Crónica (10): Tres enviados de tenfield.com evitaron ser robados y… ¿la muerte?
Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales)
El pasado jueves 19 de junio de 2014, fecha patria por el natalicio del Gral. José Artigas, ingresó en el santoral del glorioso fútbol uruguayo como la tarde-noche de la consagración de Luis Suárez, como Rey de Inglaterra. Ese día junto con el “Gallego” González y “Chelo” Ruíz Díaz, ingresamos a la Sala de Prensa de la Arena Cortinthians, en San Pablo, a las 9.30 horas. Después de la locura por el triunfo que parecía imposible -¿existe algo imposible para el milagroso fútbol uruguayo a ésta altura?-, acometimos la tarea de “colgar” todo el material en la web. Debatimos con el “Gallego” por el título y la fotografía principal de la portada. Mientras continuábamos “subiendo” materiales, a las 21.00 horas nos agarró el cierre de la Sala de Prensa. Acomodamos los bártulos en la bolsa, esperamos que “Chelo” terminara de enviar por el FireZille (¿viste que suena papusa y no chapás un joraca de que se trata?), los materiales para “Cámara Celeste” y las 21.25 salimos los tres, a patacón por cuadra, hasta la puerta de ingreso de la “Imprensa”, donde tenía que estar esperándonos la camioneta que, exactamente, doce horas antes nos había dejado allí. Es el mismo lugar a dónde llegan y parten los ómnibus que la FIFA pone al servicio de los periodistas, con un recorrido fijo por los hoteles que ella alquila, también, para su personal. Previamente, un par de horas antes, el vehículo recogió también en ese lugar a Fiorella Gutiérrez, encargada de la producción de VTV, Andrés Larrosa, Juan Carlos Scelza y Martín Latallada, para llevarlos hasta el hotel. Cuándo ellos se fueron, Fiorella explicó que…
-“Vamos primero nosotros y mandamos la camioneta de vuelta para que venga a buscarlos a las nueve de la noche”. Okey. “Tudo providenciado”, como “falam” los bayanos.
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A las 21.35, cuando llegamos al punto de encuentro pactado, dónde debería estar la camioneta, ella brillaba por su ausencia. En cambio, tres ómnibus de FIFA allí se encontraban cargando a lo rezagados. Los últimos que abandonaban el estadio de Itaquera.
–“Vo’mirá, vamos en estos bondis que son los últimos”, gritó el “Gallego” al verlos.
Ante la duda de si su recorrido nos servía, me dirigí hacia donde se encontraba estacionado el primero de los tres, para averiguar su destino.
-“Ete ónimbus vai pra l’Hotel Pullman”, le dije en mi “portuñol” a una sonriente brasileña, funcionaria de la FIFA, encargada de dar la orden de larga.
-“No va pra ahí, pero pode deixar perto, en la rua Paulista y voces pegan un taxi. Vai a sair más barato”, respondió.
Era la solución. Retorné donde aguardaban los compañeros. Les informé del estado de situación. El “Gallego” se embaló con la idea. Lo apoye. Con más de cuarenta y pico de años de andar yirando por el mundo, estas situaciones ya las vivimos y conocíamos la mejor solución. Pero…
-“No vo’es un cagada. Vamo’a dejar clavado al tipo de la camioneta que debe estar por llegar. Toy seguro que Fio lo mandó”, dijo “Chelo”, desde su juventud, gran botija, que labura como un buey todo el día.
Cascoteados por el paso de los años, cansados de que nos acusen de hacer lo que se nos canta, en una parcería que arrancó allá por 1993 en la Copa América de Ecuador, el “Gallego” y yo, hicimos molde.
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El frío apretaba y el termómetro bajaba mientras los tres esperábamos el retorno de la camioneta. El “Gallego” y “Chelo” parecían mulas de carga, con los bolsos llenos de máquinas de fotografías, laptos, cámara de filmación. Yo con el portafolio que hace más de siete años me regaló Jorge Rowinski en Miami, cuando fuimos a comprar una compu. En eso pasa al lado nuestro la sonriente brasileña, acompañada de otro funcionario. Nos vio a los tres y nos tiró la última cuerda:
–“Ta certo que vocés no pegan ónibus”, dijo
-“Ta certo”, respondimos los tres a coro.
Volví a mirar el reloj a las 22.10 horas. Criteriosamente, a “Chelo” se le ocurrió llamar por teléfono a Fiorella. Habló.
-“Dice que le dijo al chofer de la camioneta que volviera a buscarnos. Debe estar por llegar”, nos comentó.
-“¿Por qué no le preguntaste a qué hora lo mandó?”, gritó el “Gallego” carcomido por la ansiedad, mientras blasfemaba por el frío y el hambre que tenía. Continuamos esperando. Las agujas del reloj corrían. El frío aumentaba. Mi gripe me destruía a pesar que levanté el cierre del cuello de la campera de lana y me tapé la cara hasta la altura de los ojos.
–“¡Dale, llamá a Fiorella, preguntále algo, que te pase el número de teléfono del chofer pa’saber dónde está!”, explotó el “Gallego” mientras se paseaba con las dos manos en los bolsillos del pantalón amarillo de la cábala, dando círculos en torno al cajón donde lleva el lente gigante, las mochilas con las otras máquinas de fotos, el bolso con la “Cámara Celeste” y el mío.
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-“Dice Fio que nos pasa el teléfono del chofer por mensaje de texto”, informó “Chelo” después de cumplir el pedido del “Gallego”.
Comenzamos a llamar a través de la única vía de contacto celular que teníamos. El mío, un Samsung chiquito de los que vende Antel con contrato de $ 500 por mes, con el cual me defiendo como gato entre la leña para hablar con la redacción de tenfield.com, pero con el que no logré entrar en contacto con ningún número de Brasil. Comencé a intentar la comunicación. Probamos de todas formas, con todas las combinaciones y… ¡nada! Siempre salía la voz de la operadora con el mismo mensaje: “o número que vocé ligó, nou existe”. Seguíamos realizando intentos de todas las formas y, estando en esa tarea, pasan al lado nuestro, cinco efectivos de la policía que terminaron de trabajar y se iban para sus casas.
-“Dale Atilio, vos que hablás, preguntáles a los milicos como se disca”.
Acaté la orden del “Gallego”, comenzaron a dictarnos diversas formas de discado y… ¡Nada! El mismo mensaje de la operadora. En esa instancia se generó un debate entre los policías. Uno preguntaba si mi celular tenía “romming” internacional. Le dije que sí. Tiró otra solución y… ¡Nada! Al final el “Gallego” en una especie de traba lengua en “portuñol” convenció al policía más grandote que se tomó el tema en serio y comenzó el intento de hablar con su celular, con el chofer de la camioneta para que dijera por dónde venía y cuánto demoraba. Discó. El teléfono sonó, sonó y… ¡nada! Un compañero le preguntó si “ligaba” a un celular. Le respondió que no, que era a la oficina y que estaba cerrado. Aquello era una confusión total, lo que ambientó la toma de una decisión por parte de nosotros tres: “Vamos a tomar un taxi”. En ese instante el policía que continuaba discando sin éxito, consiguió hablar con alguien que lo atendió en el número. Habló. Cortó y nos dijo que él había guardado la camioneta en el garaje, que no podía venir a recogernos. Okey. Le agradecimos a los policías y salimos caminando hacia abajo. Allá a la distancia, a unos 300 metros, parados frente a una de las puertas del estadio de Itaquera, se divisaban cinco o seis taxis, pintados de blanco, en fila. Habíamos caminado unos 30 metros cuando retorna corriendo el policía más grande, muy afectuoso, sonriendo. Pensé que era portador de la buena noticia que estábamos esperando: que el chofer de la camioneta que se contrató y a cuyo chofer le habían pagado, nos venía a buscar. Nos equivocamos…
-“O senhor me ligó. Dixo que el donho da empresa le ordenó guardar el carro no garage, que a manha arreglará o asunto de pagamento o coisa asim”.
Miré nuevamente el reloj. Marcaba las 22.50. Casi una hora estuvimos allí, después de trabajar 12 horas seguidas en la Sala de Prensa, bajo un frío que crecía, esperando una camioneta que no vino nunca. Pero esto no fue nada, comparado con lo que nos esperaba. Salute.
(Mañana, segunda y última parte)
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