Crónica de Viaje: 46 años después
Por Atilio Garrido / Fotografía: Fernando González y archivo AG
¡Otra vez detrás del incesante pique de la pelota de fútbol! Santa Cruz de la Sierra es el primer destino. Escala obligada, primer peldaño de la escalera para subir a La Paz. Quién iba a decir que en mi memoria perdería la cuenta de las veces que trepé al “techo de América”, como se conoce vulgarmente a la ciudad más importante de Bolivia, donde funciona el Palacio Presidencial, aunque no es la capital del país. Esa distinción la tiene Sucre, lugar de asientos de los organismos judiciales. Recuerdo las primeras salidas al exterior como “enviado especial”, pomposo título que adjudicaban los medios de comunicación a los periodistas que enviaban a cubrir los eventos. Y recuerdo esas etapas iniciales, justamente porque en el tránsito humano por el mundo son ellas las que se tallan a cincel en el cerebro y perduran aferradas en él hasta la muerte. Las siguientes, las que se acumulan, se pierden en la hojarasca que se lleva el viento de lo conocido, que no despierta expectativas.
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En 1989 cuando imprimí un criterio argentino –made in “El Gráfico”- en la conducción periodística del hoy desaparecido “Últimas Noticias”, creando el primer suplemento diario deportivo a todo color que se editó en Uruguay, el apoyo del Director Julían Safí, permitió que cubriéramos todos los partidos del grupo eliminatorio de Uruguay para llegar a Italia’90. Los celestes enfrentaban a Perú y Bolivia. No sólo, como resulta obvio, la cobertura abarcó esos dos partidos, sino que también se amplió al de los enfrentamientos entre los dos rivales. Junto el recordado Antonio “Pipi” García, fotógrafo de alta calidad, verdadero reportero gráfico con su máquina en la mano, estuvimos tres semanas saltando entre Lima y La Paz.
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Había llegado a La Paz con la tapa de “El Diario” dando vueltas en mi cabeza, de la noche del 16 de julio de 1961, cuando por primera vez la selección uruguaya jugó ante Bolivia a cuatro mil y pico metros de altura. “Fue un esfuerzo sobrehumano” declaró el técnico de entonces, Enrique Fernández. Mis ansias, el “mal de Diógenes” que desde chico se me pegó en todo lo relativo al fútbol, me llevó a que atesorara las páginas de los diarios de los grandes acontecimientos vinculados con los equipos uruguayos. Esa aún la conservo en mi archivo, porque cuando la leí, desde mis once años de aquel tiempo, se prendió como un abrojo de curiosidad a mis ansiedades, saber que era y que significaba ese valor “sobrehumano” al que se refería el entrenador celeste. Siempre anhelé y soñé, en aquella niñez tan, pero tan diferente a la actual, llegar algún día a La Paz para experimentarlo. ¡Dios, el destino y la mágica pelotita de fútbol, permitieron hacer realidad aquella curiosidad, en varias ocasiones!
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Ciertamente, en aquel mes de 1989 junto a “Pipi” García comprobé que no era moco’e pavo el tema de la “altura”. El dolor permanente de cabeza, por más té de coca o trimate que uno consuma sin cesar, significa una molestia constante. La agitación que se produce con sólo caminar, por más pastillas de “sorochopil” que uno consuma, generan un cansancio que se agudiza transitando por las calles en subidas y bajadas de La Paz. Porque hasta el motivo geográfico conforma escenografías y alturas diferentes en la misma ciudad. El avión llega al aeropuerto de El Alto, pleno altiplano, una inmensa zona plana, chata que se extiende hacia las estribaciones de la Cordillera de los Andes, con el mágico lago Titicaca en el medio. El lago “que una orilla tiene un olor bárbaro”, chiste que hacían en los tablados el dúo “Yo quiero dormir con mama”, en tiempos donde estaba prohibido decir malas palabras en público porque venía la policía y te llevaba preso. ¡Sí, no es broma! En aquellos carnavales de antaño, Roberto Capablanca, un porteño que con su hermano tenían otro dúo que competía en el “Concurso de Agrupaciones Carnavalescas”, terminaba todas las noches guardado en el calabozo, porque los policías revisaban la nómina de los tablados donde actuaban y allí lo esperaban. A la primera “palabrota” –como se decía-, lo sacaban del jopo y lo guardaban. ¡Qué tiempos comparados con lo de hoy!
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Y ya que hablamos de las cosas primeras de la historia personal de cada ser humano, que son las que no se olvidan -¿no me digas que te olvidaste de la primera vez que tuviste sexo?-, vaya un recuerdo personal de la que fue una de las iniciales coberturas que realicé en mi trayectoria periodística. La No. 1, la “first”, la desplegué enviado por “El Debate” a la final de vuelta de la Copa Libertadores, la segunda de entonces, en la cancha de tablones de La Plata, entre Estudiantes y Palmeiras en 1968. La segunda, al año siguiente cuando Nacional y los mismos “pincharratas” disputaron el primer cotejo de la decisión del trofeo en 1969. Integraba el equipo de CX 8 Radio Sarandí con Carlos Solé. Viajé con Don Carlos, el comentarista Jorge Bazzani y Norberto Mazza que realizaba la locución comercial. En un ómnibus que colocó Estudiantes para trasladar a la prensa uruguaya desde Buenos Aires a La Plata, compartí el asiento con otro botija como yo, también lleno de ilusiones, fanático seguidor de Solé, que ocupaba un asiento al lado del nuestro. Era Alberto Kesman, que había iniciado su trayectoria como relator en CX 10 Radio Ariel. Hoy, 46 años después, acá estoy en mi butaca del avión que me lleva, una vez más a la altura de La Paz donde lo muchachos uruguayos desplegarán el jueves el esfuerzo “sobrehumano” al que aludía Enrique Fernández en 1961. Y en la otra fila de asientos, allí va Alberto, charlando con Federico Buysan. ¡Han transcurrido 46 años! ¡Cosas de la vida! ¡Cosas chicas para el mundo pero grandes para mí! Especialmente, cuando te das cuenta que el tiempo se escurrió como agua entre los dedos y el sol de la vida, que en aquel entonces veíamos adelante y reluciente, hoy está a nuestra espalda. Salute, como cerraba sus crónicas el troesma Diego Lucero. Mañana la seguimos.