El “Chino”, Sonsol, “Acuarela do Brasil” y la quinta Copa del Mundo de Uruguay
Nacional desarrolló un verano perfecto. Cuatro triunfos al hilo sin necesidad de recurrir a la definición por penales. Dos trofeos conquistados para sumar a las vitrinas del salón de cristal de la sede. Dos triunfos claros ante Peñarol. Y para deleite y placer de sus fanáticos, la espectacular demostración futbolística de Álvaro Recoba en el último partido ante Sportivo Luqueño. Fue tanto y tan bueno su despliegue, que el narrador de radio Sport, Alberto Sonsol, amenazó a sus oyentes con irse para su casa después de anticipar durante el relato -en un gran acto de percepción y comunicación del profesional del relato con la cancha-, que se venía un nuevo “gol olímpico” del “Chino”. ¡Qué lástima que Alberto no cumplió su promesa! me hubiera gustado que lo hiciese. Nunca antes, en el periodismo radiotelefónico de Uruguay, ninguno de sus antecesores adoptó una posición semejante. El único antecedente que conozco, se produjo durante el “Maracanazo”.
El famoso y multifacético brasileño Ary Barroso –autor nada menos que de ese himno del samba titulado “Acuerala do Brasil-, tenía 46 años aquel 16 de julio de 1950. Relataba por radio el partido que consagraría Campeón del Mundo a la selección de su país por primera vez en la historia del fútbol. Todo era fiesta cuando Friaza, fuera de juego, puso en ventaja a los brasileños. Ary en su narración desgranaba hermosas y floridas palabras anticipando la gloria. La fiesta verborragica continuó, a pesar del empate uruguayo anotado por el “Pepe” Schiaffino. La noche se le vino encima con “el gol del siglo” señalado por Ghiggia. En ese instante Ary Barroso dejó con la boca abierta, a los millones de seguidores que escuchaban el partido por su emisora. Anticipando el velorio, en forma tajante, abandonó la narración. Dejó el micrófono sobre la mesa y se fue del Maracaná. Un largo silencio se produjo en el éter. Apenas 13 minutos después, un silencio gigantesco se apoderó de todo el Brasil. El inefable Ary Barroso se negó a ser testigo y a la vez heraldo, de la consagración de Uruguay Campeón del Mundo por cuarta vez.
Más allá del rescate de la anécdota, el tema que origina la nota, es la alta producción de Álvaro Recoba en ese primer tiempo que ingresará en la memoria eterna de los hinchas. No dudo que con el paso de los años se convertirá en algo similar al “gol de Manga de arco a arco”. ¡Todos dicen que lo vieron, aunque esa tarde de día hábil, de lluvia y gris, apenas se vendieron mil y pocas entradas…! Yo sí, fui uno de los testigos, aquel 30 de mayo de 1973, en el Estadio Centenario, del pelotazo de Manga que picó en el barro, se elevó, superó al golerito de Racing de poca estatura y se metió en la valla, marcando el séptimo gol de Nacional! Ese encuentro fue por un torneo de morondanga, que se llamaba Ciudad de Montevideo, y son pocos los que destacan el gesto del atacante Calcaterra, compañero del golero brasileño en Nacional, que acompañó a la pelota sin tocarla hasta que llegó a las mallas…
El primer tiempo del “Chino” en la noche extrañamente fresca del 20 de enero de 2015, será parecida a aquella tarde lluviosa del 30 de mayo de 1973. Con el paso del tiempo, todos los que van a decir que allí estaban no entran en la capacidad del Estadio Centenario, aunque en este caso tendrán la excusa de la televisación que eternizará el momento. Y allá lejos, en 1973, las cámaras de la tele no habían llegado a los estadios. Por ese motivo, el gol de Manga “todos lo vieron”, aunque apenas un puñado eran los que estábamos en el Estadio Centenario…
El “Chino” actual, el de estos últimos años en Nacional, tiene un símil con los buenos vinos de la Bourgogne francesa. A medida que transcurre el tiempo, cuando van envejeciendo, al descorchar la botella surge un aroma muy especial que envuelve la boca del consumidor con un suave perfume inigualable. El “Chino”, en cuentagotas, cada vez que pisa la cancha nos regala las incomparables pinceladas de su magia que se transforman en episodios imborrables, que vivirán eternamente en el corazón de los fanáticos. El gol de tiro libre en el “clásico” de noviembre pasado y las jugadas del primer tiempo del martes, se suman a ese collar de brillantes, que va construyendo en el final de su carrera. Este “Chino” que el próximo 17 de marzo cumplirá 39 años, es igual al sol cuando avanza hacia el oeste y llega al poniente introduciéndose en la alcancía del horizonte. Como el dorado astro rey, que en el ocaso de cada día nos regala la maravillosa y más linda imagen postal de su existencia, así transcurre el final de la trayectoria del “Chino”.
Confieso que al observar esa magia que el “Chino” continúa ofreciendo, mis pensamientos retroceden al pasado, cuando asistí desde la tribuna del Estadio El Riazor de La Coruña, a su debut con la camiseta celeste en enero de 1995. El pelo le caía en una extensa cola que le llegaba a la zona del coxis. Se la ataba con una gomita. El siempre recordado “Pichón” Núñez lo lanzó a la cancha. Tenía 18 años. Apenas unos meses antes debutó con Danubio en primera división. Enfrente estaba la selección de España, siempre rival difícil para Uruguay. Entró durante el segundo tiempo y llenó la cancha con su desparpajo y atrevimiento. Hizo moñas, metió una jopeada y arrancó gestos de admiración entre los gallegos que colmaban las tribunas. Desde ese momento estuve convencido que el “Chino” recorrería el camino futbolístico glorioso de Maradona. Aquel “Chino” era “maradoniano”. Estaba adornado de similar capacidad técnica para dominar la pelota. Y aún más. Le pegaba mejor que Diego y la naturaleza le regaló un pique corto infernal, insuperable, que pocas veces presencie en otros, en mis 46 años de profesión periodística. El “Chino” tenía un arranque electrizante. Pasaba, sin escalas, de la primera a la quinta velocidad, dejando rivales por el camino.
Nunca olvidaré el partido ante Francia, en Corea, por la Copa del Mundo de 2002. El “Chino” se mandó un par de esos arranques y los coreanos que llenaban las tribunas explotaban en un coro que aún resuena en mis oídos: “oooooohhhhhhh”. En una charla mano a mano, en el aeropuerto, al retornar, se lo comenté con admiración, convencido que si, en lugar de regalar dos de esos arranques por partido, inundaba a los aficionados con diez o quince del mismo tenor, su ascensión a la cima de la gloria resultaba inevitable. Mi miró con esa cara de botija bueno de barrio que aún conserva y no respondió.
Nunca llegaron en su trayectoria esos diez piques imparables por partido. Hoy, cerca del adios, al repasar su trayectoria, nos deja un gusto a poco la cosecha de sus títulos, porque estoy seguro y lo sigo afirmando, que el “Chino” pudo y debió ser el Maradona uruguayo, capaz de ponerse la celeste al hombro para llevarla a la conquista de la quinta Copa del Mundo que, con él a tope física y mentalmente como estuvo Diego en México’86, esa anhelada conquista celestes, no era un sueño imposible….