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¡Chau Loco! Más allá de las 140 del “tuit”




Luis Garisto


23 noviembre, 2017
Columnistas Pelota al medio

 

Peñarol 1974. Arriba, desde la izquierda, Mario Soryez, Carlos Peruena, Walter Corbo, Nelson Acosta, Luis Garisto y Mario González. Abajo, Daniel Quevedo, Lorenzo Unánue, Fernando Morena, Ramón Silva y José Pepe Cruz.

Apenas tres palabras aparecieron en la pantalla del celular cuando abrí el teléfono, el martes al llegar a Santiago de Chile. “Murió Luis Garisto”. Así de simple y directo en este mundo que transcurre en la inmediatez del límite de las 140 palabras que te permite el “tuit”, el mensaje enviado por Hebert Revetria golpeaba la historia del fútbol uruguayo triunfador en el campo internacional. Hoy, jueves, recorrí a través de la web la difusión de la infausta noticia. La sorpresa abofeteó mi espíritu al comprobar -una vez más-, la flaqueza sin sustancia de la información que fluye continua y a borbotones en “la nube” que se mete en la pantalla de la computadora, en la chorrera de notas que como chorizos en hilera atados por el hilo, se presentan desde Wikipedia hacia abajo, en las más de diez pantallas  que se descuelgan con sólo escribir en el buscador el nombre del Loco Garisto.

Todas esas notitas, con pequeños matices sintetizan con pocas palabras la misma información estadística de su trayectoria en la cancha vistiendo pantalón corto y, luego, desde un costado en el desarrollo de la tarea de entrenador. También agregan los títulos que logró y en los cuáles participó como protagonista. Y punto. Este es el mundo de hoy en el que vivimos, donde el rasero de la noticia equipara e iguala hacia abajo utilizando pocas palabras porque “la gente no lee”, según la definitiva opinión de los gurúes de la computación. Y en un mundo donde “la gente no lee”, ¿hacia dónde va el mundo?, me gustaría preguntar.

El Loco Garisto fue loco desde botija. Nacido el 3 de diciembre de 1943 en una familia futbolera en las inmediaciones de aquel barrio Jacinto Vera, cuando era una de las zonas emblemáticas de Montevideo, con el café Uruguayo como buque insignia en la Avda. Garibaldi esquina con Vilardebó, unas cuadras antes de la Escuela Militar, sobresalió de chico en los partidos tradicionales de barrio contra barrio.  En ellos llegó a jugar junto con dos de sus tíos que habían alcanzado fama en el fútbol de la década del cuarenta. Carlos Pan, famoso centro delantero de Sud América y bochador del Universal, y Birulo, wing derecho de Peñarol. Ocupando el puesto de back,  Garisto desde ese momento fue Loco para siempre, por la forma como “metía la pata” sin medir el peligro al trancar con gente más grande que él en edad y experiencia. Fue Loco por el arrojo que exhibió al que sumó un coraje indomable para empujar desde atrás a los equipos cuya camiseta vistió.

Los Pan lo llevaron a Sud América, el club del barrio donde tallaba fuerte Roque Santucci, un personaje de aquella época lírica del fútbol alejado del fulero mercantilismo de hoy en día. Era la época donde las instituciones tenían “cónsules” encargados de relojear valores para llevarlos al club sin ningún tipo de remuneración. Santucci fue varias veces presidente de Sud América y desempeñaba el honorífico cargo de cónsul de Independiente en Montevideo. Siete años de buenas actuaciones con la camiseta de la IASA en el pecho -1962/1969- resultaron el pasaporte para que el Loco cruzara el río y cambiara el color naranja de los buzones por el rojo del club de Avellaneda. En esa institución donde los uruguayos son respetados desde el comienzo del profesionalismo en Argentina (1931) por haber integrado una célebre línea media con Ferrou, Corazo y Armiñana (los dos primeros pasaron de Sud América a Independiente y el otro de Central), transcurrieron cuatro años muy buenos del Loco Garisto. La fuerza de su fútbol, la potencia para disputar ante el adversario cada pelota como si fuera la última, resultaron un respaldo para el talento y la magia de Ricardo Bochini.

El retorno al pago en 1974 para vestir los colores aurinegros hasta 1975, encontró al Loco en el momento del arranque de la espectacular trayectoria de Fernando Morena con Hugo Bagnulo como entrenador. Una anécdota de aquel tiempo en la Copa Libertadores de 1974 quedará por siempre en el recuerdo. En las semifinales se enfrentaban Peñarol e Independiente, cuyos defensores el Loco los conocía de memoria. Reunidos en círculo los jugadores aurinegros en torno a El Hugo, la nerviosa voz de Bagnulo advertía sobre la forma de marcar al imparable Bochini.

-“Muchachos, cuando el petizo (Bochini) agarre la pelota le sale Ramón (Silva), lo marca y si no se la puede sacar, lo llevar cuerpeándolo hasta la zona de Luis (Garisto) y se lo entrega. Y a vos, Luis -le decía Bagnulo señalándolo con el dedo-, ¡No te puede pasar! ¿Me entendiste?”

Bagnulo continuaba la charla, agregaba algunas otras indicaciones y volvía a repetir las órdenes para Ramón Silva y Garisto.

-“Muchachos, cuando el petizo (Bochini) agarre la pelota le sale Ramón (Silva), lo marca y si no se la puede sacar, lo llevar cuerpeándolo hasta la zona de Luis (Garisto) y se lo entrega. Y a vos, Luis, ¡No te puede pasar! ¿Me entendiste?”

Una vez y otra también Bagnulo repetía lo mismo sin que ningún jugador interrumpiera. Hasta que el Loco, siempre ocurrente y con la carpeta que le daban los años, hizo una pregunta en voz alta.

-“¡Hugo! ¿Y si el petizo (Bochini) se me va?”

Bagnulo lo miró con cara de sorpresa y bronca. Abrió los brazos y con voz suave, como la de un cura en la misa, le dijo:

-“Luisito no podés hacerse esa pregunta. Vos sabés lo que hay que hacer si te pasa. Como dice el tango: sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando…”

La explosión de risa puso fin a la seriedad de la charla técnica.

El Loco Garisto integró la selección de Uruguay en la Copa del Mundo de 1974, disputada en Alemania Federal. De esa etapa quedó el golpe de Estado que encabezó  junto a los otros jugadores mayores del plantel (Cubilla, Montero Castillo y Masnik) quienes comenzaron a dirigir el equipo al advertir el rumbo de conducción inadecuado del técnico Roberto Porta. El episodio ocurrido en las semanas previas al mundial en Italia quedó documentado en la cámara de Fernando Di Lorenzo enviado especial de La Mañana y El Diario.

Después, con 33 años, fiel a su espíritu aventurero, el Loco inició un desafió que parecía otra locura. En la zona desértica del norte de Chile, allá arriba en lo alto del mapa, las empresas que explotaban el cobre formaron un club de fútbol –el Cobreloa-, que comenzó a competir en el profesionalismo de ese país. Y allá lejos, con el panorama a cielo abierto de la mina, la altura y el calor, el Loco volvió a triunfar apoyado en su experiencia que sirvió de mucho para que el equipo llegara a la primera división.

Su trayectoria posterior como director técnico en Uruguay, Argentina, Chile y México lo mantuvo activo hasta el 2009, contando con el amor invalorable de Blanquita, su fiel compañera de siempre y apoyo trascendente en la dura etapa del final de sus días.

Esta despedida no resultaría completa si no dejo constancia de un tema y emprendimiento al que ningún gobierno de nuestro brindó el apoyo que Luis Garisto y Blanquita merecían. La pareja son propietarios de la casa donde vivió y murió Gerardo Hernán Mattos Rodríguez. En la cortita calle Nueva York, atrás del antiguamente famoso conventillo que existía –donde nació mi padre-, Luis y Blanca montaron una tanguería de jerarquía y belleza sin par. La pusieron en marcha. Los números en rojos eran inevitables. Resistieron. Golpearon las puertas durante años para que, un país que se jacta de ser la tierra donde nació quien escribió el himno de los tangos, se solventara el mantenimiento de ese baluarte a través de exoneraciones de diferentes tributos municipales y nacionales. Nunca llegó el apoyo. El cierre del local, al igual que el de La Cumparsita en la calle Carlos Gardel –del que también son dueños-, marcó el final de una época que dejó a Montevideo sin lugares que nunca debieron entornar sus puertas. Salute.