Derechos de imagen
Era un grupo de diez o doce botijas chicos que estaban a los cuatro costados de la cancha para alcalzarles a los jugadores la guinda cuando se iba afuera. Eran diez o doce guachos más o menos carenciados que rebuscaban, bien o mal, algún manguito en ese curro, mientras veían los partidos y se codeaban fugazmente con sus ídolos, los de adentro de la cancha. Así pasaron generaciones y generaciones de alcanzapelotas hasta que en una apareció entre los diez o doce guachos uno un poco especial, el más chico de físico, que, con doce años, se leía todo y hacía preguntas raras a viva voz.
-Acá dice que vendieron a Pelé en dos millones de dólares, ¿a qué manos va a parar esa plata? -le preguntó una tarde al profesor más inteligente que conoció a un costado de la cancha y el Profe se lo explicó.
Otro día un doctor les mató el hambre a varios de los diez o doce a cambio de que manejaran de cierta forma los ritmos para alcanzar las pelotas. El más chico se encargó de que todos cobraran y entre lo que leía y lo que oía y lo que entendía a los cuatro costados de afuera de la cancha descubrió que estos no son el de la Amsterdan, el de la Colombes, el de la Olímpica y el de la América. Son el de arriba, el de abajo, el de subir y el de bajar.
Y se dio cuenta que la guinda es una guinda de verdad, de las que se comen y es tan gigantesca que puede alcanzar para tres días de almuerzo o tres años o tres vidas.
En el costado de abajo de afuera de la cancha conoció a los más crack de todos los crack rascándose los bolsillos en busca de alguna guiindita que los dejara bondiar. Desconfió de las fechas y confió en los jugadores. Fue también jugador. Entonces éstos comprendieron que ese pibe veía distinto, oía distinto, leía distinto, y que era capaz de alcanzarles la guinda también cuando eran ellos los que estaban afuera de la cancha y la pelota seguía adentro.
Enseguida supieron -supo él-, que el mundo de los cuatro costados de afuera de la cancha es un mundo del revés, donde la única forma de subir es por el costado de bajar, el que tiene la flecha en contra. Por allí encontró de todo, también príncipes malos, lobitos buenos, brujas hermosas, piratas honrados, imágenes buenas de gente mala e imágenes pésimas de santidades. Y subió igual. Se mandó a contramano.
Entonces su imagen fue tan pero tan mala que a sus derechos de imagen comenzaron a llamarles torcidos, pero él, aparte de imagen mala, pésima, era en el buen sentido de la palabra bueno.
Eso sí: a sus torcidos de imagen empezó a cobrarlos contantes y sonantes. Al fin de cuentas les habían costado años de trabajo vivo a sus malos enemigos y siglos de trabajo muerto: Boggie Molotovich (como empezaron a llamarlo) robaba niños en los autos sacramentales del siglo de oro español, era el príncipe de las tinieblas y en el siglo XX, por cada diez guindas que les subía a los jugadores, le dejaban la mayoría de las veces dos. Subió seicientos jugadores a diez guindas por pie hábil. Así fue haciendo miles de guindas gigantes y entonces su imagen empeoró implacablemente.
La cambió por pasajes de avión, por tarjetas magnéticas de hotel, por más cheques que chequeras, por más fuerza que el más fuerte de los oligopolios y, cuando alcanzó la cumbre del costado de arriba, la cabeza del afuera de la cancha, vio que allí no había clavo porque no era necesario, porque todos los brazos y cabezas subidos a contraflecha, cargan con su propia cruz.
Tan mala llegó a ser la imagen de Boogie Molotovich que presidentes de todo tipo de instituciones (club, asociación, país) empezaron a comprarle sus torcidos de imagen. Cualquiera que estuviera contra Boogie tendría la mejor imagen de estar contra el peor. El presidente de un club para enderezar su imagen y ser reelecto, le hizo ganar a Boogie cuarenta millones si se peleaba con él y como a Boggie le apasionaba pelearse con lo que estaba mal, los ganó. Si después quiso cobrarlos o no es cuestión aparte.
El presidente de una Asociación, para ganar los aplausos de no firmar con Boogie, firmó con dos tipos de muy buena imagen que dejaron a esa asociación adentro con 7 millones y medio, más las deudas y los intereses que tuvo que contraer a un costo financiero enorme.
Entonces esa asociación tuvo que agarrar la primera oferta que la sacara del pozo y Boggie la igualó, ganando así siete años más de contrato, con la facilidad de que había sido una propuesta contra él, cotizando así sus torcidos de pésima imagen. Si la oferta la hubiera propuesto él, hubiesen dicho que era un desastre y no la hubieran votado. Y quizás no era la mejor oferta posible, pero la necesidad de aceptarla la crearon por ganar buena imagen no firmando con él.
Ayer firmó en secreto, para no cobrar imagen, un convenio para que el Estado elija botijas carenciados de a diez o doce por vez y él les de un jornal, aportes sociales y baje con ellos, despacito y cansado, por el túnel. Apoyada en la línea lateral, dejan servida otra guinda enorme, para que algún jas la lustre con la barriga de la camiseta, antes de sacar el óbol.
Pero la guinda más grande la llevó al cementerio donde están los más cracks, a los que conoció rascándose los bolsillos para bondiar. La puso sobre la loza del más padre suyo que fue y éste le dijo bajito, “agarrá la imagen, metéla adentro de un frasquito y aunque Benjamín te llore, no la largués. Si fueras tarambana, si te hubiese dado lo mismo que haya ocho cuadros o que todos los jugadores cobren, si no hubieras acatado a la Mutual cuando te cambió los planes, si no te hubieses hecho responsable de lo que rinde y de lo que no, si no te hubieras dado cuenta de que el shopping te absorbe si no vas a pelearlo arriba, en toda la región, si no hubieses sido el precio testigo para obligarlos a poner cinco veces más allá arriba, si te hubieses entregado, si les hubieses dicho “sí”, serías Gardel después de muerto…
…pero hiciste todo lo contrario y sos al que más le desean la derrota. Entonces apretála bien la imagen, aunque Franklin te llore y mostráles que no te van a tirar la peor imagen para afuera de una patada. ¿Se la creyeron?”