El opio de los pueblos… el sufrimiento de 3 millones
Qué difícil es hablar de futbol en un país en donde como habitualmente se dice “somos más de 3 millones de técnicos”, en un país como Uruguay, tan chiquito y tan desconocido para el mundo, salvo por el futbol y por las hazañas deportivas logradas.
Un país que a nivel de selecciones mayores suma 20 títulos oficiales internacionales (Record Mundial) 15 Copas Américas, 2 Mundiales de fútbol, 2 Juegos Olímpicos y 1 Mundialito.
Un país que pasó de la gloria futbolística a lo que para muchos fueron fracasos casi inolvidables para luego volver al sitial de privilegio logrando el 4º puesto a nivel mundial y la última Copa América en Argentina.
Hablar de futbol no es tan fácil como a priori parece, y no solo en Uruguay sino en el mundo. Pocos somos los que vemos al futbol solo como un deporte y un entretenimiento, muchas son las páginas de libros y diarios, los estudios dedicados por sociólogos y sicólogos, las horas de
radio y televisión dedicadas a analizar cuándo y por qué el futbol dejó de ser un divertimento para pasar a transformarse en la gran pasión mundial que es hoy, y que ha llevado a lo largo y ancho del planeta a conductas tan extrañas como la autoeliminación por un resultado
deportivo o al asesinato por usar camisetas diferentes.
Karl Marx decía que “la religión es el opio de los pueblos”. Más acá en el tiempo Eduardo Galeano se animó a decir que “el fútbol es el opio de los pueblos”.
En su libro “El Fútbol a Sol y sombra”, se lo pregunta y agrega en ese capítulo que “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”.
“El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar… La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía”.
El fútbol mueve masas de una manera imposible de lograr por cualquier otro hecho social, es el evento popular que más almas convoca y que más pasiones promueve.
El hincha sufre, vive y muere por su camiseta. Cuando juega su club no “juegan ellos”, el dice “jugamos nosotros”.
Ya en 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.
Por lo cual el estudio del deporte y las pasiones no viene de estos últimos años ni se debe asociar a los resultados deportivos. Ni tampoco está alejado de las políticas sociales ni estatales que desarrolla un estado como tal.
Muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
Estudiosos del deporte, técnicos de la táctica y la estrategia, millones que se mueven en merchandising, todos buscando lo mismo, que el fútbol siga siendo lo que es.
Del otro lado el hincha, ese que festeja con los logros deportivos, el que va a trabajar con otro ánimo cuando su cuadro gana, el almacenero que te sonríe luego de una victoria de la selección.
El último mundial nos mostró cuán amable podemos ser los uruguayos, cuán agradable, simpático, ameno y feliz es un pueblo cuando los resultados deportivos los favorecen, sin importar si el desempleo aumentó, si la canasta básica subió o si el aumento del IPC perjudica más nuestra economía hogareña.
Por eso lugar hay que darle a las cosas, el futbol es un deporte, un entretenimiento en el que 22 mortales juegan con una pelota buscando la gloria personal y colectiva.
Hombres de carne y hueso, con problemas como todos, con éxitos y frustraciones, con malos días, con malas noches, preparados o no (depende de los casos) para el lugar en el mundo en el que se los puso, para esa idolatría que en él pone el hincha y al que le exige más que a un político que está gobernando los destinos del país.
Uruguay hoy juega en la altura, y también por ese tema se han escritos muchas páginas y se han pronunciado muchas letras, pocos pueden decir a ciencia cierta si es humanamente posible jugar, pensar y razonar (todo al mismo tiempo) a 3.600 metros de altura. Sin embargo la FIFA así lo decide y así vamos con la camiseta celeste a enfrentar un nuevo desafío.
Mas allá del resultado, mas allá de todo lo que se pueda decir de planteamientos técnicos o tácticos el futbol es un disfrute, ese momento en el que la mesa familiar concita a los que hace tanto no se ven, a los amigos que lo viven con pasión o al analítico que solo frente a la tele vive el fútbol a su manera.
El fútbol es eso, es disfrute, es alegría, y eso mas allá de todos las opiniones es lo que no se puede perder, ni dentro ni fuera de la cancha!