Ni mejores ni peores: incomparables

Con este artículo, Juan Carlos Scelza inaugura la sección "El fútbol en tiempos de pandemia", donde reflexiona sobre la vigencia de la tradición y sobre el fútbol como gran fenómeno sociológico.




Suárez y Forlán figuran en el podio de los máximos goleadores históricos de la selección uruguaya.


26 abril, 2020
El fútbol en tiempos de pandemia

Escribe: Juan Carlos Scelza 

 

El barbijo cae en la bolsa, los zapatos quedan en el umbral, desinfectante mediante, la campera va directo al lavado, y una vez más, de las seis diarias, cantaremos sin apuro el “que los cumplas feliz” jabón en mano, cambiando canilla por torta, y el rostro del agasajado por el propio en el espejo. Encierro y dudas. Un partido de alto riesgo, en el que el variado comportamiento del rival no permite especular. Los técnicos proponen un planteo paso a paso, sabiendo que no hay estrategia alguna que asegure el éxito, y que en cada maniobra un error puede costar demasiado caro.

 

Individualmente, las piezas se sumarán a la propuesta y, como en todo partido, unos cumplirán el propósito táctico a destajo, otros perderán las marcas asignadas y otros involuntariamente desaprovecharán la chance de hacer un gol.

 

Quedarse en casa es la consigna. La aguja del tanque de nafta baja poco, tan lento como la aguja del reloj marca el recorrido de días interminables. Las redes sociales forman el culto a la información desinformada. Respetable libertad de expresión, que mezcla a la perfección el mal uso y el abuso. Y allá vamos todos, quedando expuestos a rumores sin fundamentos, producto del escaso conocimiento.

 

Esperando por un fútbol cuyo paréntesis se amplía, la distracción llega en el primero de los videos ingeniosos que te envían, pero cuando lo recibís por cuarta vez ya no surte el mismo efecto. La esperada palabra del presidente de la República sobre las 20 y 30 es la base del primer noticiero matinal, el comentario de los periodísticos posteriores, y más de lo mismo en la tira de noticias del mediodía. Los panelistas debaten a primera hora de la tarde sobre las declaraciones presidenciales, y los datos sanitarios y las repercusiones de la noche anterior son portada de los noticieros centrales, que ahora corren para ver quién comienza más cerca de las 18 horas.

 

Con ansiedad, pesadumbre, inestabilidad, la mente quiere despejarse. Un par de horas para la serie de Internet, alguna película a la noche, y el buen material de archivo futbolero de Tenfield, que repasa un clásico memorable, un mano a mano imperdible o momentos especiales de la selección.

 

La habilitación de Suárez, la definición de Forlán asegurando un partido que se liquidó desde los himnos. “Nunca en toda mi carrera sentí algo igual. El himno retumbaba en el Monumental, el estadio era todo celeste. Entramos ganando”. El mismo goleador de la final de la Copa América 2011 se conmovía al recordarlo, y eso que, cuando realizamos la nota para “Fanáticos” en la concentración del Inter de Milán, ya habían pasado unos cuantos meses.

 

“Llegamos con lo justo. Uruguay fue superior en todo. Hicimos un gran desgaste, con alargues, penales y muchos viajes internos. Físicamente estábamos fundidos”, dijo.

 

Hace unas semanas, en plena Federación Paraguaya, Justo Villar, guardameta y capitán de aquel Paraguay, reconocía la superioridad celeste.

 

Frente al televisor recordé algunos conceptos que vertimos comentando cada partido. El flojo comienzo de la serie, el gol de “Palito” Pereira que fue pasaporte hacia cuartos de final, la entrega del equipo ante Argentina, el penal de Cáceres y la seguridad con que se manejó la victoria ante Perú.

 

Me quedé pensando en la perpetuidad que ofrece la tecnología. Muy pocos vieron íntegro el partido del 50, y no existe registro de más de tres o cuatro minutos de los otros juegos de aquel Mundial. Del 30 hay solo fotos, y algunas secuencias de los goles de la final ante Argentina. Como en todo, más difusión permite mayor reconocimiento. De Messi vemos hasta los entrenamientos en vivo. Pero para ver a Pelé, tenías que sacar tu entrada cuando el Santos o la selección brasileña visitaban tu país. Un lado claro y otro oscuro, como en todo. La dimensión mediática de Cristiano o Messi contrasta con la realidad de los otrora grandes Di Stéfano, Cruyff, Beckenbauer, y hasta con la del mismísimo Maradona.

 

Lo veo, me encanta, me atrapa, y sus logros me invaden el celular o el plasma. Bondades de los actuales, cuando todo reluce. Mucho más duro el penal que no se convierte, la jugada que no termina bien, la mala gestión. No todo es privilegio, y la crítica también se expande y retumba mucho más.

 

Cuántas veces analizamos durante semanas la propuesta de Tabárez en un partido de fecha FIFA, o nos detenemos en el bajo rendimiento del mediocampo, en su falta de elaboración, o en el error de Muslera que costó un gol.

 

¿Roberto Sosa habrá salido bien en los tres goles de los yugoslavos en el mundial de 1962? ¿Alguien sabe en qué falló el planteo de Juan López en Puerto Sajonia, cuando Paraguay goleó a Uruguay 5 a 0 y lo dejó afuera del Mundial de Suecia? Y mire que jugaban William Martínez, Gonçalves, Míguez, Ambrois.

 

A un mes del mundial del 66, Uruguay jugó solo tres amistosos y apenas le ganó a Israel. Perdió con Rumania y empató con España en La Coruña. ¿Qué tanto se sabía del rendimiento de  esos partidos que nunca se vieron? Del 70, asistimos en directo al encuentro ante Brasil y a la derrota ante Alemania. Para ver la jugada de Cubilla y el cabezazo de Espárrago ante los rusos, hubo que esperar unas cuantas horas.

 

Quizás sus grandes hazañas haya que buscarlas en amarillentas páginas de periódicos, y seguramente eso no sea justo. Pero al mismo tiempo, para aquellas generaciones no cabía la rigurosa crítica de los aficionados que desde el living de su casa cuestionaban el rendimiento de un amistoso en Polonia, una fecha FIFA en EEUU o una victoria exigua en la China Cup.

 

Tejada, Esteban Marino, Víctor Vaga, Otello Roberto, Ramón Barreto, Cardellino, Filippi o Julio Matto, ¿resistirían catorce cámaras en un clásico, o más de treinta en un Mundial? De veinte años para acá, Larrionda, Cristian Ferreira, Fedorczuk, Cunha, Leodán Gonzalez, Bello o Ubríaco eran y son conscientes de que tenían y tienen más prensa a la hora del acierto. Pero el cuestionamiento llega en forma inmediata, desde la pizzería del punto más recóndito del  país hasta el uruguayo que lo  mira en la otra punta del mundo. O, celular mediante, el técnico del equipo perjudicado, que cuenta con la imagen cuando todavía no se reanudó el juego en la cancha.

 

 

 

No es un tema de peores o mejores. Son los acontecimientos y sus circunstancias los que generan las opiniones. ¿Alguna vez se pusieron a pensar cuántos uruguayos siguieron realmente las campañas goleadoras de Artime o Spencer, en tiempos en los que del interior venían unos pocos a algún clásico especial o a alguna final de la Libertadores?

 

Época en que los noticieros apenas pasaban una jugada rescatada de la tarea del camarógrafo de turno, que no contaba con la chance de grabar y borrar, y cuya cinta era de apenas un par de minutos. Esto no minimiza sus actuaciones en absoluto. Su grandeza, como la de otros jugadores de esa época, es inconmensurable. Aunque no es menos cierto que una inmensa mayoría imaginaba en las voces de Solé, de Lalo Fernández, de Heber Pinto y hasta de Víctor Hugo Morales las jugadas que nunca vieron, las atajadas más fantásticas y los fallos arbitrales más polémicos.

 

Entre los trancazos de Arévalo Ríos y el “Ruso” Pérez, el Peñarol de los 60, el Nacional del 71, la “Naranja Mecánica” holandesa, la genialidad de Messi o la “mano de Dios” de Diego, se pasó el rato.

 

El celular pide atención y, sin pretenderlo, nos enteraremos qué se come y qué se cocina en cientos de hogares, por aquello de los “estados” que se suben a cada instante, algo así como una voluntaria exhibición minuto a minuto de lo que cada uno hace.

 

Todo se permite a la hora de sobrellevar tal situación como esta pandemia, para la cual nadie estaba ni está preparado, y en la que todos, como podemos, intentamos ganar un partido complicado, tratando de cotejar el seguimiento riguroso de las recomendaciones sanitarias, que implican cuidado propio y respeto ajeno. Y la impaciencia e inseguridad que generan la flaqueza de los bolsillos de la inmensa mayoría.