Diario de viaje: el triunfo de Gastón
Por Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González
El fútbol me ha traído en varias ocasiones a Santa Cruz de la Sierra. La primera vez está perdida en los vericuetos de la memoria. Hace 26 años atrás, esta ciudad caracterizada por su calor permanente, el viento y el eterno verde que te quiero, hoy no tiene ningún punto de contacto con aquella del pasado. Esta impresión ocular, se comprueba con los datos estadísticos oficiales. El crecimiento demográfico es el más grande experimentado en América Latina. Algo parecido –aunque en menor escala- con lo que ocurrió en nuestro país con la Ciudad de la Costa. Lo interesante, llamativo y también positivo de esa expansión de la urbe cruceña, originada por la migración interna de bolivianos, es que la misma se realizó siguiendo los dictados de una planificación arquitectónica y urbanística. ¿De qué manera? Creció en anillos, generando desde el cielo una visión perfecta como aquella que nos mostraban en la escuela pública –cuando la enseñanza era de primera y formaba muchachos con valores, hábito de estudio y trabajo- al utilizar el microscopio y ver la conformación de las células. En el centro el núcleo antiguo en un redondel pequeño, apretado por una avenida en doble vía circular. Después otro con idéntica característica y así sucesivamente hasta formar en la actualidad cuatro círculos concéntricos, interconectados entre sí por calles rectas, formando algo así como los rayos de la rueda de una bicicleta.
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La zona encerrada por esos cuatro anillos –con un quinto en construcción ya en las afueras de la urbe donde han crecido como hongos los barrios privados con casas de lujo- se denomina área metropolitana, comprendida por los municipios de Cotoca, Porongo, Warnes, La Guardia y El Torneo. La población que vive en la ciudad llega a un millón setecientos mil personas. Ese crecimiento explosivo y planificado hasta donde resultó posible, ofrece hoy las avenidas atestadas de automóviles en las “horas pico” –las ir y venir del trabajo- e impresionantes construcciones. Tanto de edificios de apartamentos, como shopping y mall gigantescos, a los cuales no se asemeja ninguno de los que funcionan en Montevideo o Punta del Este. Los que aquí se erigieron son iguales a los de Miami, aunque sin esa prolijidad perfecta y extremo cuidado por todos los detalles exteriores que es típico de los emprendimientos norteamericanos.
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Advertido por el “boom” que experimentaba Santa Cruz de la Sierra, un uruguayo de los muchos que sostienen aún en alto la vieja bandera de aceptar los desafíos que caracterizaron a nuestro abuelos gallegos o italianos inmigrantes, en 1996 llegó a esta tierra cruceña del calor eterno. Gastón Cabrera –de él trata esta historia de vida- tenía un interesante pasado laboral en Montevideo que incluyó, en el final de esa etapa, prestar funciones para Cervecería del Uruguay, en los tiempos donde tallaban alto Camors y el siempre estimado Ing. Ordoqui. Amante de los deportes, fanático de Nacional en fútbol y Trouville en básquetbol, las conversaciones que mantenía con su hermana radicada en Santa Cruz de la Sierra, a lo que se agregaba el olfato para advertir los tiempos difíciles que se venían en el Uruguay, lo impulsaron a la emigración. Llegó a Santa Cruz sin otro bagaje que el de su talento, capacidad, inteligencia y viveza natural. Cual si fuera un rabdomante que busca agua con la ramita de sauce en sus manos, hasta percibir que desde las entrañas de la tierra, le llegan señales del lugar donde se encuentra la veta acuífera, Gastón fue probando en diferentes funciones. Hasta que llegó a una que lo marcó…
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Un día le dijo al dueño de una importante fábrica de aceites para la que trabajaba, que la conducción de la misma era errónea; que disponía de enorme capacidad ociosa para aumentar la producción y que, de continuar sin cambios, la empresa no tenía futuro. Gastón se levantó y su fue ante la mirada atónita del dueño, convencido que debía buscar otra salida laboral. Pasados un par de días el propietario lo convocó a una reunión:
-“Quiero que tome el control de la empresa y haga todo eso que Vd. me dijo que hay que poner en marcha para multiplicar el crecimiento”, le dijo a secas.
-“¿Y por qué me llama después de todo lo que le expresé?”, preguntó sorprendido Gastón.
-“Porque aquí nunca nadie se atrevió a decirme esas cosas. Todos me decían sí señor…”, concluyó el dialogo.
A partir de entonces “fue mi mejor agente de marketing, porque a todos les decía: ‘¿no sabés el uruguayo que tengo, cómo me cambió la aceitera?’ Y eso me abrió puertas…” recuerda hoy Gastón. Demás está decir que terminó allí su carrera como dueño de la empresa que se convirtió en top en su rubro, vendiéndola posteriormente a capitales americanos. Otras puertas se abrieron inmediatamente…
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Tantas puertas que, hoy, Gastón Castro controla tres empresas de su propiedad en diferentes rubros. Una de ellas se dedica a la construcción de edificios y casas, actividad que marcha viento en popa, cosa que se advierte con sólo dar una vuelta por la ciudad y observar las impresionantes construcciones que se han realizado y las que están en marcha. De hablar pausado, meditando los conceptos, en el mano a mano cuenta con la satisfacción que se pinta en sus ojos, que “tengo la suerte de construir casas para los ricos; para los de clase media y para los pobres, con las mismas comodidades adecuadas al nivel económico. ¿Un ejemplo? Las viviendas para las pobres tienen piscina”.
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Más allá de esta historia, Gastón Cabrera es el verdadero Embajador del Uruguay, sin título, en Santa Cruz de la Sierra. Cualquier delegación deportiva que pase por aquí, recibirá su trato afectuoso, cordial y su disposición para solucionar todos los pedidos que le realizan y los problemas que puedan surgir. Este año ha trabajado más que una hormiga tributando atenciones a Juventud de Las Piedras, Defensor Sporting, su querido Nacional y –en estos momentos- a Selección Uruguaya. Anoche, una vez más, abrió su hermosa casa en el barrio privado “Residencias de Urubó”, para una cantidad de uruguayos, incluidos los periodistas. Al aire libre, acariciados por el delicioso céfiro nocturno que pone frescura en la noche cruceña, con una exquisita comida bien regada, transcurrieron un par de horas de esparcimiento, cerradas con unas emotivas y justas palabras del Vicepresidente de la AUF, Rafael Fernández y respondidas por el dueño de casa, el uruguayo-boliviano Gastón Cabrera, un profeta fuera de su tierra. Salute.