Baboseadas en los clásicos
Ayer nos contaba Ubiña lo mal que le fue al paraguayo Lezcano cuando, para sobrar, faltando poco por terminar un clásico, se sentó en la pelota. Juan Mujica empató ese partido para Nacional, de penal, sobre la hora.
Casi tres décadas antes, había hecho lo mismo Carajito Vázquez y le salió bien.
–Porque Nacional venía de una buena racha y nos habíamos tenido que bancar los festejos de ellos –me explicó una tarde, poco antes de morir, en su vivienda de Barrio Palermo, primera puerta pasando la cancel de Cebollatí 911, a media cuadra del club Enrique López–. Sobre todo yo, que tenía un hermano jugando en Nacional, General Viana. Entonces para ese clásico yo había arreglado con Matucho (Ernesto Fígoli, el kinesiólogo), en Los Aromos, que si ganábamos me avisase cuando estuviese por terminar el partido. Íbamos dos a cero con goles de Jacinto (Obdulio Varela) y Solito Ortiz (José María). Entonces Matucho me hizo la seña. Me fui contra la Olímpica y bueno… no lo podían creer… “¡¿Qué hacés?!” me dice mi hermano. “Y acá lo ves… –le digo–, esperando que salgan a marcarme”.
En ese segundo tiempo a Carajito le habían salido todas las gambetas. Los defensas de Nacional optaban por dejarle espacio y no quedar pagando. Cuando se sentó en la pelota hubo un silencio expectante. Carajito se paró, volvió a sentarse y cuando salían con todo del fondo de Nacional hacia él, se paró de nuevo y metió un pase largo a Solito, que quedó haciendo honor a su sobrenombre frente a Aníbal Paz. Pero el tiro del coloniense pasó apenas encima del travesaño, perdiéndose por poco el tercer gol.
Carajito hacía tanta moña que un técnico inglés que tuvo Peñarol, para un partido siguiente a aquel clásico, le dejó escrita la instrucción de desprenderse rápido de la pelota y en todo caso, sólo tirar paredes… Randolph Galloway repartía en los vestuarios a sus dirigidos papeles escritos con resúmenes de lo que debían hacer. El papel que le correspondió esa tarde a Carajito, decía escuetamente: “Usted la toca y se va”.
El juez pitó el inicio del partido. Movió Peñarol, el 9 se la pasó a Carajito en el círculo central, éste la tocó con su botín derecho, se desentendió de la pelota y empezó a caminar hacia la tribuna América.
–Cuando me vio entrar en el túnel, Galloway me preguntó desesperado, “¡¿Qué hace?!”, ¡¿A dónde va?!”. “Al túnel. ¿No me dijo que la tocara y me fuera?”.
Entró al vestuario, se cambió y se fue del Estadio.
Otro que baboseó en un clásico, también personaje muy particular, fue el argentino Pedro Prospitti, que tenía la costumbre de relatar los partidos mientras los jugaba.
En un clásico de principios de los 60, el argentino Prospitti, jugador de Nacional, se anticipó en su relato a la jugada que iba a hacer frente al defensa aurinegro Cano: “Prospitti le va a meter un caño a Cano” relató, “se lo mete, ¡se lo metió! ¡Qué baile le está dando, señores! Esta tarde Cano no lo puede parar a Prospitti”. Un segundo después, Heber Pinto narraba por radio Ariel, desde su cabina del Centenario, cómo “Pedro El Grande” Prospitti era colgado del alambrado de la Amsterdam, por un “tijeretazo” de Núber Cano.
Otro que relataba era el rosarino Elio Montaño: “La toma Montaño, se escapa entre los volantes… ¿Qué hacen: no marcan…? No pueden o no saben… Se le cruza el “turco”, lo driblea, se acerca al área, tira y el golero mundialista la saca al córner…”, relataba a viva voz mientras se aproximaba al arco en jugada individual, dribleando, innecesariamente, también al juez. El “turco” era Esteban Marino, el referí, que hacía oídos sordos a la ocurrencia del “Loco” Montaño, quien vino a Peñarol en 1956 y fue campeón uruguayo en 1958, cuando los carboneros cortaron una racha del Nacional renovado del maestro Ondino Viera.
En un clásico le preguntó al juez si se podía hacer cambios.
–Solamente de golero –le contestó el Pocho Codesal (era el único cambio que se permitía en aquella época).
–Porque éste recién entró (y señalaba al Cala Méndez). No la tocó en el primer tiempo. ¿Usted está seguro que éste jugaba?
Cuenta el profe Gutiérrez Cortinas que el Loco Montaño era infaltable en Maroñas, le gustaba recorrer “la 18 de Julio”, como él le llamaba, y la rula lo apasionaba al máximo. “Un día seguía al 20, que la noche anterior lo había llenado de plata. Montaño lo coronó una y otra vez. Y nada. Rascó los bolsillos y no le quedaba ni una ficha y pensó “a qué ahora sale”… Y se tiró de cabeza sobre la mesa, derecho al centro donde estaba el 20 y gritó: “¡Me juego…!”.
En 1962, luego de un pasaje por Rosario Central, se incorporó a Nacional, sumando historias, y prosiguiéndolas en 1963 en Danubio, donde en 1964 jugó con Alcides Edgardo Ghiggia.
En fin… tengo un amigo que desde el último clásico pasado corrige a los de Peñarol cuando hablan con la “r”: quiere hacérselas cambiar siempre por la “l”. “No se dice ‘Peñarol’, se dice ‘Peñalol” les corrige, por ejemplo. Veremos si el domingo tiene para seis meses más o las bromas cambian de camiseta.