Apuestas emocionales
Suele decirse que a Uruguay le va mejor de punto que de banca.
Es cierto, sin ir más lejos ninguna encuesta nos daba semifinalistas de Sudáfrica 2010 y las locales nos daban campeones de Italia ’90, pero las encuestas son reflejo de estados emocionales que no siempre nacen de un repollo ni los trae la cigüeña de París (al menos de París, últimamente no).
A veces son producto de la tensión entre la exigencia y el reconocimiento, tensión que es parte del campo de trabajo de los formadores de opinión. Aquellas encuestas del ’90, a la vez que nos daban Campeones del Mundo decían que Uruguay era el peor equipo entre los clasificados al Mundial. “Quienes más exigen antes son los que menos están dispuestos después a reconocer”, advertía Walter Vidarte (a la postre el actor uruguayo más exitoso en la España de estos últimos cuarenta años), que, por eso, se cuidaba de las declaraciones que antes de los estrenos pudieran generar demasiadas expectativas en su actuación.
Hoy todos los conductores de equipos se encargan de destacar las virtudes del rival antes de la partida, especialmente si esas virtudes son ciertas (como lo son de la actual Selección Argentina), porque en definitiva no es una particularidad de Uruguay: a cualquiera le va mejor si cuenta a su favor con el factor sorpresa. La exigencia se hace más liviana y el reconocimiento más profundo.
Si no, que lo cuente Beethoven Javier, que jugó en Nacional, en Defensor, en Danubio, fue Campeón Uruguayo y seleccionado, pero desde niño era atleta de cien metros llanos y, como su nombre lo marcó, desde muy joven es músico y sordo.
Jugaba en las formativas de Nacional y por las noches, tocaba el saxofón y el clarinete en una orquesta, para solventarse como músico profesional.
“Una vez fuimos a una penca en Las Lechibuanas del Cebollatí, un paraje de la séptima sección de Treinta y Tres. Empezaban tempranito con el asado con cuero, después la olla podrida y a la tarde, café con leche y tortas fritas. Había que tocar toda la noche, hasta que aclarara y los paisanos pudieran ir a ensillar sus caballos. Si había cerrazón, había que seguir tocando. Los canarios compiten primero con los pingos de
las cuadreras, después la siguen con los caballos de ellos y la terminan corriendo. A nosotros nos llevaba nuestro empresario que era el Petiso Maguna. Cuando los canarios se pusieron a correr me dice el Petiso: ‘Aprontate porque te anoté’. ‘¿Pero vos estás loco? Yo vine a tocar’. ‘Dale que te doy cien pesos (por tocar cobraba cuarenta y cinco). Pero eso sí, los ternos ganalos ahí nomás, así les damos el dulce para la final’. Yo era atleta, pero tan chiquito que no parecía y los canarios se remangaban las bombachas para los tres ternos y me doblaban en largo de piernas. Entraron como caballos y quedaron calladitos. Maguna hizo cualquier plata con la final y a mí me dio cien pesos aparte del jornal. Después, en el baile, los canarios me miraban sin decirme nada. Hasta que uno no se aguantó y me dijo: ‘La pucha que era ligerazo usted, mi amigo’.”
Los equipos de esta noche se conocen mucho y ya se sabe que el más “ligero” es el que tiene las piernas más cortas. ¿Factor sorpresa? Por ahora, la suerte. Después vemos…