Demoler el viejo Maracaná fue un error imperdonable
Trescientos millones de dólares se invirtieron en el Estadio de Maracaná para derrumbarlo y construirlo de nuevo. Una decisión errónea, que mató aquel viejo escenario construido en 1950, con una arquitectura particular y propia de la que hoy no queda nada.
Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales)
La primera vez que llegué a “Maracaná” fue en el carnaval de 1967. Los muchachos del barrio nos dimos manija unos meses antes y, al final, con tres amigos (Juan Lema Benzo, Martín Garabedían y Julio Matturro), compramos una excursión en ómnibus que, obviamente, garparon nuestros padres. Viajamos dos días y medio para llegar a Río justo el sábado de carnaval. Nos metimos en un hotelucho de Flamengo, sobre la rambla, cuando aún no se pensaba en su ampliación que la llevó luego a presentar su estado actual. Con el “Maracanazo” tocándolo “ahí”, con las manos, la primer salida fue a visitar el famoso estadio donde la gloriosa celeste concretó una de sus páginas más hazañosas. En ese tiempo en Flamengo jugaba Jorge Manicera, adquirido después de su actuación con Uruguay en la Copa del Mundo de Londres’66.
Llegamos en bondi. Nos impresionó su majestuosidad, con ese techo elíptico y plano que lo caracterizaba. Compramos el tickets para su visita. El guía ya era un personaje famoso, casi de novela. Se llamaba Isaías, era testigo presencial de aquel cercano 16 de julio de 1950. Cada uruguayo que llegaba, en el momento de observar la cancha desde lo alto, después de visitar los vestuarios y las zonas internas, repetía la misma pregunta:
-¿En qué arco fue el gol de Ghiggia?
El negro Isaaís sonreía con sus dientes blancos de teclado de piano que resaltaban aún más contrastando con el color de su piel, e indicaba señalando con el dedo el lugar donde se convirtió el “Gol del Siglo”.
Desde aquel entonces volví en varias oportunidades. Fui testigo de aquel “Peñarolazo” del Hugo Bagnulo, en noviembre de 1992, en la semifinal ante Flamengo por la Copa Libertadores de América, cuando Jair convirtió el golazo de tiro libre que llevó a los aurinegros a la final y al nuevo título de Campeón del torneo.
Hace un par de meses atrás, en ocasión del clásico Fla-Flu (Flamengo vs. Fluminense), gracias a mi amigo Kleber Leite, retorné al Maracaná ahora renovado. No estuve en la Copa de las Confederación, por lo que ese fue mi primer contacto con el “nuevo Maracaná”. Sentí el impacto. Me pareció horrible. Con sinceridad.
Aquel Maracaná que conocí con 17 años, se mantenía tal como fue creado y habilitado en 1950. Después sufrió varias mejoras y modificaciones, pero siempre mantuvo su fisonomía, con aquella visera gigantesca ovalada de hormigón. Dentro, siempre impactó aquel anillo que rodeaba la cancha, donde concurría masivamente el pueblo para asistir a los partidos de pie. Eran miles y miles que formaban multitudes de hinchas rodeando el campo. Pero… llegaron los señores de la FIFA, lo que imponen todo tipo de condiciones y… Maracaná ya no es Maracaná. Es como cualquier de los estadios de Japón, Corea o Singapur, impersonal, igual a todos.
Lamentablemente la información que se distribuye da cuenta de esto que afirmo. El escenario “ha sufrido reformas para cumplir con las últimas normas de la FIFA para estadios mundialistas, para que pudiera convertirse en uno de los escenarios de la Copa del Mundo de 2014”. Aquella tribuna popular donde observaban el partido de pie 30.000 personas, ahora tiene poltronas. Aquel techo de visera horizontal de hormigón ya no existe. “Su cubierta está formada por una instalación formada por 1.500 módulos solares que producen 380 kilovatios de energía solar fotovoltaica, suficiente para abastecer parcialmente la demanda de electricidad en el estadio y evitar la emisión a la atmósfera de 331 toneladas de anhídrido carbónico”, dice la información oficial que se distribuyó a la prensa.
A mi juicio, Maracaná debió quedar como estaba. Convertirlo en Mueo del glorioso y más ganador del fútbol del mundo, que es Brasil, y con esos 300 millones de dólares construir otro estadio para albergar los partidos de esta Copa del Mundo. El viejo Maracaná tenía que mantenerse tal como lo conoció el mundo, de la forma que el Estadio Pacaembú de San Pablo sigue en pié, con su belleza arquitectónica de los tiempos de los gobiernos dictatoriales, y el Sao Januário de la Baixada de Vasco da Gama, se conserva como Patrimonio Histórico de Brasil. Así, con ese rótulo, también era necesario que el viejo Maracaná no fuera derribado.