Diario de viaje en la pizzería Álamos
Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales a Asunción).
Adaptándose a los actuales tiempos que vivimos donde el avance de la tecnología modifica los hábitos de los seres humanos, Sergio Gorzy se ha convertido en un gurú según la concepción de los hindúes. Es un maestro en el manejo de lo que el mismo Sergio define como “redes cloacales”. En ancas del manejo de esta nueva forma de conectividad entre los seres humanos, en la noche del sábado pasado cayó un WhatsApp en mi celular, justo cuando salía del cine de asistir a la función de La Cordillera. “Gallego, Atilio: Un uruguayo nos viene a buscar para cenar en una pizzería de su padre en Asunción a 10 minutos de auto. A las 20.30 está bien?”. Quedaba a las claras que, como Maradona, Sergio estaba una jugada adelantado. Personalmente a esa altura de la semana ni pensaba en los días siguientes; el viaje a Asunción y, mucho menos, que diablos haría el lunes de noche.
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El “uruguayo” que nos vino a buscar –Nicolás González es su nombre- era uno de esos jóvenes de hoy a quién uno ve e inevitablemente nos lleva a pensar en nuestro pasado cuando la gran mayoría de los jóvenes eran como Nicolás. Una cara limpia, una sonrisa franca, prolijo en su vestir y en su corte pelo, con una conversación fluida y muy informado. Universitario, 32 años 29 de los cuáles transcurrieron en Asunción, fanático de Peñarol cuyos partidos los sigue semanalmente a través de Poipes junto a su gran amigo, Flavio Llorach, ambos socios de los aurinegros desde el extranjero lo que les permite disponer de entrada gratuita al estadio Campeón del siglo cuando va de visita a Montevideo. Una de las tareas de Nicolás está vinculada a la empresa multinacional Diageo, en un país donde las distribuidoras pertenecen a uno de los negocios más rentables del Paraguay. Flavio Llorach quién nos acompañó durante la velada fue cortado por la misma tijera de Nicolás
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La “pizzería” –Álamo es su nombre- funciona desde 1984 en uno de los barrios más importantes de Asunción, sobre la Avda. Boggiani, en una antigua casona con muy buen aire acondicionado y hermosamente decorada en tonos de blanco y negro con cierto parecido a Sucre, el restaurante chic de Buenos Aires en Palermo. Un amplio estacionamiento vigilado y una zona al aire libre. El “padre” mencionado en el wp de Sergio es Eduardo González Zúñiga quién se afincó en Asunción en 1985. Llegó acompañado del argentino Guillermo Oteiza. Ambos adquirieron el exitoso establecimiento comercial que pertenecía a unos españoles que se cansaron de “hacer la América”. Cortados por la misma tijera en el buen trato y la amabilidad de ambos, la velada transcurrió en un devenir de recuerdos, anécdotas y emociones a partir del apretón de manos con Eduardo y sus primeras revelaciones. “Mi padre Enzo González llegó a Danubio por intermedio de su vinculación con Hugo Forno. Después fue vicepresidente de Donato Griecco. Por eso mi niñez, infancia y adolescencia transcurrió siempre en Danubio equipo del cual soy hincha a muerte. Apoyamos y fuimos amigos de Julio Oyenard y al ingeniero Del Campo y además, siempre estuve vinculado al fútbol por ser familiar del Cr. Alfredo Fernández que integró el gobierno del fútbol durante muchos años”.
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La mención de varios de esos apellidos convirtieron a Eduardo González Zúñiga en Alí Babá. La diferencia entre el personaje de ficción que abría la cueva donde se encontraba el tesoro de los ladrones con el famoso “¡Ábrete sésamo!”, aquí la mención Forno, Oyenard, Griecco, Del Campo y Fernández fueron la llave que mágicamente convocó decenas de emociones del pasado. Eduardo recordó su amistad con Hugo Bagnulo y sus vivencias junto al Loco Montaño, aquel No. 10 argentino que jugó en Peñarol y después en Danubio. Los días y noches en que Eduardo se concentraba con los jugadores del club albinegro en Atlántida, en la época de la presidencia de Oyenard. Entre muchas de las locura de Montaño que se conocen, Eduardo agregó una: “Bagnulo le gritaba de todo desde el costado de la cancha a Elío (ese era su nombre) para que hiciera tal o cuál cosa. De pronto Elío fue al juez y le dijo: ‘haga callar a ese señor que grita desde el costado que no me deja concentrar en el juego’. A Montaño lo queríamos mucho. Jugó con Ghiggia y me acuerdo de Vladas Douksas, todo un caballero”.
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Así siguió la noche mientras desde los dos hornos a leña de la cocina salía un rosario interminable de pizzas espectaculares de todo tipo y variedad, que si una particularidad tiene Álamos, hay una que sobresale ampliamente. Sólo se sirven en el local pizzas y ensaladas. Mientras las cervezas regaban el morfe, los cuentos surgían sin parar. Gorzy recordó aquel equipo de Carrabs, Ascery y Gerardo Rodríguez en el fondo. Por supuesto que no faltó la mención para la época de Romerito, Burgueño, el Pelo Rodríguez, Auscarriaga, Lescano, Manghini y Bardanca dirigidos por el Nino Corazo cuando lograron el subcampeonato uruguayo en 1954. De las muchas perlas del collar de cuentos, varias significaron revelaciones históricas a valorarse. La primera. Eduardo contó que en Montevideo con su empresa fue la que produjo todas las credenciales de acreditación para la Copa de Oro de campeones mundiales. “Recuerdo que cuando llegó Italia al aeropuerto Bearzot estaba preocupado por lo que podía demorar la acreditación de todos los jugadores. Le dije 20 minutos. ¿Está seguro? Sí. Bueno ese tiempo está bien. Y a los 20 minutos se fueron los italianos”. La segunda. “Al poco de radicarme en Asunción con el dueño de la empresa para la que trabajábamos fuimos a ver al Dr. Leóz que era el presidente de la confederación. Le dije que era uruguayo de Danubio y me expresó: ‘a mí me apoyó siempre Nacional y Danubio.’ Bueno, desde ese momento hasta que él estuvo en la confederación esa empresa hizo siempre todas las medallas que se entregaron”.
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La emoción invadió el rostro de Eduardo cuando soltó otro recuerdo. “Lito Silva fue uno de los grandes amigos que tuve en Danubio. En 1966 me trajo de regalo los zapatos Adidas que uso en la Copa del Mundo. Siempre tuve contactos con él. El último telefónico, tres días antes de morirse”. A mí la mención inicial al Cr. Alfredo Fernández trajo el recuero de su hijo, Javier, ligado al tiempo cuando los dos éramos jóvenes y trabajábamos juntos en CAFO, reencontrados hace un tiempo en esta etapa actual en que los dos caminamos la etapa del “que bien que estás” cuando decimos nuestra edad. Y la otra cita, la de Julio Oyenard, hermano de Carlitos y Chelita, primo de Jorge y Mario, todos ellos hijos Juan Pedro y Domingo Oyenard -respectivamenter- eran los dueños del Frigorífico Matadero Carrasco, donde inicié mi actividad laboral. Allí, en su playa de matanza de los animales que caían bajo el golpe del marrón, comencé a trabajar a los 15 años limpiando la sangre junto con el agua que caía cuando mataban a las vacas. Salute.