Las anécdotas del Profe (3)
Las anécdotas del Profe. Última nota de la serie escrita por Atilio Garrido.
Escribe: Atilio Garrido.
El “Ñato” Jaureche fue un personaje muy famoso en el fútbol de las décadas de los años cuarenta al setenta del siglo XX. Hoy está total y absolutamente olvidado, y se caracterizaba por su amor a Peñarol. Amor sin tasa ni medida, incapaz de estar cerca de los dirigentes para beneficiarse personalmente. Al revés: entregaba hasta lo que no tenía por ver al club de las once estrellas siempre en los primeros planos. En aquel tiempo, todos los clubes tenían a su Jaureche.
Se caracterizaban por descubrir talentos. Jugadores jovencitos a los que contactaban en cualquier parte del país desde donde llegaba el mensaje. Por telegrama o una llamada de teléfono urgente, que demoraban muchas y muchas horas para conectar a los interlocutores. Pero… no crea que aquella realidad es como la de estos tiempos de fútbol mercantilizado, donde los buscadores de talento van con un contrato en el bolsillo, que hacen firmar al padre y al muchacho menor de edad, quedando encadenado a lo que decida “el representante”.
¡No! ¡Nada de eso! Aquellos “Ñatos” Jaureche de antaño buscaban descubrir el talento emergente, en cualquier parte del país, para incorporarlo al club de sus amores, soñando con el triunfo del muchacho para que, una vez consagrado, sentado en la tribuna mientras el jugador se destacaba, orgullosamente pudiera decir y comentar a los amigos…
-“A ese crack lo traje yo”.
Un día de 1958 al “Ñato” Jaureche le llegó el dato desde Paysandú.
-“Venite Ñato que hay un botija que la rompe”.
Nuestro protagonista se tomó el ómnibus de la empresa ONDA que conectaba todo el país, arribó a la ciudad del Gral. Leandro Gómez y se fue a ver jugar al botija. Era un pardito retacón, de pelos renegridos, con cara de pícaro y con algunos quilos de más en su cuerpo. Pedía a los gritos que le pasaran la pelota. Jugaba de entreala derecho, y cuando se la daban, no se la sacaba nadie. A pura habilidad gambeteaba a los grandotes que lo querían cortar con la guadaña. Cuando terminó el partido el Ñato fue a hablar con el gurí. Lo entusiasmó. La conversación siguiente fue con el padre, en un hogar humilde en los arrabales de la capital sanducera.
-“El botija tiene grandes condiciones. Confíe en mi. Soy de Peñarol. Quiero llevarlo para que lo prueben. Se queda en mi casa. En una de esas su hijo es un pichón de crack”.
Al otro día regresó el “Ñato” en la Onda con el botija desde Paysandú. Llegó a Las Acacias donde practicaba el primer equipo de Peñarol dirigido por Hugo Bagnulo. En el plantel principal el Cotorra Míguez y William Martínez imponían respeto con su chapa: campeones del mundo del Maracanazo en 1950. El Tito Goncalvez ya estaba afirmado después de llegar desde Salto directo a la selección uruguaya, transitando el mismo camino que el botija que esperaba a un costado de la cancha para ser probado. El Ñato habló con El Hugo, el técnico de Peñarol curtido en mil combates.
-“¿Te parece, “Ñato”, que el botija está para meterlo en la práctica?”
-“Confiá en mí, Hugo. Confiá. Lo vi jugar contra grandotes y mayores que él…”.
El Hugo conocía al “Ñato” desde mucho tiempo atrás y respetaba el “ojo” que tenía para descubrir talentos. Confió y el botija entró de entreala derecho en la reserva que practicaba jugando contra el primero. Agarró la pelota y empezó a gambetear. Enfiló derecho al arco que custodiaba Maidana. Con una moña dejó atrás al Tito. Le salió Majeswky y también quedó por el camino. Se enfrentó al “Guiyan”, al William Martínez de la celeste de 1950 y… le pasó la pelota entre las piernas, la recogió detrás de la espalda de aquel gigante y le gritó “opa, opa…”.
La pesada humanidad de William Martínez y sus treinta y un años se dieron vuelta. El botija siguió corriendo sin largar la pelota. Imposible agarrarlo. El botija dejó la cancha y se puso al lado del Ñato Jaureche, mientras el Hugo se acercaba al Guiyan que llegó hasta donde estaba el botija y le dijo de todo, menos que era lindo.
Calmados los ánimos, el Hugo Bagnulo le dijo al “Ñato” que fuera inmediatamente con los dirigentes de las divisiones inferiores, –no se llamaban como ahora juveniles o divisiones formativas-, para llevarlo a la Asociación a pedir pase.
Era Luis Alberto Cubilla. El Hugo lo convenció que jugara de puntero derecho, sector de la cancha donde sus gambetas limpiaban el camino al gol. El botija no quería. El Hugo lo convención. Allí, en ese lugar del campo apretado contra la raya, Cubilla escribió su notable carrera de futbolista.
Siempre fue así. Atrevido para jugar, astuto para sobresalir, dominador eximio de la pelota, encarador, guapo y generador de polémicas, porque nunca se guardó nada. Siempre dijo lo que pensó sin medir consecuencias.
Cuando se enteró que De León fue quién le pidió a Julio César Franzini que lo contratara porque estaba seguro que con el Negro Cubilla salían campeones, en el primer día que se incorporó al plantel en la cancha del estadio Franzini, se acercó al Profe, le tendió la mano y le dijo, simplemente:
-“Gracias”. Derecho viejo. Nada más. Se dio vuelta y se fue a trotar con los compañeros. Tenía treinta y seis años y la piel curtida por los pelotazos del fútbol. Peñarol, Barcelona de España, River Plate de Argentina, Nacional y Santiago Morning de Chile, su último equipo donde para él, había terminado su carrera de jugador…
Al Profe De León le sobraba carpeta. La relación con Cubilla en Defensor fue de pocas palabras. En el primer partido de la Copa Uruguaya de 1976 frente a Peñarol, el Profe dejó a Cubilla de suplente. Entró en el segundo tiempo por Pedro Álvarez. Fue a propósito, para demostrarle que no estaba para jugar porque tenía varios quilos de más. Cubilla ni chistó. Sabía que el Profe lo mandó al muere. Defensor perdía dos a cero con nueve jugadores en la cancha contra once de Peñarol…
No jugó frente a Wanderers. En el tercer partido entró en el segundo tiempo por el Pichu Rodríguez en el estadio Tróccoli ante Cerro. En la cuarta fecha, contra Nacional suplantó a Filippini en la punta izquierda. Defensor ganaba 2:1 cuando ingresó Cubilla. Terminaron empatados.
Hasta entonces el diálogo entre Cubilla y el Profe se limitaba solamente al saludo. En los días previos al quinto partido De León lo llamó y hablaron mano a mano.
-“Te faltaba fútbol Luis y te sigue faltando. Estabas duro. Ahora tenés que agarrar ritmo jugando, en contacto con la pelota. Por eso ahora vas a ser titular ante Huracán Buceo y vas a seguir jugando. Pero vas a jugar de suelto arriba, de entreala, no en la punta. Tenés que volver a ser amigo de la pelota”.
Cubilla se agarró flor de bronca. No dijo nada y fue titular en la cancha del Franzini jugando de entreala izquierdo. Integraron la delantera Pedro Álvarez, Graffigna, Mondada, Cubilla y Rudy Rodríguez.
Sobre la media hora una jugada por la zona derecha de los violetas, una pelota en la que se complica Meroni y penal para el equipo de la playa. Cubilla reaccionó dentro de la cancha contra su compañero. Meroni no se quedó atrás y le dijo de todo. El intercambio verbal fue notorio. Álvarez convirtió el gol y al terminar el primer tiempo con Defensor en pérdida, Cubilla y Meroni caminaron hasta el vestuario puteándose…
En silencio casi total fue transcurriendo el intervalo en el vestuario violeta. Casi total porque Cubilla seguía hablando ahora sin destinatario de su bronca. Mientras seguía insultando y blasfemando contra todos, comenzó a sacarse toda la camiseta, el short, los zapatos y las medias. Quedó desnudo pronto para bañarse. El silencio se agrandó. A su modo Cubilla también cuestionaba la posición de entreala izquierdo en la que el director técnico lo hacía jugar.
El Profe De León recostado en un rincón del vestuario observó la escena sin pronunciar una palabra. Mudo. Luis Cubilla con su actitud expresaba su contrariedad y su disposición a no seguir jugando. El jugador libraba una pulseada con el Profe obligándolo a introducir un cambio para suplir a Cubilla. El Profe continuó sin decir una palabra. Estaba en juego su autoridad.
De pronto comenzó a sonar el timbre accionado por los jueces, y que en aquel entonces se utilizaba en cada vestuario, para que los equipos volvieran a la cancha en hora para comenzar el segundo tiempo. Cubilla, desnudo buscaba en el bolso las ojotas para bañarse. En ese momento el Profe golpeó fuerte sus dos manos y lanzó un grito con una orden precisa para los jugadores:
–“¡No hay cambios! ¡A la cancha! Estamos jugando bien…”.
Se dio media vuelta y encabezó la fila de jugadores que descendían por la escalera rumbo al campo de juego. Defensor salió con diez hombres. Unos cuántos segundos después y cuando hacía instantes que el árbitro daba comienzo al segundo tiempo, ingresó a la cancha Cubilla, con el torso desnudo, poniéndose la camiseta y ajustándose las vendas que se había quitado.
Muchos años después comentando el episodio el Profe confesó que ahí comenzó a ganarse la Copa Uruguaya. Agregó que Cubilla realmente lo desafió obligándolo a introducir un cambio que, en caso de hacerlo, significaba la pérdida total de su autoridad.
El Profe De León mantuvo a Cubilla de entreala izquierdo en la sexta fecha en el partido ante River Plate. En el siguiente cotejo contra Danbuio en la cancha del estadio Franzini se armó por primera vez la delantera que hasta hoy los violetas recitan de memoria: Cubilla, Graffigna, Pedro Álvarez/Alberto Santelli, José Gómez y Rudy Rodríguez.