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Cómo cambian los tiempos





10 agosto, 2017
Columnistas Pelota al medio

Ayer concurrí a una reunión en una productora ubicada en la calle Capitán Vidiella y avenida Francisco Soca. Como es mi costumbre llegué diez minutos antes de la hora pactada. Estacioné el vehículo en Brito del Pino, una de las arterias que con las dos nombradas precedentemente, encierran a la plazuela Gustavo Volpe. Mientras aguardaba la hora exacta para asistir al encuentro, tomé asiento en uno de los bancos de ese pequeño y muy bien cuidado espacio público y observé el cartel indicador donde luce el nombre de la misma. Mi mente me llevó a los años de la niñez e interiormente surgió una interrogante. ¿Cuántos orientales en la actualidad tienen alguna idea de quién fue en vida la persona a quién recuerda ese lugar? Creo que los jóvenes de hoy no tienen la más mínima idea de la trayectoria de la figura que se homenajea en la Plazuela. De sus contemporáneos y antepasados, creo que son pocos los que pueden recordarlo. Muy pocos.

Conocí su historia siendo niño por el impacto que causó el episodio del que fue protagonista. Pocos años después cuando defendí la camiseta de Stockolmo en atletismo, la narración del Prof. Longo conmovía. Había sido entrenador de Volpe en el lanzamiento de la bala, en cuyas pruebas se consagró varias veces Campeón Nacional. Corresponde aclarar que por aquel entonces el nombre del club con sede en el Prado se escribía de esa forma y en el centro del pecho de la camisa azul lucía el escudo que encerraba una S blanca.

Gustavo Volpe era un joven veinteañero de un hogar típico de aquella fuerte clase media del Uruguay de la post segunda guerra mundial. Su padre –Orestes- había sido un destacado deportista recibido posteriormente de profesor de Educación Física en el ISEF que funcionaba en la pista de atletismo del parque Batlle. Junto a su esposa de similar profesión trabajaban en la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ). Hijo único destinaron sus esfuerzos para que Gustavo se educara en el Crandon, cursando preparatorios –los actuales grados quinto y sexto de liceo- en el instituto Alfredo Vásquez Acevedo, único lugar donde se desarrollaban esos estudios considerados de nivel superior, preámbulo del pasaje a las facultades para “seguir una carrera”. Excelente alumno continuó sus estudios de medicina dando continuidad a la pasión deportiva de su padre defendiendo los colores de Stockolmo, cuya pista de atletismo propia se encontraba junto al club, en el Prado, al costado del cuartel. A raíz de su actividad en la facultad de medicina próxima al Palacio Legislativo, Volpe desarrollaba sus entrenamientos en la pista de atletismo del parque Batlle.

“El 21 de diciembre de 1954 los padres de Volpe se encontraban dirigiendo el campamento de Piriápolis de la ACJ y esperando a su hijo que se encontraría con ellos luego de rendir un examen en Montevideo. Como era de esperar, Gustavo aprobó el examen con una nota excepcional, demostrando que no en vano había sido distinguido en dos oportunidades con el premio Ariel por su calidad de estudiante.
En la tarde de ese día próximo a la Navidad, el joven atleta concurrió a la Pista de Atletismo para realizar ejercicios y despedirse de sus compañeros. El deporte era su única distracción (…) Cerca de las 20 horas abandonó la pista y se dirigió a lo de un tío, donde había dejado su equipaje para partir rumbo a Piriápolis.
Más o menos a la misma hora, Juan Sabiela Socalki, subía al ómnibus 162 de regreso a su casa. El trabajador, un artesano polaco de 44 años, casado y residente en Villa Muñoz, venia de cobrar un dinero el cual guardó en su billetera y colocó en un bolsillo del pantalón.

El ómnibus iba lleno, por lo que Socalki decidió permanecer en la plataforma con varias personas más.  Al llegar a la esquina de Sierra (hoy Fernández Crespo) y 9 de Abril, el pasajero sintió que una mano se introducía en su bolsillo. Al palparse el pantalón  percibió que ya no tenía la billetera e inmediatamente comenzó a gritar. En el mismo momento vio como un hombre, empujando a los pasajeros, se lanzaba del coche. Socalki se lanzó tras él. 

La persecución se desarrolló por la calle 9 de Abril pero con la intervención de un tercer protagonista: detrás de Socalki corría el cómplice del ladrón, un hombre de color, armado de un puñal. Gustavo se dirigía a la calle Gaboto donde estaba la casa de su tío, cuando de repente se tropezó con el autor del  robo. Enseguida captó la situación y apresó al hombre por la cintura. Ambos forcejearon hasta que llegó Socalki para ayudar al joven. Pero ni Gustavo ni Socalki advirtieron la presencia fatal del cómplice. El delincuente lanzó varios ataques con su arma y su acierto fue determinante: el puñal se introdujo en el pecho de Gustavo y lo hirió en el corazón. El joven tuvo que soltar al ladrón que huyó por la calle La Paz y el asesino corrió perseguido por Socalki.

Gustavo se reincorporó, pero volvió a caer, tras lo cual fue socorrido por un mecánico que se encontraba en su taller. A pesar de que fue trasladado rápidamente al centro de Asistencia Pública, nada pudieron hacer por él, el joven murió. Mientras tanto el ladrón Ruben López de 21 años fue apresado por dos  personas que lo persiguieron en un auto.

El asesino Ricardo Leiva, logró escapar de Socalki pero fue capturado por la policía en la madrugada. El 21 de diciembre de 1954, sería el último día de vida de Gustavo Volpe, cuyos restos fueron inhumados dos días después en el Cementerio Británico.  Numeroso público integró el cortejo, entre ellos las autoridades de la Comisión Nacional de Educación Física de la ACJ, de la Facultad de Medicina, estudiantes,  atletas de varias instituciones, altos funcionarios de la Jefatura de Policía.
Pero lo que evidenció que todo el pueblo uruguayo fue conmovido por el suceso fue que centenares de personas acompañaron a Gustavo a su descanso definitivo”.1

La detallada descripción del trágico suceso hoy sería una simple noticia más, en un mundo donde estos dramáticos episodios de antaño son moneda corriente, pan de todos los días en el menú noticioso. En aquel tiempo –lo revive mi mente de niño por los comentarios de mis padres- resultaban un impacto porque la sociedad no estaba acostumbrada a ellos. Ocurrían muy de tanto en tanto y ganaban amplios espacios en el periodismo con repercusiones que se mantenían durante semanas y meses. En la actualidad estas informaciones son flor de un día. Nacen y mueren inmediatamente, tapadas por otras que se suceden en catarata interminable sin fin.

Existe otra clara diferencia entre los tiempos sobre el final de historias similares. En aquel año 1954 “el asesino logró escapar siendo detenido en la madrugada por la policía”.

(1)  http://www.volpe.org.uy/index.php/articulos/15-el-caso-del-heroico-estudiante-ocurrido-hace-59-anos