Carta pal Cumba
La historia sólo registra dos clubes fundados por niños que hayan llegado a la Primera Divisional Profesional, con algunos de sus fundadores jugando en su equipo. San Lorenzo en Argentina y Danubio en Uruguay.
Danubio nació como el cuadro de los botijas de la Curva de Maroñas en 1932. Desde la liga del barrio llegó a Campeón de la Extra (1942), La Intermedia (1943), la B (1947), a ganarle a Peñarol (1948), a Boca (1950) y ser vicecampeón uruguayo (1954), Campeón Uruguayo (1988, 2004 y 2006-07) y semifinalista de la Libertadores (1989).
La carta que da título a esta columna la envió a Colombia Armando Olivera, que fundó Danubio, junto con los Lazzaroff, Soria y otros gurises de La Curva, con la camiseta de Wanderers, porque el señor que compró diez números de la rifa fundacional para comprar las camisetas (Alcides Olivera) era hincha de Wanderers (Tetracampeón en 1931, último Campeón de entonces) y les puso como condición que los colores tenían que ser negro y blanco a rayas verticales –luego, cuando entró Danubio a la Asociación Uruguaya de Fútbol, le hicieron cambiar la camiseta, para diferenciarla de la de Wanderers, y adoptaron la de la franja negra cruzada sobre blanco–.
Armando Olivera es el único caso de que alguien funde un cuadro con otros chiquilines y se retire jugando de titular en Primera División por el mismo cuadro.
Danubio siempre fue un cuadro con predominio de juveniles. Después con Urbanito Rivera, Cumba Burgueño, Romerito, bajo la batuta del maestro Lazzatti, luego los juveniles de Bentacur: Duque, Rivero, Yeye Alaguich, Daniel Martínez, después Chico Moreira, Ruben Sosa, luego con “los pibes de Walt Disney”: Pompa Borges, Polillita Da Silva, Ruben Pereira y últimamente Recoba, Zalayeta, Richard Núñez, Carini, Chevantón, el Pollo Olivera, Bolita Lima, Teca Gaglianone, Pato Sosa, Diego Perrone, Nacho Risso, Edison Cavani, Walter Gargano, Nacho González, Salgueiro, Carlos Grossmüller, Stuani, entre tantos otros.
Urbano Rivera, el que me contó esta historia, jugó de jas derecho en Danubio hasta el año 56, habiendo suplantado a su hermano Zoilo Marcelino Rivera, que jugaba desde las ligas de barrio en los años 30. Así que Danubio tuvo durante veinte años a un Rivera de jas derecho. Urbano contaba que el primer año que subieron a A, en el 48, le ganaron a Peñarol dos a uno en el estadio, cuando estaba Galloway de técnico de Peñarol, con goles de Walter Britos y, precisamente, Armando Olivera.
“Los viajes largos en ómnibus se nos hacían cortitos, porque el Cumba Burgueño nunca terminaba de hacer chistes, siempre tenía una salida pronta, una chispa bárbara. Pero también le hacían bromas a él. Una vez, estábamos en Medellín, después de una gira de noventa y tres días por Colombia, en el año 55, y llega una carta para Juan Burgueño. Todos nos sorprendimos porque el Cumba era analfabeto. Todos recibíamos cartas, pero él nunca. Así que nos sorprendió. ¿Quién le iba a mandar una carta? Era de Armandito Olivera, que inauguró el club y terminó jugando en primera y lo inició al Cumba en el club. El negro la abre, contentísimo el negro, nunca nadie le había escrito a Juan. Y cuando abre el sobre y la saca, era un papel todo en blanco y abajo la firma de Armando Olivera. ¿Para qué le iba a escribir si no sabía leer?”.
Me acordé ahora de esta historia, porque desde que me la contó don Urbano –quien quedó de encargado de la cantina de Danubio cuando se retiró como jugador–, pensé en la manera cómplice, cariñosa y divertida que encontró Olivera de que también al negro le llegase una carta y, en cambio, en estos días leí en las redes a unos cuantos uruguayos morderse los labios parafraseando a Edmundo Rivero. “…y ahora hasta tenés Casa de la Cultura ‘Afrouruguaya’, ¡Las cosas que hay que aguantar!”