Deporte de laboratorio
El autor analiza con lucidez cómo en un escenario de pandemia, y ante la ausencia de hinchas que presionen en uno u otro sentido, resultados que normalmente serían parejos se transforman en abultados.
Escribe: Juan Carlos Scelza
La quejosa costumbre uruguaya abría su ácida crítica sobre el VAR, cuestionando el proceder de los árbitros designados para actuar en esa zona, así como su intervención en la revisión de la jugada que finalizó con la tarjeta roja para Edinson Cavani, quien en estas horas acaba de brillar en Inglaterra. En los medios, en las redes y en la expresión de los aficionados comunes se escuchó desde la fundamentada discrepancia acerca de la propia jugada hasta la sospecha respecto de la injerencia de la tecnología, amparada en el origen chileno del equipo arbitral, y trayendo a colación aquella injusta expulsión del delantero celeste ante la asqueante provocación de Jara en los cuartos de Final de la Copa América de 2015, que los trasandinos ganaran como locales.
En la amplia gama de un extenso repertorio que se acrecentó y retroalimentó con el correr de las horas, para muchos el episodio de los 72 minutos del partido del Centenario curiosamente pasó a ser explicación de la derrota uruguaya a manos del invicto Brasil de Tité.
En realidad, el partido, en cuyo trámite Uruguay jugó una muy buena primera media hora, tuvo un giro repentino cuando el recorrido del balón impulsado por Arthur desde el borde del área golpeó la espalda de Giménez y cambió abruptamente su trayectoria para meterse en el palo apuesto a la intuitiva lógica que había seguido el cuerpo de Campaña. A partir de ahí, Uruguay ya no fue el mismo que lastimaba por izquierda con un buen desempeño de Núñez y De la Cruz, quienes formaron una sociedad que había llevado al mejor ataque celeste del encuentro, que había sacudido con furia el horizontal antes del primer cuarto de hora.
El equipo se cansó pagando tributo al desgaste del gran triunfo en Barranquilla, y además sintió de tal manera el impacto que en pocos minutos Campaña salvó un mano a mano y Richarlison decretó el resultado final antes del descanso.
Bastante antes de la expulsión, Brasil ya era dominante absoluto a través de una tan inteligente como aburrida e inofensiva tenencia de pelota ante un Uruguay que, más allá de los cambios, se desvanecía corriendo detrás de un balón que no conseguía, razón por la cual nunca llegó al arco de un Ederson que pasó a transformarse en uno de los pocos espectadores presenciales de un partido más bajo el manto de la pandemia.
Un rato antes, la transmisión de las Eliminatorias que llegara a través de la producción de Tenfield mostró un tempranero gol de Arboleda, que no llamó la atención tomando en cuenta el aprovechamiento de la altura que hace fuerte a Ecuador como local. Y vaya si Uruguay lo sabe, después de haber sufrido una paliza futbolística en la segunda fecha. Fue distinto el impacto del gol de Mena dos minutos después, y mucho más cuando, apenas pasada la media hora, Estrada y Arreaga transformaban el resultado en un histórico 4 a 0. El demoledor desenlace finalizó con un 6 a 1 inesperado hasta por los propios ecuatorianos.
Basta repasar los múltiples choques entre ambos para confirmar que, más allá de los 2800 metros de altitud, el resultado sale de lo común, tanto como los cuatro goles marcados ante Uruguay, que pudieron ser algunos más solo tres semanas antes. Acaso estas goleadas ecuatorianas signifiquen el disparador para analizar y reafirmar conceptos que hemos manejado en estos meses, en los que los estadios se han abierto para unos pocos.
Sociología y extrañeza. Unas horas después, España, con tres goles de Torres, eliminó a Alemania venciéndola 6 a 0 en la Liga de Naciones europea, y en lo que significa la peor derrota germana en partido oficial alguno, provocando una idéntica sorpresa que la surgida por aquellos ocho goles que le costaron el puesto a Quique Setién y, por ende, provocaron su alejamiento del Barcelona, tal como anticiparon la salida de Luis Suárez del club catalán. No cabía en especulación alguna el suponer tal resultado en el estadio de Benfica, como tampoco en la abultada derrota del Liverpool (campeón vigente) el 4 de octubre por la cuarta fecha de la Premier League, por 7 a 2 ante el Aston Villa, en lo que representó la peor goleada sufrida por los rojos en toda su historia.
Para no ser menos en esta reanudación en pandemia, Manchester tuvo su peor revolcón como local, al perder 6 a 1 ante el Tottenham de José Mourinho. Sin llegar a introducirme en las consecuencias que implica la falta de público en la actividad local, porque en realidad pesa muy poco en un ambiente de escasas entradas vendidas en la inmensa mayoría de los juegos, creo que sí se puede trazar un paralelismo con la competencia continental. Nacional, por la Libertadores, ganó en Venezuela y en Avellaneda. Y sin embargo, perdió en el Parque Central ante el mismo Racing. Por la Sudamericana, aun con suerte clasificatoria distinta, River Plate, Fénix, Plaza, Liverpool y Peñarol empataron los cinco partidos jugados como visitantes. Y en las revanchas en Montevideo, solo River y Fénix pudieron ganar contra Nacional de Medellín y Huachipato, respectivamente.
Incluso para aquellos que sostenemos que en el fútbol moderno, desde hace ya muchos años y sobre todo en la alta competencia, cada vez incide menos el jugar como local, los resultados, ya sea por un margen que sale de lo usual o por la cantidad de equipos que como visitantes ganan o empatan en reductos habitualmente difíciles, esta estadística, de la que repasamos solo una porción, genera una reflexión. Y esa reflexión abarca desde el peso de tribunas repletas que no existen hasta la presión que éstas provocan en visitantes y en cuerpos arbitrales que, en la coyuntura actual, de alguna manera se sienten aliviados.
En terreno de suposiciones, no faltará quien argumente que no sería tan sencillo convocar al árbitro para que revea la jugada de Cavani, o que Argentina difícilmente, luego de haber igualado ante Paraguay con el aliento de la Bombonera llena, no ganaría de atrás. Pero no dejan de ser suposiciones, que podrían ser comparables a la eliminación sufrida por los colombianos del Nacional en su casa ante River, o a los empates sin goles de Vélez en Liniers o Peñarol en el Campeón del Siglo.
Tan incomprobables como posibles, lo cierto es que en este fútbol de burbujas sanitarias, escasos periodistas, tribunas vacías, protocolos de viaje y casos positivos que a unas horas de los partidos trastocan los equipos titulares, nos vamos acostumbrando a gritos de gol de unos pocos que retumban en el solitario cemento y a protestas airadas solo del puñado de jugadores de un banco de suplentes. Pero también a resultados que por asiduidad ya no golpean como los primeros que se dieron, y que se van trasformando en una rara costumbre. Fútbol de laboratorio extraño, sin dudas, que en definitiva permite que se den resultados impensables en un escenario precoronavirus.