Carta abierta a Oscar Tabárez
La Paz, 8 de octubre de 2015.
Estimado Oscar:
Elegí como comentario final del histórico partido que Uruguay termina de ganar en el infierno de la altura de La Paz, escribirle esta carta. Sabemos del largo conocimiento que ambos hemos transitado civilizada, respetuosa y cordialmente, más allá de las siempre diferencias de pensamientos que existe entre los seres humanos. He recibido de Vd. el mayor elogio del que todo periodista debe sentirse orgulloso. No lo revelaré, porque es un secreto guardado -al menos para mí- en un cofre de siete llaves. Nunca traicionaré el silencio. A su vez, conociendo de manera amplia su trayectoria humana, fútbolística primero, como entrenador después y especialmente su tránsito por la vida, creo que su actitud ante cada episodio por los que ha transcurrido, compone el símbolo perfecto de una frase de Steve Jobs: “A veces la vida te pegará en la cabeza con un ladrillo. Pero no pierdas la fé”.
El motivo de esta carta encierra algunos puntos fundamentales.
El primero, en mi carácter de investigador e historiador del fútbol uruguayo, quiero agradecerle haber logrado el milagro -Vd. sabe que soy creyente- de haber vencido al calvario que es jugar en la altura. Estoy emocionado por haber sido testigo de esta hazaña que parecía imposible. Una más, de las muchas que ha conseguido el milagroso fútbol uruguayo a los largo de 115 años de historia.
En segundo término, explicaré a los cibernautas, lo mucho que Vd. tuvo que ver en este triunfo. Por supuesto que Vd. y yo sabemos muy bien, que el valor de los jugadores siempre es primario y el fundamental. El jugador es el que decide los partidos. No los entrenadores. Sin embargo, el conductor del grupo, de acuerdo a su desenvolvimiento, es el que permite y pone a disposición de los futbolistas -en el caso de Uruguay- que estos 14 leones de hoy ingresen en la historia por su propio esfuerzo.
Esfuerzo del cuál Vd. tiene mucho que ver. Fui testigo, ayer y el martes, de las dos prácticas de fútbol en la cancha del Blooming. Eran a puertas cerradas, pero vi los dos movimientos, desde un agujero que tenía el murete perimetral.
Lo vi a Vd. con su bastón meterse en la cancha, realizando un gran esfuerzo personal y humano. Los que hemos tenido un familiar peleando contra las nanas de esa columna vertebral traidora -mi padre fue operado por el mismo excelente Dr. Asdrúbal Silveri que lo intervino a Vd. y yo voy en ese camino-, sabemos lo que eso significa. Y Vd. se sobrepuso a ello, con una enorme valentía. Mostró a los jugadores la forma de “pegar” las dos líneas de cuatro y mantenerlas unidas. Les indicó cómo enfrentar la altura, “saliendo” rápido del fondo ante cada despeje. Ensayó los córnes de ataque y defensa indicando la manera de ejecutarlos en la altura. El segundo gol llegó de esa forma en la que Vd. tanto insistió, cuando ensayó la ejecución de tiros de esquina a favor.
Su entrega, su sacrificio bajo el duro sol de Santa Cruz de la Sierra, emocionaba. Al menos, a mi me emocionó. Y estoy seguro que sus leones, al ver su entereza moral y humana, sintieron tocada la fibra más profunda para no defraudarlo. Y al no defraudarlo, estaban respondiendo a la gloriosa historia de nuestro fútbol. Al retornar de la última práctica a puertas cerradas, le comenté a Fernando González que Vd., por lo realizado, merecía tener suerte. Se había ganado que el destino lo premiara con otra distinción como entrenador de Uruguay. ¡Ganar el pirmer partido a Bolivia en la altura, en 54 años de enfrentamientos donde no se había podido! Dios, el destino o la suerte -según como quiera interpretarse- así lo quiso.
Lo único que lamento, es que los trabajos realizados no hayan sido a puertas abiertas, para que todos los colegas uruguayos aquilataran sus virtudes como entrenador de fútbol y valorar su tremendo y emocionante esfuerzo humano. En cambio, el periodismo boliviano que filmó los trabajos y observó las prácticas, hoy son los que están cantando legítimas loas a su acertadísima planificación, que ejecutaron los muchachos a la perfección.
Las felicitaciones para Vd., para Celso Otero que lo sabe secundar con valor; para Mario Rebollo que aporta lo suyo con sapiencia; al Prof. Herrera y su colaborador, así como -muy especialmente-, para todo el plantel de jugadores, capitaneado por ese gigante que es Diego Godín, que dejaron la piel en la cancha -los que jugaron- y que le pusieron toda la onda positiva desde afuera, los que quedaron en el banco de suplentes. No quiero ser ingrato y dejar al márgen de este final al presidente de la AUF, Esc. Wilmar Valdez, a los dirigentes, a los doctores Belza, Barboza y Pan y al resto de los trabajadores de la selección que han desarrollado la estrategia de este viaje y lo han hecho con profesionalismo resaltable. Termino expresándole que esta carta se hubiera escrito, aunque el triunfo no nos acompañara en esta jornada.
Sin otro particular, lo saluda a Vd. con su más alta estima.
Atilio Garrido.