Una pasión que se retrotrae
El autor repasa con pasión futbolera no exenta de rigor periodístico el modo en que Nacional y Peñarol llegan a un clásico que, tal vez más que nunca, significa cosas distintas para los dos.
Escribe: Juan Carlos Scelza
Martínez aporta, desde su penal, el último escalón para el acceso a cuartos de final de la Libertadores. Antes habían sido las manos de Rochet las que una y otra vez se habían transformado en imbatibles, primero en Quito y luego en Montevideo, para fortalecer una esperanza que no coincidía con el flaco fútbol colectivo expuesto por un Nacional aferrado solo a la marca y sin argumentos consistentes en materia ofensiva, salvo por un remate aislado de Castro, apenas ingresado en el segundo tiempo del partido de ida, así como por un par de rápidas corridas de Trezza que culminaron imprecisamente, tal cual la costumbre.
Cuando Giménez pite el inicio del clásico, Nacional llegará con el viento en la camiseta que implica el valor agregado de un triunfo trascendente. Es que la victoria disimula carencias, alivia las críticas, resta agudeza en el análisis y hasta muchas veces justifica procedimientos viciados. Por si todo eso fuera poco, el estado anímico baja o sube de acuerdo a los resultados conseguidos y no por el rendimiento alcanzado. Y de nada sirve argüir que hace pocas horas cayó con River: esa es, hasta terminada la serie, una historia parcial.
Pero hasta los menos optimistas aficionados albos saben que, si la Libertadores estuviera en juego, no lo está la gruesa ventaja lograda en la Tabla Anual, base de la tranquilidad y del respaldo con el que llega al clásico el tricolor, mientras los últimos días le ha puesto nombre y apellido confirmado, sorpresivo y novedoso a la presidencia carbonera, lo que le agrega presión a un Peñarol criticado, de escasos resultados positivos, que consumió a Forlán en nueve fechas del campeonato y un par de partidos de Copa, y que en algunas determinaciones de Saralegui perdió pisada en la definición del Apertura, le dijo adiós al Intermedio y se relegó al extremo en la tabla acumulada.
Abstrayéndome de la incomodidad que naturalmente generan sus tuits y sus redes personales, y de los errores cometidos en forma reiterada en la conformación de equipos que quedaron demasiado desamparados en lo local, aunque reconozco que la apuesta a lo internacional era más ambiciosa y lo respeto, la intención del Peñarol de Saralegui cuando puso en cancha a los titulares no coincide con los resultados obtenidos. Sin ir más lejos, la serie de la Sudamericana ante Vélez Sarsfield fue muy pareja, y con mejor definición debió seguir en carrera, algo similar a lo que ya le había sucedido en Santiago de Chile ante Colo Colo en la Libertadores. Y esa tónica también se dio en lo local, puesto que el mirasol perdió en el Capurro ante un Fénix al que había dominado, aunque sin eficacia lo pagó demasiado caro para que, sobre el final, el equipo de Carrasco lo liquidara.
¿Opuestos que se repelen? Se trata de dos casos muy opuestos pero que coinciden en otorgarles una importancia nada menor a los resultados. Nacional hace varios partidos que se estancó. En el Saroldi se impuso 2 a 0 sin mérito, frente a un River que con un hombre menos durante más de cincuenta minutos lo dominó y transformó al arquero tricolor en figura. Con Danubio, perdió bien jugando muy mal. Y abocado a la batalla táctica, no tuvo generación alguna de juego ante los ecuatorianos. En tanto, la victoria ante Boston River, con algunos suplentes en la oncena, tampoco marcó una recuperación, a tal punto que, creando muy poco, el equipo de Giordano conquistó los tres puntos recién a nueve minutos del final.
Desde los últimos rendimientos, los rivales clásicos llegan mucho más parejos de lo que reflejan los números del año, pero son esos números los que cambian humores y urgencias y los que alivian a Nacional y asfixian a Peñarol. Después de los penales ante Independiente del Valle, Nacional descomprimió un clásico que pasaba a ser prueba de fuego para Giordano, porque un interinato con eliminación de Copa y una inmediata derrota ante Peñarol podía desestabilizar lo que hasta ahora en números es altamente positivo. Pero después del triunfo, independientemente del resultado que se conoció hace pocas horas en materia electoral, tiene un mañana en el que lo espera River con todo su abolengo. Y precisamente eso genera la gran expectativa alba.
Con tribunas vacías o repletas, en la simpleza de un campeonato amistoso o en la decisiva definición de un torneo, en Uruguay o en el exterior, cada choque tradicional de aurinegros y tricolores genera la obligación por los tres puntos. Porque, como más de un referente histórico ha aseverado, “los clásicos y las finales no se juegan: se ganan”. Alcanza con la simple motivación de participar de la gran fiesta insuperable en el sentimiento de los uruguayos, ya que no hay partido que se dispute con tanta antelación a la fecha del calendario o que se perpetúe a tanta distancia del resultado. Distinto a todo para el técnico que lo planifica y para el jugador que lo imagina una y mil veces en los días previos. Igual para todos: la expectativa no excluye al chico que fue creciendo en los partidos anteriores y que tendrá su primera gran oportunidad, ni tampoco al veterano de mil batallas, por más acostumbrado que esté. El sueño fue entrecortado para ambos, y el entrenamiento más intenso. Y eso abarca a Castro y a Bergessio tanto como a Oliveros y a Orihuela, algo idéntico para el “Cebolla” Rodríguez, para Pintos o para Acosta.
Miente el que enfundado en un equivocado concepto de capacidad profesional diga que todos los partidos son iguales y se encaran de la misma forma. La lógica también conoce de psicología, y el clásico es diferente a todo. Mucho más para el hincha, que ese día amanece de un modo distinto sabiendo que el duelo es especial. Salvo que un evento excepcional trastoque su vida, como sucedió el último domingo, que, mucho más allá de la política, conmocionó a Uruguay de una manera singularísima.
Ya de regreso a un período de normalidad que, sin embargo, sirve para valorar en su justa medida las pasiones desmedidas que en ocasiones provoca el fútbol, el hincha sabe que el cotejo que palpa es distinto también para un cuerpo arbitral que seguramente en todo el año no habrá recibido tantas llamadas de medios ni se le habrán cruzado tantas cámaras y micrófonos como desde el mismo instante en que fuera confirmado para impartir justicia. No nos excluimos los periodistas, sin importar la tarea a cumplir o la trayectoria que tengamos. No solo en nuestra pantalla la transmisión abarcará más horas previas y posteriores, sino que esta tendencia tanto comunicacional como sociológica será una constante al recorrer el dial deportivo.
En la espalda de Saralegui, más después de la innegable novedad política, cae el peso del cuestionamiento interno, de las agitadas aguas de las últimas semanas de polémica acción política y, por sobre todo, la lejana e indisimulable posición en la Anual. Sabido es que el Torneo Intermedio no desvela a ninguno de los grandes. Pero pocos suponían, como finalmente ocurrió, que a tres fechas del final de la serie Peñarol ya no tuviera chance de aspirar a la final. No obstante lo cual cuenta con una dilatada trayectoria que lo familiariza con esta clase de partidos en que cuenta con una estadística favorable.
¿Quién le va a contar algo que no sepa de clásicos a aquel rubio número “8” de melena que recorría una y mil veces de área a área el Centenario y que a su vez, como antecedente más cercano y ligado a su actual actividad, en situaciones similares y forzado por las circunstancias adversas, sacó buenos resultados ante Nacional, lo cual incidió en otro regreso a un club con el que se siente muy identificado? Esa, y no otra, es la apuesta del técnico mirasol, que por diferentes circunstancias no puede avizorar mucho más allá del pitazo final.
Para Giordano, en cambio, el escenario es de mayor certidumbre. Será desde su estudiosa metodología la forma que encontrará para consumir los nervios de un debut clásico. Estas horas posteriores a la clasificación copera le dan, si cabe, mayor respiro. Sus declaraciones apuntaron a explicar el porqué del austero procedimiento para enfrentar a los ecuatorianos, a los que se encargó de destacar como un muy buen plantel. Acotación respecto de la cual agregaría que, con solo algo más de puntería, hubiese ganado sin problemas los seis puntos de la serie. Y aún faltaba River…
Nacional buscará, entonces, un equilibrio para no agotar más de la cuenta a los futbolistas más desgastados por el esfuerzo y por la seguidilla, intentando que las determinaciones del entrenador no rocen el rendimiento del equipo y, mucho menos, que se puedan tomar como una irreverencia a la historia del encuentro que se aborda, lo que en otras ocasiones le ha costado el puesto a algunos técnicos en circunstancias similares.
Parejos y sin brillo, la verdadera diferencia la encuentro en los números que favorecen a Nacional, que sin embargo no ha sido tal en las últimas presentaciones. Peñarol, cuyo desafío es acortar la brecha de la Anual, le suma mayor necesidad al estímulo y a la presión de jugar en su casa, lo que implica un riesgo mayor si no salen bien las cosas. Para el albo, esta es una lindísima chance de pisar firme y golpear en el mentón a un tambaleante rival. Ganarle en su estadio es mandarlo a la lona, colgar el resultado para siempre en el recuerdo del hincha, ocupar un lugar de privilegio en la estadística clásica y sentenciar definitivamente la Tabla Anual. Si habrá cosas en juego, aunque no se defina el Intermedio, algo que siempre sucede y sucederá, en el pleito más disfrutable que ofrece el menú de nuestro fútbol, que usted ha comenzado a degustar mucho antes de que esta última línea tuviera el punto final que, ahora sí, le corresponde.