Como en el boxeo, Peñarol ganó por puntos
“Clásico” jugado con gran intensidad por parte de los dos equipos. Con rachas de buen fútbol y mucha dinámica. También con algunas imperfecciones de “primer año” por parte de los futbolistas. A pesar del cero no faltó la emoción y las jugadas de peligro en los dos arcos.
El fútbol refleja siempre los estados emocionales. Peñarol llegó al “clásico” jugando a ritmo de máquina y haciendo realidad el anhelo de la perfección de las tres “g”; ganar, golear y gustar. Nacional era la contracara. Luego de un comienzo promisorio en el torneo, el equipo se vino al suelo demostrando su total “recobadependencia”. Cuando el jugador no estuvo en la cancha, no sólo decayó sensiblemente el nivel de juego sino que, además, perdió los dos partidos previos.
Con este panorama previo y con esta cara y cruz bien definida, los dos equipos y sus parcialidades llegaron al domingo esperado. La escenografía que viví en las horas previas recorriendo los alrededores del Estadio Centenario, reflejaba ese estado de ánimo. Los hinchas de Peñarol se abarrotaron delante de las puertas de acceso, haciendo cola, mucho tiempo antes que se librara el acceso a las tribunas destinadas a la parcialidad mirasol. Los de Nacional, en cambio, no sólo fueron llegando paulatinamente sino que, además, dejaron 1.500 entradas de la Tribuna América y varios cientos de la Tribuna Colombes, sin ser adquiridas en las boleterías.
PRIMER TIEMPO TOTALMENTE AURINEGRO
Esa “sensación térmica” se hizo realidad durante el partido preliminar de 3era. división que terminó con goleada contundente de Peñarol y una reacción de bronca por el contraste, de los jugadores de Nacional, que desembocó en un final con los futbolistas tomándose a golpes de puño, mientras la policía procuraba separarlos sin recurrir a la debida severidad. Una vergüenza.
Los jóvenes aurinegros de la 3era. festejaron como si hubieran conquistado la final de la Copa del Mundo. Se tomaron fotografías frente al arco de la Ámsterdam, mientras los hinchas aurinegros que fácilmente duplicaban a los tricolores en las tribunas, daban rienda suelta a su alegría con un festejo desmedido.
Ese clima festivo y de jolgorio, así como la mochila del pasado inmediato que cargaban los primeros equipos de Peñarol y Nacional, se puso en evidencia en el mismo momento que se dio el puntapié inicial. Peñarol se plantó como dominador total. Fue suyo el dominio de la cancha, la pelota y todas las acciones peligrosas que generó en esa etapa inicial.
Con Grossmuller jugando a gran nivel, marcando, quitando y apoyando muy bien la pelota; con Zalayeta incontrolable “haciendo jugar” a sus compañeros; con Estoyanoff imparable por su velocidad de raya; con Zambrana fijo en la zurda abriendo la cancha y con Olivera que no llegaba a su gran nivel, de todos modos el ataque aurinegro tenía todos los puntos de contacto con el de los últimos cotejos donde logró las tres “g”.
El muro que Nacional intentó armar en la mitad de la cancha con tres tractores (Damonte, Calzada y el botija Romero), estaba muy lejos de poder contener las aguas del buen fútbol que generaba Peñarol. Tampoco atrás, ninguno de los integrantes de la línea de cuatro final, oponía resistencia eficaz. Como la consigna con la que los tricolores salieron al terreno priorizaba aquello tan viejo de “pasa la pelota pero no el jugador”, en las tres primeras incidencias donde volantes y defensas fueron superados, apareció la violencia de las infracciones duras y fuertes para impedir que Peñarol llegara al gol.
Abiertamente superado, Nacional solo pudo capear el temporal gracias a las acertadas intervenciones del golero Bava y la falta de puntería en el remate final, para culminar las lujosas maniobras ofensivas que bordó el equipo de Peñarol en la cancha. Atrás, también los aurinegros se mostraron firmes con Novick apuntalando acertadamente desde el medio al ataque y la seguridad expuesta por Darío Rodríguez y sus compañeros de línea final, desbaratando sin problemas los tímidos dos o tres intentos aislados que pudo hilvanar Nacional.
UN SEGUNDO TIEMPO MAYORITARIAMENTE ALBO
Dante Panzeri definió magistralmente un partido de fútbol. Afirmó que es “la dinámica de lo impensado”. Y agregaba que en la cancha un “equipo desarrolla lo que puede y logra hacer lo que el rival le permite”.
Resultaba obvio que en el primer tiempo Peñarol vio favorecido su accionar a gran ritmo, con combinaciones hilvanadas como si la pelota fuera una aguja que fue tejiendo las jugadas con la pelota a ras del suelo, por una actitud excesivamente conservadora de su oponente. Nacional dio la impresión, en esa porción inicial del partido, de una autoconvencida inferioridad. Sin embargo, en el segundo tiempo –sin haber modificado su integración–, todos sus componentes aparecieron con otra disposición anímica y futbolística, exhibieron un diferente espíritu de lucha y adelantaron sus líneas muy retrasadas para “sacar” al equipo del fondo, del último cuarto de cancha, donde se había replegado.
Y aquí viene otra vez Panzeri y sus definiciones. El gran juego y el fuerte ritmo que Peñarol imprimió a la lucha en la etapa inicial –favorecido por la actitud de su oponente–, no podía ser mantenido físicamente en el complemento. Alcanzó que Nacional planteara pelea, que Damonte comenzara a tomar mayor contacto con la pelota; que el joven Romero dispusiera de mayores espacios y que Recoba recibiera el esférico con libertad para maniobrar, para que las acciones se nivelaran.
Darío Rodríguez hizo retroceder a su línea final guareciéndose en la puerta del área; Olivera, Zambrana y Estoyanoff quedaron “allá arriba” y Zalayeta de “enganche” comenzó a naufragar en un mar de camisetas blancas. Grossmuller bajó sensiblemente su nivel dando la impresión de no apoyar su sensibilidad futbolística en un gran estado atlético. Novick se convirtió en “El llanero solitario” peleando ahora sin acertar en la mitad de la cancha. En suma, Peñarol “se achorizó”, quedó extendido en el campo y sin rumbo.
Nació así el mejor momento de Nacional. Luna se perdió el gol de la misma forma que antes Zambrana remató sólo estrellando la pelota en el horizontal. Recoba dejó “el alma” en un remate que el golero Lerda tapó magistralmente. Hubo un reclamo de penal no cobrado en una incidencia donde el nivel protagónico lo tuvo Luna y, cuando daba la impresión que toda la segunda etapa se teñía del color albo de los nacionales, “el arte del imprevisto” se hizo presente y Peñarol casi se lleva el partido. Un gran remate de Zalayeta pegó en el palo y otra vez Bava, jugándose la ropa ante Estoyanoff en posición inmejorable, impidió que los aurinegros ganaran la contienda.
CONCLUSIONES FINALES
Los dos se fueron con bronca del Estadio Centenario. Los peñarolenses porque no ganaron. Los tricolores peleados con toda la prensa porque los daban por muertos.
En la frialdad de los números Peñarol mantiene el liderazgo del torneo con cuatro puntos de ventaja sobre Nacional y a dos de Defensor Sporting y El Tanque Sisley.
Para la pasión del hincha, el empate es fracaso para los aurinegros que no supieron concretar en goles la superioridad que lograron en la primera etapa y, a su vez, es conquista de los tricolores que con las exclusivas armas de la lucha, el combate y la fuerza anímica, impidieron que los aurinegros siguieran aferrado a las tres “g”.
En síntesis, fue un empate en el cual Peñarol ganó “por puntos” como se estila en el boxeo. Un empate que Nacional logró con esfuerzo y sacrificio, dejándole en la boca un suave gustito a triunfo…