El relato de River
Hace cinco columnas, cuando promediado el torneo Apertura escribí que prefiero lo gane River Plate, lo hice relacionado con el problema de Defensor Sporting: “Me duele, desde gestiones de técnicos anteriores a Tabaré Silva, que parte de la hinchada violeta pretenda exigir como si la historia les impusiera soberbia en vez de humildad y me duele más aún que un dirigente haya pedido considerar la destitución de un técnico en medio del Apertura ¡en Defensor!”, escribí.
Soy tan enfático como Ariel Longo y Rosario Martínez -a quienes les leí recientemente enfatizar el concepto- en que el fútbol es resultadista (uno de los motivos de su atractivo y no un defecto). El problema en nuestro fútbol local es una desviación: el resultaditismo.
Silva, Campeón del más reciente torneo Clausura y Vicecampeón del más reciente Campeonato Uruguayo, obtuvo dos resultados. Que mediado el siguiente torneo corto estuviese a mitad de tabla, era un resultadito. Por eso le agradecí a Daniel Jablonka su frase: “En Defensor los balances se hacen terminado el Campeonato”. Hoy debo escribir, para ser coherente, que Jablonka para serlo debe renunciar.
Siempre reitero que el fútbol uruguayo más que un milagro (que también) fue y es una verdadera hazaña. Arriesgo tres explicaciones: Su democratización de vanguardia durante el primer batllismo -con participación de todo el espectro político de la época-, la transmisión del saber de sus futbolistas durante parte del segundo y la recuperación del poder por los futbolistas a partir de la generación del 80.
El celeste de la camiseta de la Selección Uruguaya de Fútbol no viene de los colores de la bandera uruguaya.
Nació en 1910, de una lucha cuesta arriba contra la marginación.
The Uruguay Association Foolball League -como todas las ligas de fútbol del mundo de la época- tenía criterios sociales restrictivos para aceptar la participación del pueblo y el que más injustamente los sufrió fue un cuadrito de botijas humildes de la Aduana, que decidió llamarse River Plate para poder entrar a la League…
Al principio no hubo caso. En 1902 se le negó la afiliación a River Plate (el actual es una fusión de Olimpia y Capurro en homenaje a aquel, manteniendo vivo su relato).
Los muchachos de la Aduana bregaron dos años para ser aceptados, hasta que la League les ofreció una integración en condiciones humillantes. Crearían una segunda división de los clubes ya afiliados y a ésta se sumaría River Plate, que tenía que ganar tres años el campeonato de segunda división para poder ascender a primera y compartir así los mismos derechos de los otros clubes.
Confiados en su potencial futbolístico, los aduaneros aceptaron y ganaron el campeonato tres años (1903, 1905 y 1906), aún cuando, durante el último, ante el peligro inminente, los defensores de la “nobleza” de la League incluyeron en sus equipos ante River a jugadores que militaban en la primera división.
Ya en Primera, River obtuvo el campeonato Uruguayo a la segunda temporada en que participó, en 1908 (y nuevamente fue Campeón Uruguayo en 1910, 1913 y 1914), derrotando incluso al famoso Alumni de Argentina, en abril de 1910, por dos a uno. En ese partido histórico en el Parque Central, los darseneros usaron camisetas celestes para diferenciarse de la rojiblanca que compartían con el Alumni. A propuesta de Wanderers, por la trascendencia de esta victoria de la celeste ante los más encumbrados argentinos, la Liga Uruguaya adoptó el color celeste para representar a nuestras selecciones nacionales.
Sobre la gesta darsenera el relato oficial en “El Libro de Oro de River Plate”, es éste: “¡Pretensión inaudita!, exclamaron los pontífices. Cómo se iba a permitir el ingreso de un club de proletarios, por más denominación de origen inglés que pudiera ponerse. Cómo iban a alternar y a pecharse y darse patadas los hijos de familias bien con trabajadores, estibadores y canillitas. ¡Imposible!”.
La propuesta de “los bohemios” y la aceptación unánime de todos los clubes de la Liga marcó a este fútbol inefable, pero también lo marcó la irrupción de Nacional -primer club de origen criollo- aceptado por la League en 1901 y las verdaderas revoluciones internas que se dieron en Nacional en 1911 y en Peñarol en 1913 -primer club determinado por una asamblea gremial proletaria industrial-, dando a ambos, ya de tradición exitosa, inclusión social absoluta.
Cuando en 1924 La Celeste asombró al mundo entero, hacía ya más de diez años que en Uruguay (y, en parte, en Argentina) al fútbol lo jugaba el pueblo, mientras que en el resto del mundo lo practicaban elites. La humildad de origen social de la mayoría de los jugadores de La Celeste marcó entonces su relato. Nunca quisieron ir de banca, al punto -valga la afirmación- de que en entrenamientos muy bizarros, inmediatamente anteriores al Mundial del 24, engañaron a los europeos poniéndose plumas de indios y pegándole de punta pal costado. La Celeste es David. Ése -el de David- fue, ha vuelto a ser y conviene que siga siendo nuestro relato. “El tiempo está a favor de los pequeños de buenos sueños; David era un gigante, Goliat era un patán” (dicho de paso, ya lo vamos a ver también en la Conmebol).
Mi preferencia por River es subjetiva: uno de mis amigos anteriores a mi oficio en el fútbol es su preparador físico Marcelo Tulbovitz (tuve el honor de trabajar con el padre de Marcelo antes de fungir de periodista), pero constato, objetivamente, que River no “engordó” su hinchada. Hace dos fechas oí a plateístas de Danubio (un club cuyo relato de basa en ser el cuadro de una escuelita de la Curva) insultar al técnico que ha vuelto a ponerlos, en dos torneos consecutivos, en posiciones de conquistar el Campeonato, Leonardo Ramos.
Sé que la directiva de la franja, que representa a la mayoría de sus socios, no pierde la línea (lo demostró por los altoparlantes de su cancha aquella misma tarde), pero tiene un problema, no de ahora, desde que ha logrado éxitos reiterados: el resultaditismo de parte de su hinchada.
Es el mismo problema que tienen Peñarol y Nacional con su relato justamente en las antípodas de los pequeños. Para Nacional y Peñarol es resultado la Libertadores y la Intercontinental, objetivamente. El Campeonato Uruguayo en menos de cinco conquistas consecutivas no es resultado. Para aspirar a tanto como les corresponde, se requieren procesos de trabajo sin resultaditismo y no se puede con barras que llegan al extremo de amenazar a los jugadores, de hacerle perder puntos al club, de impedir que, aún ganando, cualquier técnico permanezca con sus planteles más de una temporada. Las barras “bravas” (el mayor problema de Peñarol y Nacional, que se ha vuelto crónico desde hace mucho y por el momento, irresoluble) son un problema también, en parte, de relato.