo cual implica mayores mercados, es más sencillo acceder a campeonatos continentales, ya que la mitad de los participantes del Uruguayo clasifican a uno u otro. Pero lo concreto es que esa instancia de la primera fase Copa Sudamericana ante Cerro Porteño significó hasta ahora la única participación en la historia de la institución, con lo que ello siempre representa. Y si bien cayó 2 a 0 en el debut, en la revancha ganó con gol de Alles, aunque el saldo lo dejó fuera de carrera.

 

Es ahora. Las fotos registraban cada instante, y los dispositivos tecnológicos las instalaban de inmediato en las redes sociales. El vestuario fue trasladando la euforia a una controlada caravana, y el Cerrito de la Victoria se sacudió con su conquista. La sede de la Av. General Flores se vistió de gala, los viejos dirigentes lloraron por sus recuerdos de antaño, y los compañeros que no llegaron a vivirlo, los audaces promotores actuales cuyo orden e impulso económico fueron base de este proceso, aflojaron tensiones con la satisfacción de ver cristalizada aquella apuesta inicial. En el medio, hinchas jóvenes que seguramente entenderán con el tiempo la trascendencia de lo ocurrido ese 14 de octubre, de aquí en más grabado a fuego al lado del mural que tendrá reservado el sitial de privilegio para ellos, los jugadores, los grandes responsables, los héroes de la conquista comandados por Cappuccio que, al igual que los jóvenes parciales, tomarán dimensión de lo alcanzado con el paso de los años, cuando se recuesten en la gimnasia del recuerdo y el fútbol haya sido, ojalá para la inmensa mayoría, una sucesión de éxitos en el exterior.

 

Noche mágica, especial y distinta. La afición aceptó con respeto el justo triunfo de Rentitas, sabiendo que, transmisión televisiva mediante, había sido testigo de uno de esos capítulos que queda grabados eternamente.