Raúl Ébers Mera, el básquetbol vivo: “Yo no sé cómo jugaba”
Sobreviviente de Melbourne 1956 y gloria con derecho propio, el ex jugador de Stockolmo y de la selección habló con Tenfield.com de su carrera, de Bill Russell, Michael Jordan y el nuevo baloncesto.
Nunca me dio tanto placer utilizar el título de esta sección, “Las leyendas hablan”, como hoy, el día en que se publica la entrevista que Tenfield.com mantuvo con Raúl Ébers Mera.
Todos quienes aman el deporte deberían saber quién es este caballero, uno de los tres sobrevivientes que ganó la medalla de bronce de Uruguay en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956.
A los 83 años de edad, el primer basquetbolista que en estas tierras usó el jump shot, o sea el tiro en suspensión, comenzando con una mano y continuando con las dos -una técnica que hoy es regla para la media y larga distancia, pero que en la época aquí no se conocía- vive los tiempos de pandemia con una naturalidad y una sabiduría envidiables.
Nada nuevo bajo el sol. “Te puede ir bien, mal, con alegrías, tristezas, pero no hay que olvidar que la vida en sí es un gran deporte”, había enseñado en una larga y aún inédita entrevista en la que involuntariamente su autor, el periodista Juan Pablo Taibo, demostró respecto de su trabajo la máxima del escritor argentino Rodolfo Fogwill, según la cual “no tiene nada que ver el arte de la literatura con la pertenencia al mercado editorial”.
Ex campeón federal con Stockolmo, equipo en el que jugó durante toda su carrera, Mera ganó dos Campeonatos Sudamericanos, disputó dos Juegos Olímpicos (Melbourne 56 y Roma 60) y un Mundial (Río de Janeiro 1954), y su palabra, acariciada por una brisa indisimulable pero delicada, trasciende el terreno mágico en que él se destacó: el del básquetbol. O, dicho sintéticamente, el deporte más noble y entretenido del mundo.
–¿Cómo son los días de coronavirus para Raúl Ébers Mera a los 83 años de edad?
-La única cosa buena es que estoy en una edad de riesgo. ¡Quiere decir que a esta altura soy un riesgo! (risas). Mirá: yo, gracias a Dios, estoy con mi esposa, con quien me llevo bárbaro y con la que ya tenemos 60 años de casados, y con un hijo que vino de Paraguay con su señora, y que me libera de un montón de cosas que tenía que hacer afuera. Así que solamente me encargo, como gran tarea, de atender a mi perro (risas). Pero en casa estamos muy entretenidos porque siempre hay algo para leer o algún comentario para hacer, y porque mantenemos el contacto telefónico con mis nietos y mis hijas. Eso te hace llevar todo de una forma calma. Sin embargo, el gran problema a estos 83 años que tengo, como vos decís, y que no sé cómo llegaron, es que en la Unión de Veteranos de Basquetball, antes del coronavirus, yo todavía practicaba deporte con un grupo de amigos. Y eso se extraña y te mantiene lúcido. De todas maneras, por las mañanas en el baño hago flexiones y una cantidad de movimientos que me permiten recordar lo que es la gimnasia, para no perder elasticidad ni dejarme estar.
-Una respuesta que se comenta sola. ¿Usted extraña a los ex compañeros con los que ganó la medalla de bronce en Melbourne, y que en muchos casos también eran sus amigos?
-Sí, los extraño muchísimo. No lo digo para quedar bien, pero en ese grupo éramos realmente amigos y estábamos muy unidos. Considerábamos nuestras virtudes y nuestros defectos, y disfrutábamos unos y soportábamos y corregíamos otros, bajo la varita mágica de López Reboledo. Y de una brillante persona, el kinesiólogo Dante Cocito, que era una especie de psicólogo que ayudaba a mantener aquel clima. Obviamente, dentro del grupo uno tenía más afinidad y confianza con unos que con otros. En mi caso, eso se daba con Costa, con Cocito y con López Reboledo. Pero existía una armonía real. Y también sentíamos alegría por los triunfos, lo cual permitía que estuviéramos mayor tiempo contentos que contrariados cuando practicábamos el deporte.
-El técnico, tanto por su incidencia mental como en el juego, por la libertad con que cuenta para hacer cambios y por el estilo que imprime, tiene una importancia vital en el básquetbol. ¿Qué distinguía a Héctor López Reboledo?
-Él era una persona que entendía el básquetbol y que simplificaba las acciones. Si detectaba alguna debilidad en el equipo contrario, trataba de hacer que la notáramos y de encontrar la forma de atacarla, que a veces variaba porque podía consistir en buscar el juego debajo de la tabla, tirando de cuarta distancia o penetrando en velocidad. Eso te lo mostraba con nitidez, y no improvisaba. Era un estratega fenomenal.
-¿Cómo es su relación con los que aún quedan de aquella generación, es decir Carlos Blixen y Milton Scarón?
-Uy, mirá, lamentablemente Blixen está viviendo en España, así que tenemos poca relación, aunque nos mandamos saludos en fechas precisas. Con Milton sí nos vemos más, pero eso ahora se limitó porque ya no nos encontramos en la Rambla. Estamos aislados y no tenemos una relación fluida, lo cual tiene que ver con esta nueva forma de vivir, propia de la pandemia.
-Usted enfrentó en Melbourne a un hombre que se convertiría en el jugador más ganador en la historia del básquetbol, además de un símbolo defensivo, de los Boston Celtics y de la lucha contra la desigualdad racial. Ese hombre se llamaba, y todavía se llama, porque está vivo, Bill Russell. ¿Cómo lo recuerda?
-Lo recuerdo, y eso que en aquella época era muy joven -todos lo fuimos en algún momento- como un jugador sorprendente. Estaba en el mismo equipo K. C. Jones, quien luego sería técnico de los Celtics, y hacían una dupla mortal. ¿Vos sabés que Bill Russell había dado pruebas en la universidad para clasificar a la Olimpíada en atletismo, y había superado la marca exigida para salto alto, por las dudas de que no le alcanzara el básquetbol? (risas). Quiere decir que era alto, atlético, y saltaba dos metros. Era imposible ver hasta dónde llegaba. ¿Viste esos bloqueos milimétricos del básquetbol, en los que la pelota va subiendo y el jugador apenas la toca con la mano pero los consigue igual?
-Sí, pero así no parecían, a juzgar por las repeticiones de las jugadas mitológicas que se repiten en la televisión, los tapones de Russell, quien hoy es una institución viviente de la NBA y entrega sus trofeos más importantes.
-¡Claro, porque arrancaba saltando y terminaba tapándote toda la visión! Era impresionante. Después, su duelo con Wilt Chamberlain fue famoso, y me encanta que esté en su actividad con tanto prestigio, aunque limitado un poco por este freno mundial.
-Le cambio de frente. ¿Cómo describiría al delegado olímpico de Uruguay, un tal José Pedro Damiani?
-Bueno, Damiani era una persona diferente a todas las que he conocido. Además de sus éxitos financieros, era un enamorado de los deportes. Él seguía los campeonatos mundiales de fútbol y las Olimpíadas de básquetbol. Y siendo delegado de Uruguay, tuvo vinculación, por su forma de ser y de actuar, con toda la dirigencia internacional. Así que aliviaba cualquier pequeño o gran problema que pudiera acarrearse, por ejemplo a raíz de algunos fallos arbitrales. Pero además siempre estaba presente como compañero para facilitar las cosas o promovernos, incluso solventando con su bolsillo lo que fuera necesario para que estuviéramos cómodos, por ejemplo ampliando la duración y las condiciones de determinado viaje de la delegación. Era una persona fenomenal.
-“Ébers era un buen basquetbolista, realmente polifuncional, fuerte y rápido, y además un muy buen pasador, que por lo general jugaba abierto, entre la posición 2 y 3″: así lo definió a usted, consultado por Tenfield.com, Milton Scarón. ¿Cómo jugaba Mera?
-Vos sabés que entonces no había registros filmados, así que no sé cómo jugaba. Sí sentía que me resultaba desafiante la penetración en las líneas de los rivales, y que me gustaba habilitar a quien se encontrara mejor. En aquella época no había gimnasios en el Uruguay, y tampoco había retención, con lo cual no existía la urgencia del tiro y hacíamos pases hasta que apareciera el compañero mejor posicionado.
-Como decía Magic Johnson: “Cuando anotas una canasta, tú te sientes feliz. Cuando das una asistencia, haces feliz a dos personas”.
-¡Qué linda definición!
-¿Cuánto fue talento y cuánto fue esfuerzo en el éxito que usted alcanzó?
-La palabra “esfuerzo” no me gusta, porque da la sensación de algo que vos no sentís y que te está costando llevar adelante. Pero como es tanto el amor que le tenemos al básquetbol los que lo jugamos, lo hacemos con un gusto que está relacionado con una dedicación profunda para poder superarte. En definitiva, para ser mejor que vos mismo. Por ejemplo, yo en cada práctica tiraba 100 tiros libres como si nada. Y como selección, llegaba un momento en que los porcentajes ofensivos los teníamos muy altos. La mentalidad imperante era tirar sabiendo que ibas a embocar, en lugar de: “Ya que estoy libre, veo”. Y sin haber triples ni límites en el reloj de juego, nuestro goleo, igual que nuestro porcentaje de efectividad, solía ser alto.
-¿Cómo jugaban el capitán Héctor “Guanaco” Costa y el crack Oscar Moglia?
-Eran dos fenómenos que daba gusto ver jugar, tanto como espectador como en su condición de compañeros. Moglia tenía un extraordinario dominio de su altura y de su cuerpo, así que no solo era un goleador. Aparte, cuando alguien intentaba estar a la altura de su ataque y frenarlo, ejecutaba un pase maravilloso. Te daba la impresión de que en cada partido inventaba una jugada. En cambio, Costa defendía el rebote de una manera que lo hacía un tipo destacadísimo, porque era difícil competir con él bajo la tabla defensiva. Y en ofensiva tenía un gancho que lo hacía temible. El segundo goleador en la Olimpíada fue Costa, y el tercero fui yo. Pero tratábamos sobre todo que los dobles los hiciera Moglia, un goleador de ley, misma categoría en la que estuvieron Adesio Lombardo, y después, con otras características y sin logros tan trascendentes, “Tato” López y Leandro García Morales.
-¿García Morales o López tuvieron puntos de contacto en su juego con Moglia?
-Ninguno de los que te nombré se parece entre sí. Cada uno en su época fue el mejor, y con un estilo propio.
-¿Qué significó emocionalmente jugar al básquetbol con sus dos hermanos y en el mismo equipo?
-Por un lado, no me daba cuenta porque siempre estábamos juntos, no solo en la cancha, sino en el cine y en las reuniones. Así que jugar en Stockolmo era un momento más dentro de la actividad cotidiana de tres personas que realmente actuaban como hermanos. Lo interesante es lo que pasaba de noche después de los partidos, porque nosotros vivíamos en un cuarto, donde estaban las tres camas. Así que había desvelo y adrenalina si ganábamos, y lamento y análisis de los errores si perdíamos.
-¿Y su padre se involucraba en aquellas discusiones?
-No, ¡mi padre era tan nervioso que no veía los partidos! (risas). Imaginate lo que sería tener a tres hijos jugando en un club que disputaba el campeonato, estar en la cancha y empezar a ver el partido… ¿Sabés lo que hacía? ¡Se iba a caminar! Y estando en la calle, de acuerdo a los gritos, sabía si había alegría o dolor.
-¿Usted lamenta no haber podido jugar en una época en la que se lo retribuyera económicamente por el trabajo de calidad que hacía?
–No lo lamento, porque uno es fruto de la época que le toca. ¿Cómo te diría? Nunca se me pasó por la cabeza que hubiera cambiado mi pasión por el básquetbol el haberlo hecho como lo hice o porque me retribuyeran. Hubiera jugado igual, no me causó reproche ninguno estar en la época amateur, y creo que hasta me dio una serie de valores que a lo largo de la vida me han permitido estar con la frente en alto.
-¿Por ejemplo?
-Valorar a la gente por lo que es, por cómo se comporta y por lo que consigue, en lugar de por lo que tiene.
-Raúl, ¿disfruta ver la NBA?
-Sí, mucho. ¿Y sabés lo que disfruto? Que la vemos mi nieto en su casa y yo en la mía, y después comentamos lo sucedido. Y ahora que dieron “The Last Dance” en Netflix, sobre aquella época gloriosa de los Chicago Bulls, estábamos pendientes cada lunes de ver el documental, para después charlar un poco sobre lo que estaba pasando y sobre la riqueza que te dejaba cada capítulo.
-¿Qué fue lo que le gustó más del documental, y qué jugadores además de Jordan ha admirado?
-Me resultó fabuloso, porque me enseñó cosas y porque verdaderamente descubrí cómo jugaba Michael Jordan, a quien uno veía sin conocer todo lo que había sucedido en su vida. Jordan era endemoniado, porque lo trataban de marcar y hacía 45, 50 puntos. Después de él, me gustó mucho Magic Johnson.
-¿Usted era un ayuda base o un alero? ¿Cómo se clasificaría?
-Yo tenía, para lo que eran esos tiempos, multifunción. Podía estar ahí de alero o de ayuda base, o incluso ir al pívot, pero no para hacer un juego agresivo atacante, sino para, desde allí, habilitar a quien estuviera en el poste bajo.
-¿Le gusta la predominancia que los triples han empezado a tener en el básquetbol hace una década, tendencia que en los últimos años se ha agudizado?
-Sí, me gusta mucho. El triplero ha pasado a ser el goleador que todos anhelan. Es la forma rápida de absorber o lograr ventajas en el mínimo tiempo. Y hay una forma muy interesante de jugar con el triplero, que consiste en que los reboteros busquen más el rebote largo que el de toda la vida, abajo del aro.
-Dígame una cosa. ¿Ha envejecido bien su medalla olímpica?
-¡Nunca envejeció, si tiene mi vida! (risas). Pero hablando en serio, creo que es joven porque la tiene mi nieto. Por lo cual, estando en manos de la juventud, así se siente. ¿Y sabés qué característica tiene? Que desde que la logré nunca la limpié, cosa que para mí le da la misma aureola que cuando la conquistamos.
-Maravilloso. Ya nombró dos veces a su nieto, Federico Soto. ¿Usted le da muchos consejos?
-No muchos, los necesarios, porque me gusta verlo y es muy receptivo a mis comentarios. Además, no me he perdido partidos de él, así que rápidamente le doy dos o tres toques de lo que me pareció su comportamiento en cada encuentro. Sobre todo cuando estaba en Miramar y logró el ascenso jugando estupendamente, porque ahora que está en Trouville, por la forma que tienen de ver el básquetbol los técnicos actuales, en lugar de utilizarlo como titular más minutos, lo ponen alternativamente en cualquier momento, con lo cual no lo dejan asentarse. Pero tiene la suerte de estar muy bien llevado por Esteban Yaquinta, a quien tuvo en Miramar, y que es un fenómeno con él. Dentro de poco, lo dirigirá por el Metro en Urupan. Federico va a hacer yunta con Pomoli, el jugador de Malvín.
-¡Una dupla ágil!
-Sí, y te recomiendo que la veas, porque va a dar gusto.
-Sin dudas. Antes hablábamos de la medalla. Pero ¿cómo ha envejecido Mera?
-Los años han pasado en mí sin dejar rastros de cosas de las que uno pueda tener que cuidarse. Tan es así que sigo jugando al básquetbol, y lo último que hicimos fue estar el año pasado en el Mundial de la categoría +80, en Finlandia. Así que si jugás a ese nivel, es porque todavía mantenés una continuidad y porque, dentro de lo relativas que son las cosas, tu físico te responde.
-¿Cómo recuerda ese campeonato?
-Fue el primer torneo de ese tipo, y jugaron Estados Unidos, Rusia, Finlandia y Brasil con nosotros. ¿Y sabés lo que tenía? Que como van todas las categorías a partir, creo, de los +35 -y cada cinco años hay una-, está lleno de jugadores de básquetbol en el momento que vas, entonces te cruzás con todo el mundo y le preguntás cómo le está yendo. Así que cuando los demás se encontraban con nosotros, no podían creer que estuviéramos en la +80, y decían: “¡Vamos a sacarnos una foto, mirá toda la cantidad de años que nos queda por jugar!”. Éramos un poco la esperanza de saber lo que me preguntabas: que la vejez queda mucho más lejos.
-Habrán dicho: “¡Qué notables estos juveniles!”.
-Nosotros estábamos fenómeno, les charlábamos y quedaban encantados. Seguramente pensaron que, por lo menos, tendrían 30 años más para seguir jugando (risas). Yo comento siempre que el mejor deporte que hay es la vida y, después, el básquetbol.
-Ébers, ¿qué tiene pendiente y qué hay en el más allá?
-Quiero seguir viendo, viviendo y disfrutando a mi familia tal como está, unida, sin ningún tipo de contrariedades entre ellos, ni físicas, ni anímicas ni de comportamiento. Tengo nueve nietos, y están bárbaro. Mis hijos y mi señora realmente son una bendición. Y en el más allá me gustaría mantener esta forma de vida, de estar en familia y hacer deporte con mis amigos, que es tan linda a pesar de la pandemia.
-Espero que no se haya aburrido, maestro.
-No, querido: además, vos estás en tu actividad y yo, en mis recuerdos. Así que estamos bárbaro.